lunes, 7 de enero de 2019

(1995) John Allen Paulos - Un Matemático Lee el Periódico



"He dicho que habría que aumentar la serie de preguntas habituales que los periodistas formulan y que a los lectores les gustaría ver contestadas. Además de Quién, Dónde, Cuándo, Por qué y Cómo, habría que incluir Cuántas, Con qué probabilidad, Qué fracción. ¿Cómo se compara la cantidad con otras cantidades? ¿Cuál es el índice de crecimiento y cómo se coteja? ¿Qué hay de los aspectos autorreferenciales de la noticia? ¿Hay en ella un grado adecuado de complejidad? ¿Nos fijamos en las categorías y relaciones que interesan? ¿Qué cantidad de la noticia es independiente de su exposición? ¿Somos particularmente sensibles al error de disponibilidad o a efectos ancla?"

A pesar de que no soy matemático, siento un respeto reverencial y casi místico por las matemáticas. Porque las matemáticas descifran el sustrato más básico del mundo que nos rodea. Son la red que nos permite atrapar la realidad y modificarla según nuestras necesidades. Son la condición de posibilidad del progreso y el dominio técnico sobre la naturaleza. Nos han permitido pasar de vivir en cuevas y morir a dentelladas bajo las fauces de oscas y temibles fieras a vivir en modernas e interconectadas ciudades tecnológicas con expectativas de vida inimaginables hace un puñado de miles de años. Por supuesto, las matemáticas no llegan a todas partes. La finitud de su alcance es un recordatorio de que la realidad también posee un carácter cualitativo. Pero, en mi opinión, son el logro más importante del intelecto humano. Y sus practicantes, los matemáticos, una suerte de hechiceros laicos, de artistas de lo abstracto, de profetas de la racionalidad.

Mi relación con el periodismo, y particularmente con los periodistas, no es tan platónica. Tiendo a concebir el periodismo como un mal necesario gobernado por intereses espurios ajenos al verdadero sentido de la profesión. Si la finalidad del periodismo como actividad es informar, ofrecer al público las piezas del fragmentado puzzle de la realidad cotidiana, a menudo esa demanda se satisface a regañadientes y bajo titánicos esfuerzos por parte del lector: este periódico que me cuenta la noticia me muestra este detalle pero me omite aquel otro; ese diario no cuenta esta noticia pero sí aquella otra, cuando éste otro me cuenta ésta pero no aquella; unos periódicos son sensacionalistas con unos temas pero no con otros, mientras que la competencia usa el amarillismo y la objetividad en sus respectivas contrapartes. Y eso hablando de información. Si nos vamos a la opinión, nos arrancamos los ojos. La mermelada de sesgos puede provocar diabetes. La sección de opinión de los periódicos es lo más parecido a un manual de instrucciones ideológico. En ellas, los periodistas juegan con la realidad para hacerla encajar en su moldes partidistas. Lejos de cohesionar las fragmentadas piezas del puzzle informativo, las distorsionan, en un notable esfuerzo de contorsionismo no exento de creatividad. Lo sorprendente y paradójico es que, dado el panorama, el periodismo, más mal que bien, termine informando, cuando lo que se empeña en aparentar es ser una engrasada maquinaria de precisión diseñada bajo el único propósito de hacer saltar por los aires ese objetivo.

Pero estoy siendo muy duro. En realidad me encanta leer periódicos. En serio. Aunque quizás haya cierta pulsión sórdida en ello. Confieso deleitarme cuando detecto sesgos, omisiones y demás artimañas en las noticias, de la misma manera que al cura se le dibuja la sonrisilla cuando el vecino le cuenta que ha defraudado a hacienda en el confesionario. También, por supuesto, porque me gusta estar informado. O al menos intentarlo, a sabiendas de que a la vuelta de la esquina un plumilla me colará un zapatazo que se colará por la escuadra de mi entendimiento y el estadio entero cantará "¡Gol!". Pero pago gustoso el ticket de acceso al estadio.

A quien también le encanta leer los periódicos es a John Allen Paulos. Matemático de profesión y especialista en lógica y teoría de la probabilidad, Paulos lleva ya un buen puñado de libros publicados desde mediados de los 80 relacionados con la divulgación de las matemáticas. En este blog ya reseñamos Un matemático invierte en bolsa, libro en el que nos contaba el fracaso —y las razones matemáticas, psicológicas y epistémicas de que llegara a ocurrir— de su inversión en Worldcom, empresa que quebró en 2002 tras ocultar a las autoridades y a sus propios accionistas un inmenso agujero contable, y que se enmarcó en el contexto de la burbuja de las puntocom de principios de siglo. Su principal obra, y por la que se hizo conocido para el gran público, es El hombre anumérico, un pequeño ensayo en torno a los errores cotidianos que cometemos por una mala comprensión de conceptos matemáticos básicos, centrados principalmente en la estadística y la probabilidad. Además, Paulos también ha escrito columnas en periódicos como The Guardian, aunque, sospechamos, sin caer en la autorreferencialidad de las críticas que presenta en Un matemático lee el periódico, el libro que vamos a comentar a continuación.

