lunes, 20 de marzo de 2017

(2012) Yanis Varoufakis - El Minotauro Global

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"Mi metafórica respuesta es: el crash del 2008 se produjo cuando una bestia que yo llamo el Minotauro Global fue gravemente herida. Mientras dominaba el planeta, su puño de hierro fue implacable, su reinado atroz. Sin embargo, mientras conservó la salud, mantuvo la economía global en un estado de equilibrado desequilibrio. Esto ofrecía cierto grado de estabilidad. Pero cuando fue presa de lo inevitable y cayó en un estado comatoso en 2008, sumergió al mundo en una crisis a fuego lento. Hasta que no encontremos la manera de vivir sin la bestia, una incertidumbre radical, un estancamiento prolongado y la renovación de una inseguridad extrema estarán a la orden del día."

Nadie duda a estas alturas de que la crisis financiera de 2008 ha cambiado el mundo tal y como lo conocemos. Su virulencia y su poder de contagio han sido tales que sus efectos se siguen sintiendo a lo largo y ancho de todo el globo. Sus consecuencias desde el punto de vista económico han puesto en entredicho la capacidad de los Estados para absorber cantidades obscenas de deuda privada, y este hecho ha traído consigo una explosión desmedida de la deuda soberana. Políticamente ha hecho tambalear los cimientos de las democracias occidentales poniendo sobre la picota nociones como las de representación o legitimidad, y ha traído al debate público desde las mismas entrañas de la sociedad conceptos otrora proscritos como los de democracia directa. Así, movimientos como el 15M, Occupy Wall Street o La Nuit Debuit han emergido desde las profundidades del sistema político para instituirse como altavoces civiles de un descontento ciudadano que no tiene visos de tener fin por el momento. Es en esta ola de descontento e indignación donde surge el gran enemigo que el Sistema, entendido como el conjunto de instituciones políticas y económicas que dan forma al mundo en el que vivimos, tiene actualmente: el Populismo.

El Populismo es una idea pretendidamente ambigua. En puridad es aquella doctrina que implica empoderar al pueblo, ser su voz. Pero como sea que el pueblo puede querer cosas distintas en distintos momentos, esa definición parece insatisfactoria a todas luces, pues no nos dice nada acerca del contenido de lo que el pueblo quiere y por tanto no nos dice nada de la doctrina en sí. Es por ello, por esa ambigüedad, que puede haber un populismo de derechas y un populismo de izquierdas que llenen cada uno ese vacío de contenido a su manera. Cada uno de ellos se articulará alrededor de un conjunto de valores morales y políticos diferentes que acabarán dando forma a una idea de pueblo distinta en cada caso, pero con el mínimo común múltiplo de estar vertebrada como una reacción de los de abajo, el Pueblo, frente a los de arriba, las Élites. De este modo, el Populismo es ante todo un movimiento reactivo frente al Gobierno de facto, que sería un gobierno por y para las élites. Por ello, el Populismo es el primo hermano del Republicanismo como teoría política o, si se prefiere, su estilizado descendiente.

Este marco conceptual es bastante apropiado para entender lo que ha venido ocurriendo en Occidente en los últimos años. La indignación no ha sido del todo caótica, sino que ha estado focalizada bajo la sospecha de que a estos lodos no hemos llegado por casualidad. Ha sido una revuelta contra las élites políticas, los partidos y sus representantes, pero también contra las élites económicas y financieras y los grandes medios de comunicación. Esta indignación ha sido el caldo de cultivo para la aparición de una oleada de partidos populistas. Desde la izquierda han aparecido Syriza en Grecia, Podemos en España o referentes populistas en partidos del establishment como Jeremy Corbin en el Partido Laborista británico o Bernie Sanders en el Partido Demócrata americano. Sin embargo, también una imagen desfigurada del populismo de izquierdas ha surgido también desde la derecha: Trump en EEUU, Wilders en Holanda, el inusitado apoyo al Frente Nacional de Le Pen en Francia, Amanecer Dorado en Grecia, Orbán en Hungría...

