"Había que rendirse a la evidencia: llegada a un grado de descomposición repugnante, Europa occidental ya no estaba en condiciones de salvarse a sí misma, como no lo estuvo la Roma antigua en el siglo V de nuestra era. La llegada masiva de poblaciones inmigrantes impregnadas de una cultura tradicional marcada aún por las jerarquías naturales, la sumisión de la mujer y el respeto a los ancianos constituía una oportunidad histórica para el rearme moral y familiar de Europa, abría la perspectiva de una nueva edad de oro para el viejo continente. Esas poblaciones eran a veces cristianas; pero, por lo general, había que admitirlo, eran musulmanas."
Imagine la siguiente situación: una saltadora de pértiga se prepara para su salto garrocha al hombro. Inspira profundamente y visualiza los aproximadamente cuarenta metros de carrera que tiene delante de sí. Traga saliva. Visualiza a continuación el momento crítico, el acople de la pértiga en el cajetín. La palanca ha de ser perfecta y debe proyectarle a las alturas para, en un último y heroico impulso de brazos, arrojarle por encima del listón. Si lo consigue, la caída será dulce; pero si derriba el listón, las dudas le asaltarán y será presa de la decepción. Finalmente, nuestra saltadora echa a correr. Se trata de un sprint recio, de espalda recta y brazos firmes sujetando la pértiga. Apenas dura unos segundos. El momento clave llega, pero se desarrolla sin imprevistos: la pértiga se clava mientras la palanca la contorsiona y propulsa a nuestra heroína, que se transporta en el aire hasta las alturas. Pero algo extraño ocurre: al aproximarse nuestra saltadora al listón, éste se difumina, desapareciendo finalmente como si de una ilusión óptica se tratara. Pero no es lo único que desaparece, la colchoneta sobre la que tenía que caer y el suelo bajo sus pies se transmutan en vacío. La caída será infinita. En ese preciso instante, una conmoción invade el ánimo de nuestra saltadora, que entiende que el esfuerzo realizado ha sido en vano y las consecuencias...