"Un matemático lee el periódico" es una crítica al tratamiento de la información en los periódicos. Pero una crítica que se aleja de las convenciones de esta clase de obras, más centradas en inquirir acerca de las relaciones de poder insertas en los diarios que en abordar otros asuntos. La obra de Paulos, por el contrario, deja a un lado esas cuestiones y ubica la discusión en el campo de batalla matemático, psicológico-cognitivo y filosófico con el fin de disolver las groseras meteduras de pata en el tratamiento de la información que con cierta periodicidad cometen los periodistas en sus noticias.

El libro está estructurado siguiendo las secciones más habituales de los diarios. Es, en cierta forma, un meta-periódico. Así, cada capítulo se corresponde con un conjunto de secciones. El primero aborda noticias de política, economía y nacional. El segundo asuntos locales, empresariales y sociales. El tercero las noticias sobre estilo de vida. El cuarto las de ciencia, medicina y medio ambiente, mientras que el quinto aborda las de alimentación, libros y deporte. Cada capítulo se compone de artículos de unas pocas páginas que se pueden leer en cinco minutos, y que son perfectos para ocupar el tiempo en el autobús urbano, el tranvía, el inodoro... y desplazamientos "breves" en general. En cierta forma, la arquitectura del libro se asemeja a la de un blog, con sus secciones y sus artículos susceptibles de ser leídos en unos pocos minutos. Por tanto, no es un ensayo que hile los conceptos que presenta de una manera lineal —aunque eso no signifique que haya un cierto hilo de coherencia interna en la sucesión de conceptos— sino que, en lugar de ello, se asemeja a un pastillero con píldoras en forma de artículos en su interior. Por ello, "Un matemático lee el periódico" es un libro que tiene casi veinticinco años, pero que en lo referente a su arquitectura parece que fue escrito ayer.

Donde sí se le nota el paso del tiempo, sin embargo, es en algunas noticias de "actualidad" que recoge el libro para ejemplificar los errores de razonamiento en los que incurren los periodistas. En cierta forma, es un problema de falta de contexto. Políticos y congresistas americanos como Al D'Amato o Lani Guinier desconocidos para el público europeo, sucesos que han sido olvidados veinticinco años después como los camiones de General Motors que supuestamente explotaban al chocar de lado o el dentista de Florida acusado de propagar el sida intencionadamente, etc. La virtud del libro es que la falta de contexto no impide apreciar lo que Paulos nos quiere transmitir, ya que sus argumentos son generalizables al tratamiento de la información en noticias actuales. Los periodistas no aprenden... Pero aunque es verdad que la falta de contexto no impide comprender los razonamientos de Paulos, si impide disfrutarlos en su totalidad. Con todo, esto no es una constante en el libro, y algunos fenómenos que denuncia el autor de Colorado son tan universales que el artículo en cuestión podría haberse escrito ayer.

"La noticia sobre las reacciones sobre el hombre de la calle son un ejemplo, primero asombroso y después divertido, de la difundida tendencia a regalar verborrea y llamarla noticia. La versión televisual suele comenzar diciendo: «Para comprobar las reacciones de los ciudadanos ante estas medidas vayamos a...». A continuación hacemos una breve visita a un bar, un colegio, una parada de autobús y unos grandes almacenes, donde el periodista aborda a varias personas normales (sea esto lo que fuere) y les dice que opinen sobre alguna importante noticia que acaba de contárseles. La situación me recuerda siempre a esas personas que, veinticuatro horas después de haber discutido con el marido o la mujer, dicen al cónyuge que todas las personas con quienes han hablado sobre el contencioso están de acuerdo con ellas. (El cónyuge debería responder: «Si hubiera oído únicamente lo que les has dicho, también yo estaría de acuerdo contigo»). Si el proverbial ciudadano de a pie no tiene un punto de vista independiente, una perspectiva opuesta o información adicional, lo que piense me trae sin cuidado."

El instrumental matemático del que echa mano Paulos para justificar sus críticas van desde las nociones elementales del cálculo de probabilidades y la correcta interpretación de las estadísticas, hasta la teoría de juegos y la teoría del Caos. Pero Paulos no se queda en la matemática. También echa mano de la filosofía analítica y la psicología cognitiva para apoyar sus tesis. En cierta forma, "Un matemático lee el periódico" es una invitación al pensamiento y el razonamiento matemáticos, pero concebidos estos en un sentido amplio, como método de razonamiento riguroso aplicado a cuestiones no formales. En sus páginas las ideas de Arrow, Dennett, Kahneman, Lorenz o Banzhaf, entre otros, forman un equipo de limpieza bien coordinado con el fin de depurar errores y sesgos en el tratamiento periodístico de la información.