Es en Syriza donde me interesa detenerme, ya que cuando ganaron las elecciones generales griegas en enero de 2015, pareció la constatación definitiva del cambio de paradigma político. Grecia, que arrastraba una economía arrasada tras las medidas impuestas por la Troika (Comisión Europea, BCE y FMI) y por una negligente gestión de los partidos tradicionales durante las tres décadas anteriores, dio su voto de confianza a un partido nacido tres años antes al calor del descontento y la indignación. La historia la conocemos todos: el primer ministro Tsipras mantuvo un pulso de poder frente a los acreedores de los rescates por mejorar las condiciones del pago de la deuda y rebajar el yugo que las políticas de austeridad estaban sometiendo a la economía griega, incapaz de levantar el vuelo. La amenaza de un "default" sobrevoló Atenas y rápidamente las autoridades griegas se apresuraron a establecer un corralito para paliar la fuga de capitales de los bancos del país. Poco después, y ante la nula evolución de las negociaciones con la Troika, Tsipras presentó ante la opinión pública la propuesta de acuerdo que la Comisión Europea tenía que ofrecer, una propuesta que era incluso más dura que las anteriores. El pueblo griego rechazó mayoritariamente la propuesta desde Bruselas pero... y ahí reside la tragedia, Tsipras, desoyendo a su pueblo, acabó firmándolo. Desde entonces Grecia apenas existe para los medios de comunicación. Aún inmersos en una recesión de tintes similares a los producidos por una guerra, y demostrado sobradamente el fracaso del proyecto comunitario y de las medidas tomadas desde Bruselas para hacer frente a la recesión en los países del sur de Europa, Grecia parece deambular por su particular travesía del desierto, que pocos parecen pronosticar que acabará a corto plazo. El establishment respira tranquilo toda vez que el proyecto populista de izquierdas ha quedado derrotado.

En esta historia, no obstante, hubo alguien que nunca dejó de creer en las posibilidades del pueblo griego para rebelarse. Alguien que en todo momento contaba con un plan B que, seguramente por miopías políticas cortoplacistas, nunca acabó llevándose a cabo. Hablamos de Yanis Varoufakis, el autor del volumen que hoy nos toca comentar.

Varoufakis, ministro de finanzas con Tsipras, nunca consideró un farol la amenaza con la que mantenía viva la llama de las negociaciones, a saber, la salida del Euro y la vuelta al Dracma. Sabía que las consecuencias a corto plazo para Grecia serían nefastas (aunque no mucho peores que las que traerían consigo la aplicación del nuevo memorándum que ofrecía la Troika). Pero contaba también con que las perturbaciones sistémicas que una salida de Grecia tendrían para la Unión no serían deseables para los acreedores. Finalmente, Tsipras, más renuente a tomar riesgos, acabaría cediendo y firmando el nuevo memorándum. Varoufakis dimitiría de su cargo al día siguiente. Desde entonces, el ex-ministro griego está trabajando en crear un movimiento de izquierdas pan-europeo que luche por echar abajo los postulados básicos de esta Unión Europea cuyo núcleo central es Berlín.

"Una nube de estupidez similar cubre los debates oficiales posteriores al crash en Europa. Si un visitante extraterrestre leyese la prensa europea seria llegaría a la conclusión de que la crisis europea se produjo porque unos cuantos Estados periféricos pidieron prestado y se gastaron demasiado dinero. Porque la pequeña Grecia, la engreída Irlanda y los lánguidos ibéricos intentaron vivir por encima de sus posibilidades haciendo que sus gobiernos se endeudasen para financiar unos niveles de vida muy por encima de lo que sus esfuerzos productivos podían soportar."

Varoufakis, que en realidad pertenecía al mundo de la Academia más que al de la política, empezó a ser conocido por los griegos como parte del comentariado con el que los medios de comunicación nutrían los debates sobre actualidad política. Allí se hizo famoso como el economista heterodoxo que presentaba una lectura diferente de la crisis a la tradicional, y que se separaba de sus colegas de profesión, a menudo con interpretaciones demasiado sesgadas por sus afinidades con los partidos Nueva Democracia y PASOK. En esas tertulias desgranaba gran parte de los argumentos que presentaría en 2012 en El Minotauro Global.

La idea sobre la que gira El Minotauro Global consiste en que la causa de la crisis financiera de 2008 consistió en la afluencia masiva e indiscriminada de ingentes cantidades de capital hacia Wall Street auspiciadas por el déficit gemelo de la economía estadounidense, esto es, por un lado un déficit comercial con el resto del mundo imparable a partir de 1971 y, por otro lado, un déficit presupuestario igualmente imparable desde los tiempos de la guerra de Vietnam a finales de los 60. Esta afluencia masiva de capitales, equiparable a los tributos que se ofrecían a la bestia del Minotauro en el relato mítico, recalentaron la economía hasta el punto de que terminó reventando por el lado del ladrillo y su correlato el mercado hipotecario. Sobre esta idea y sobre su homóloga metafórica Varoufakis construye una potente narrativa que se remonta hasta los tiempos del acuerdo de Bretton Woods.

Y es que en 1944 se construirían los cimientos del sistema monetario internacional que regiría el mundo hasta 1971. En él, como es sabido, se pusieron los cimientos del libre cambio comercial que pondría fin al proteccionismo de entreguerras y, del mismo modo, se pondría al dólar como moneda de referencia respaldada por el patrón oro (metal del que EEUU poseía el 80% de las reservas mundiales) a la que el resto de monedas deberían ajustarse, haciendo los bancos centrales de los diferentes países las intervenciones necesarias si fuera preciso en los mercados monetarios con el fin de preservar la estabilidad cambiaria.

El fin de la guerra ubicó a EEUU como la gran superpotencia mundial beneficiada del comercio durante la Gran Guerra, mientras que los acuerdos de Bretton Woods perfilaron el sistema económico internacional durante las dos décadas siguientes. Esa situación de privilegio, a juicio de Varoufakis, fue usada con inteligencia por EEUU. Lejos de seguir un cortoplacismo en la demanda de las deudas que las potencias europeas habían contraído con ella, estimularon la demanda mundial realizando un plan de inversiones masivas en Europa y Japón, principalmente. En palabras de Varoufakis, la época que va desde el final de la segunda guerra mundial hasta el quiebre de los acuerdos de Bretton Woods está regida por el "Plan Global", una inteligente estrategia americana por la que sus continuos excedentes comerciales con el resto del mundo serían reinvertidos en el resto del mundo, creando las condiciones necesarias para resucitar la industria en Europa y hacer crecer a su vez la demanda mundial para la hiperproductiva industria americana. Naturalmente, esta jugada no tendría sentido fuera del contexto de la Guerra Fría, pero, sea como fuere, este mecanismo global de reciclaje de los excedentes comerciales de la economía americana fue el responsable de la edad de oro del Capitalismo.

Sin embargo, nada en esta vida es para siempre. La hegemonía económica norteamericana tuvo un precio que pagar en el terreno geopolítico. Y los crecientes costes de la guerra de Vietnam hicieron que en 1969 apareciera el primer déficit presupuestario del gobierno de los EEUU en el siglo XX. Un sistema de paridad fija con algún metal precioso siempre es una buena idea y otorga una gran estabilidad al sistema monetario siempre y cuando el gobierno de la divisa de referencia no incurra en un déficit presupuestario. Si esto ocurre, la generación de deuda trae consigo la bajada de valor de la divisa de referencia, en este caso el dólar. Y dado que todo el mundo quiere tener sus ahorros en esa divisa, esa bajada de valor arrastra consigo a todos los países y a sus respectivas monedas a una espiral decreciente. Los déficits presupuestarios americanos llevaron al resto de países a cifrar sus reservas en otras monedas de referencia como la Libra o el Marco alemán o directamente el Oro. Cuando esto último ocurrió y uno tras otro todos los países empezaron a demandar a EEUU el canjeo de dólares por Oro, las reservas áureas de Fort Knox se contrajeron hasta tal punto, que la paridad dólar-oro fijada en 1944 voló por los aires. 1971 sería la fecha de defunción del sistema de Bretton Woods, dando paso al sistema de flotación libre actual.

Aún con todo, EEUU aún era excedentaria comercialmente. Pero la alegría solo les duró dos años. En 1973 estallaría la crisis del petróleo. La devaluación del dólar tras la muerte del sistema de Bretton Woods hizo que los países productores de petróleo vieran rebajadas sus ganancias anuales al ser el dólar la moneda en la que se realizaban las compras mundiales de petróleo. Esto, unido al estallido de la guerra del Yom Kippur, trajo consigo que la OPEP decidiera suspender unilateralmente la producción de petróleo a Occidente y, especialmente, a EEUU. La consecuencia de esta suspensión fue que las empresas petrolíferas tuvieron que elevar drásticamente el precio de compra del crudo para adecuarse a la oferta impuesta por la OPEP. Y dado que las economías occidentales eran fuertemente dependientes del petróleo, esto trajo consigo un alza en los costes de producción que elevaron los precios de venta de los bienes y servicios en el primer mundo. Pero esta inflación desaforada vino acompañada de la destrucción de grandes capas de tejido productivo incapaces de ser competitivas con los nuevos precios del petróleo. Esta famosa estanflación (estancamiento económico más inflación) hizo que la balanza de pagos de la economía norteamericana se invirtiera y pasara de una posición excedentaria a deficitaria con el resto del mundo.