Uno de los conceptos más fecundos del libro, extraído de la teoría del caos, es el de horizonte de complejidad, según el cual existe un umbral de complejidad que nos impide alcanzar certezas en asuntos donde el desconocimiento de las condiciones iniciales, la gran cantidad de variables implicadas y la existencia de relaciones recursivas entre ellas escapa a los modelos deterministas tradicionales. Paulos echa mano de este concepto para desbaratar predicciones que incurren en simplificaciones bochornosas en diversos campos, en especial en el de la economía, y que con tanta frecuencia se suelen ver en las páginas de los diarios.

Mención especial merecen los distintos sesgos cognitivos en los que incurrimos y de los que no somos conscientes cuando nos informamos. Paulos menciona el sesgo de disponibilidad —la disposición a emitir juicios o valoraciones a la luz de lo primero que nos pasa por la cabeza o nos es más "disponible"—, el efecto aureola —la tendencia a juzgar a una persona o un grupo según una característica sobresaliente— y el efecto ancla —la tendencia a confiar en exceso en la primera información que recibimos al tomar decisiones o proferir valoraciones—. Resulta especialmente interesante que Paulos incursione en los terrenos de la psicología cognitiva expandiendo el terreno de juego del razonamiento formal al empírico. Con todo, donde más a gusto se encuentra el matemático americano y donde más sorpresas nos depara a los lectores es cuando juega con los números.

"Es imposible articular esquemas de estricta representación. Ilustraré este punto con otro experimento imaginario. Pensemos en una empresa, Industrias PC, que opera en una comunidad que es negra al 25%, blanca al 75%, homosexual al 5% y heterosexual al 95%. Ni la empresa ni la comunidad saben que solo el 2% de los negros es homosexual y que lo es también el 6% de los blancos. Con objeto de formar un grupo de trabajo de mil personas que refleje fielmente la comunidad, la empresa contrata a 750 blancos y 250 negros. Sin embargo, así solo habría 5 negros homosexuales (el 2%), mientras que blancos homosexuales habría 45 (el 6%), 50 en total, el 5% de todos los empleados. A pesar del celo de la empresa, los empleados negros aún podrían acusarla de discriminar a los homosexuales, puesto que entre los empleados negros solo sería homosexual el 2%, no el 5% de la comunidad. Los empleados homosexuales podrían afirmar igualmente que la empresa ha sido racista, porque este grupo solo sería negro al 10%, no al 25% de la comunidad. Los heterosexuales blancos podrían formular quejas parecidas."

El principal problema que tiene "Un matemático lee el periódico" es que la práctica totalidad de los conceptos que trata ya los aborda el propio Paulos en otros libros suyos. ¿Qué marca entonces la diferencia? El tablero donde se despliegan esos conceptos. "Un matemático lee el periódico" tiene el encanto de desarrollarse en el contexto de la prensa escrita, campo abonado para los errores más groseros. Esto le permite a Paulos hacer sangre, y la sangre siempre es divertida. Uno lee al autor americano aprendiendo y riendo al mismo tiempo, y eso siempre es de agradecer. Aunque muchas de las cosas que nos cuente las conozcamos de anteriores veces.

En definitiva, la obra de Paulos es una más que interesante demostración de los engaños y errores que se cometen en los periódicos. A pesar de su título, la adopción de una amplia disparidad de herramientas analíticas —matemáticas, cognitivas y filosóficas— es una fantástica decisión. Este enfoque más amplio que el meramente matemático o calculador enriquece la obra. Además, el libro está escrito con un estilo desenfadado y proclive a la retranca. Por ello, "Un matemático lee el periódico" es un excelente ejercicio de divulgación que nos enseña a ser más inquisidores con la información que procesamos cotidianamente en los periódicos. Desgraciadamente, la mayoría de los conceptos presentados ya aparecen en otras de las obras más conocidas del autor. Y al ser un libro escrito hace casi veinticinco años, hay cierta sensación de falta de contexto —cuando no de desorientación— durante la lectura en lo concerniente a las referencias a la actualidad. Esa falta de originalidad y de contexto, con todo, no resultan fatales. El libro de Paulos se disfruta aunque no sepamos quién es ése congresista, aquella activista o en qué consistió aquella explosión de la que nos habla. Y lo hace porque los periodistas siguen cometiendo los mismos errores que entonces. Razón más que suficiente para darle una oportunidad a este libro.


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