Lo que ocurrió a continuación constituye el nacimiento del Minotauro Global. La administración americana, lejos de intentar poner freno a la situación, alimentó el déficit gemelo de la economía estadounidense. EEUU pasó de ser el ganador del comercio internacional a alimentar su demanda interna a través de sucesivos y crecientes aumentos en sus niveles de importaciones. Paralelamente sus déficits fiscales fueron sufragados con la emisión de bonos con sustanciosos tipos de interés que acababan circulando en Wall Street. Esta situación dio lugar a un nuevo tipo de equilibrio perverso: lejos del mecanismo de reciclaje de excedentes comerciales dominante durante la época del Plan Global, el nuevo orden mundial dirigía los excedentes mundiales del comercio en alimentar a la bestia creada por la economía norteamericana.

Varoufakis, además, identifica en su obra cuatro doncellas que servirían en bandeja de plata los tributos a la bestia. Por un lado, la innovación financiera tendría un peso fundamental. La financiarización de la economía a través de complejos derivados destinados a cubrir riesgos en  un principio, pero usados finalmente para crear dinero privado de una manera más que cuestionable. Los CDS y los CDO, nacidos como instrumentos de control de riesgos, alimentaron la fe en la especulación con control ilimitado de riesgos, excepto, claro está, el riesgo más importante: el sistémico.

Otra de las doncellas sería la fiebre por las absorciones y fusiones empresariales que hacían aumentar "metafísicamente" la cotización bursátil de las empresas resultantes. Análisis como el de sumar las capitalizaciones por separado de dos empresas a punto de fusionarse era considerado de mentecatos con vistas a predecir el valor real de la empresa resultante, y lo que se hacía era sumar las ganancias por separado de ambas empresas y multiplicarla por la ratio capitalización/ganancias. Y voilá, las empresas veían multiplicado varios órdenes su valor.

"Una fría mañana de diciembre de 2009, en un lujoso salón de conferencias de Nueva York, todos los grandes jugadores de Wall Street se dieron cita para escuchar a Paul Volcker. Había una gran concurrencia porque el presidente Obama le había confiado la planificación del nuevo marco regulador de los bancos. Volcker no perdió el tiempo en azotarlos con sus palabras. «Me gustaría que alguien me diese la más mínima prueba neutral de que la innovación financiera ha producido crecimiento económico; la más mínima prueba». Un desventurado banquero replicó que el sector financiero de Estados Unidos había aumentado su cuota de valor añadido entre un 2 y un 6,5%. Volcker le contestó con una pregunta matadora: «¿Refleja eso su innovación financiera o refleja únicamente lo que usted cobra?» Para rematar al banquero, añadió: «La única innovación financiera que recuerdo en mi larga carrera es la invención del cajero automático»."

Otra de las doncellas sería la ideología del chollo del Walmart, aún no demasiado asentada por estos lares pero, dado que la precarización salarial cabalga rampante, no es desventurado que la veamos importada en Europa. La ideología del chollo de Walmart (segunda gran empresa americana por cuantía de beneficios tras Exxon) consiste en ofertas extraordinariamente apetecibles para el consumidor en términos de precio unitario. Son ofertas que consisten en packs del mismo bien cuya cantidad un tanto desmedida reduce el precio de venta por unidad de bien. Algo del tipo de pechugas de pavo a 4 euros el kilo, pero comprando tres kilos de pechugas.  Esos precios competitivos se fundamentan en inocularle al consumidor el gen consumista al convencerle de que compre cantidades que no necesita al tiempo que se somete al trabajador (y potencial consumidor) a una reducción de su salario por hora trabajada. Un círculo virtuoso para los inversores y las élites extractivas, pero no tanto para el consumidor y el trabajador promedio a largo plazo.

Mención especial requiere la teoría económica tóxica como contribuyente neto de la aceptación psicológica global que da forma, quizá, a la doncella más perversa de todas. La economía del efecto goteo, o la justificación en términos morales de que la acumulación de riqueza por parte de la élite es buena para el conjunto de la sociedad. Y la economía de la oferta, esa ideología que adquiere carta de naturaleza mediática durante las administraciones de Reagan y Thatcher, sin duda contribuyó a que las clases populares aceptaran su rol en el Sistema sin cuestionar las bajadas tributarias a las clases más favorecidas.

Cuando en 2008 la sucesión de acontecimientos que comenzó con una serie de impagos hipotecarios concluye con el derrumbe de varios colosos de las finanzas y la intervención de la Reserva Federal inyectando 700.000 millones de dólares en el sistema financiero (30 veces el tamaño del rescate bancario español), era claro que se había cometido algún error. Existen numerosos ensayos ahí fuera que desgranan las causas de la crisis en sus factores más concretos e individuales. Pero existen pocos ensayos con la potencia narrativa que el ensayo de Varoufakis posee. Su metáfora del Minotauro global y de Wall Street como el aspirador de excedentes internacional no solo es coherente explicativamente amplia; es también elocuente y muy lúcida.

El ensayo del economista griego también dedica unas páginas a hablar de los impactos de la crisis en Europa. Sus críticas se centran en el diseño totalmente asimétrico de la Unión, creando un mercado común para las exportaciones alemanas sin una política verdaderamente decidida de reciclaje de los excedentes del comercio vía inversiones productivas en las zonas de Europa con una balanza de pagos endémicamente deficitaria. El problema de Europa es la ausencia de una apuesta decidida por un Plan Global en el seno de la unión al estilo del capitalismo de posguerra. En lugar de ello, la apuesta ha sido por la recuperación a través de la reducción del gasto público, lo cual contradice todas las leyes macroeconómicas (al menos las keynesianas). Hay aquí una serie de intereses entremezclados que Varoufakis analiza correctamente y que pasan desde los motivos puramente ideológicos (dogma de la estabilidad presupuestaria) hasta los motivos más espurios relacionados con los intereses relacionados con el cobro de intereses (valga la redundancia). Llegados aquí, se echa de menos algo más de profundidad en el análisis de la coyuntura, aunque hay reconocerle a Varoufakis que ese no es el motivos principal del libro, pues, a fin de cuentas, la crisis en Europa mutó de una crisis financiera inicialmente a una crisis de deuda soberana.

El libro no acaba sin pasar revista a los primeros años sin el Minotauro Global. Una de las consecuencias más desalentadoras es la constatación de que aunque el Minotauro haya muerto, sus doncellas siguen presentes y eso constituye un panorama sombrío y de difícil pronóstico. Los diferenciales comerciales se están reduciendo, lo que en principio podría traer más estabilidad al mundo. Pero se está haciendo al precio de aumentar la volatilidad de los mercados de capitales. Es difícil decir si el remedio es peor que la enfermedad. Pero lo más desalentador de todo es que las lecciones que se aprendieron en los primeros instantes tras el cataclismo global, se están olvidando rápidamente. En palabras de Varoufakis:

"La propia imagen de un Strauss-Kahn esposado y forzado a entrar en un coche patrulla de la policía neoyorkina resulta deliciosamente simbólica* de la titilante naturaleza de los replanteamientos que las élites hicieron después de 2008. Desde entonces, los políticos dominantes, los directivos del FMI y del Banco Mundial, banqueros privados y centrales, y en general todos los custodios del capitalismo mundial, parecen haber decidido desaprender rápidamente las lecciones de 2008. Parecen conductores que, después de ser multados por exceso de velocidad, conducen por debajo del límite unos kilómetros antes de volver gradualmente a la velocidad inicial, esperando que esta vez sea diferente."

"El Minotauro Global" constituye un notable esfuerzo por hacer accesibles ideas a menudo complicadas y escurridizas. Así, como libro de divulgación cumple perfectamente su cometido. Pero su principal virtud, aquella por la que destaca, es la potencia explicativa de las ideas que nos presenta, arrojando muchísima luz sobre procesos históricos muy alejados en el tiempo. Incluso en el caso de que no se comulgue con los análisis que el economista griego propone, es bastante difícil no simpatizar con la coherencia con la que están expresados sus argumentos y la elocuencia con la que están expresados. Y es que el libro de Varoufakis se lee endiabladamente fácil. Varoufakis adereza argumentaciones densas con motitas de humor y utiliza comparaciones ágiles e ingeniosas para ilustrar ideas difíciles y farragosas. El propio título de la obra es un ejemplo de ello. Lectura absolutamente recomendable.

* Poco antes Strauss-Kahn, a la sazón director del FMI, en una entrevista en la BBC había comentado: "Nunca antes ha sido tan necesaria como hoy una institución como el FMI... Hace sesenta años, Keynes ya predijo lo que era necesario, pero era demasiado pronto. Ahora es el momento de hacerlo. ¡Creo que estamos preparados para ello!" Strauss-Kahn se refería a la propuesta de Keynes de crear una Unión Monetaria Internacional, cuya divisa fuera el Bancor, y que llevase aparejada una sólida política de reciclaje de excedentes del comercio internacional.


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