domingo, 23 de abril de 2017

(2007) Christopher Hitchens - Dios no es Bueno

Religión, ateísmo, Dios


"No cabe ninguna duda de que el culto a la muerte y la insistencia en los augurios del fin proceden de un deseo subrepticio de verlo acaecer y de poner fin a la angustia y a la duda que siempre amenaza al mantenimiento de la fe. Cuando el terremoto nos sacude, el tsunami lo inunda todo o las Torres Gemelas estallan, uno puede ver y oír la callada satisfacción de los fieles, como si dijeran con regocijo: «¡Fijaos, esto es lo que sucede por no escucharnos!». Con una sonrisa empalagosa presentan una redención que no les corresponde ofrecer a ellos y, cuando se duda de ella, adoptan una expresión amenazadora como diciendo: «¡Oh!, ¿así que rechazáis nuestra oferta del paraíso? Muy bien, en ese caso tenemos reservado otro destino para vosotros». ¡Menudo amor! ¡Menudas atenciones!"

La primera vez que supe de Christopher Hitchens fue hace algunos años a través de este debate. En él se daban cita un par de defensores de la Iglesia Católica y un par de sus más feroces críticos y, ambos tándems, trataban de contestar a la pregunta "¿Es la Iglesia Católica una fuerza para el bien en el mundo?". La propia pregunta anticipaba la masacre que se produciría a continuación. Y es que no es lo mismo preguntar acerca de si la Iglesia Católica puede o podría ser una fuerza para el bien en el mundo que preguntar si de hecho lo es o ha sido. En el primer caso uno debe remitirse a los fundamentos conceptuales de la Institución y ver si ellos permitirían tal estado de cosas. En el segundo, muy al contrario, basta con echar un vistazo a la realidad o, en su defecto, a la historia. Sabedor de esto, Hitchens construía una furibunda diatriba contra la Iglesia Católica basada en muchos de sus pecados pasados y actuales y cómo esos pecados fueron justificados bajo el amparo de la verdad de las Escrituras, de la verdad de su interpretación o, simple y llanamente, de la infalibilidad de Dios y de la Iglesia Católica. Pero si esto es así, ninguna institución humana que se declare infalible puede ser buena bajo cualquier indagación o cuestionamiento de índole moral. En otras palabras: Hitchens comenzaba argumentando por qué la Iglesia no es buena y concluía con un argumento acerca de por qué la Iglesia no puede ser buena. En esencia, el libro que comentaremos hoy sigue el mismo patrón, extendiendo su área de aplicación. Porque "Dios no es bueno" no habla del Dios católico o, al menos, no en exclusiva. Ni tan siquiera del Dios Cristiano. Tampoco lo hace del Dios judío o musulmán. Lo hace de todos ellos, en realidad.

Vaya por delante que "Dios no es bueno" posee un título, quizá, demasiado ambicioso. Debería haberse llamado "Las religiones no son buenas", ya que es un ataque a las religiones lo que podemos encontrar en sus páginas. En ese sentido, se trata de una obra que quizá pueda decepcionar a más de uno. A pesar de que los argumentos filosóficos contra la bondad de Dios tienen su peso en el libro, lo que encontramos en él, mayormente, son argumentos contra la bondad de los hombres cuando estos están sometidos al yugo del adoctrinamiento religioso. Es parecido, pero no es lo mismo.

Para sedimentar sus tesis, Hitchens hace un amplísimo repaso de las calamidades morales que las religiones han perpetrado. Y para ello no le hace falta retrotraerse al pasado remoto. Casi todos los ejemplos que pueblan sus páginas son recientes; escalofriantemente recientes, de hecho. Invito al lector a que los descubra por sí mismo, aunque la mayoría de ellos le serán familiares.

A este respecto, más allá de las guerras con trasunto religioso que ha habido en los últimos años en el mundo, resulta interesante destacar un argumento que ofrece Hitchens para criticar a las religiones. Éste no es ni más ni menos que la amenaza que constituyen éstas para la salud pública. De todos es sabido que los cultos religiosos incorporan tabúes sexuales, alimenticios y morales que fueron asumidos en épocas de nuestra historia en las que nuestro acervo de conocimientos científicos era, cuanto menos, más limitado que el actual. Por ello, la mayoría de las prescripciones que hacen las religiones en estos terrenos, sencillamente, son equivocadas, cuando no manifiestamente peligrosas. Ejemplos de ello es la prohibición cristiana del uso de anticonceptivos, aún a riesgo de contraer el VIH o el ritual judío del b'peh metzitzah, que son códigos de conducta con plena vigencia actualmente.

"En medio de una inmensa y compleja discusión en la que sabemos cada vez menos de cada vez más cosas, pero no obstante podemos confiar todavía en que surja algo de luz a medida que avanzamos, una facción (compuesta, a su vez, de facciones mutuamente enfrentadas) se permite la grosera arrogancia de decirnos que ya disponemos de toda la información esencial que necesitamos. Semejante estulticia, unida a tamaño orgullo, debería bastar por sí sola para excluir la «fe» del debate. La persona que está segura y que recurre a la garantía divina como fuente de certidumbre, pertenece ahora a la primera infancia de nuestra especie. Tal vez su despedida sea larga, pero ya ha comenzado y, como todas las despedidas, no debería prolongarse."

Una parada obligatoria en el viaje de Hitchens es el debate sobre el diseño inteligente. Aunque autores como Dawkins o Gould han divulgado suficientemente la superchería que tal concepción del mundo implica, Hitchens aporta su granito de arena parodiando salvajemente la teoría. Esto ocurre, por ejemplo, cuando explica que la homosexualidad está suficientemente documentada en el reino animal y argumenta que de la prohibición religiosa de tal práctica solo puede desprenderse una de dos consecuencias: bien que la prohibición no le haría gracia a Dios a causa de contradecir normativamente su propio diseño, bien que Dios, a fin de cuentas, no puede ser tan inteligente como le presuponíamos en un principio.

Hitchens es honesto en reconocer la deuda intelectual con los autores del pasado. En materia de Biología lo hace con Darwin o Crick y, en el terreno de la divulgación más reciente, con los ya mencionados Dawkins o Gould. Pero cuando reflexiona sobre la existencia de Dios y su papel en la moderna explicación científica, cuando se adentra en los senderos de la ontología y la epistemología, no tiene reparos en auparse a los hombros de Laplace, Popper o Guillermo de Ockham. En todos los casos pueden parecer referencias de mercadillo, pero son suficientes para justificar cada uno de los puntos que defiende.

El propósito fundamental de Hitchens consiste en desplazar la moral religiosa del tablero de juego y, en su lugar, colocar una moral laica. Muchos religiosos argumentan que, en el mejor de los casos, la moral laica es indistinguible por sus efectos de la moral religiosa y, en el peor, conduce al relativismo ético. El religioso dice, con el Smerdiakov de Dostoievsky, que "si Dios no existe, entonces todo está permitido". Pero Hitchens replica que eso solo habla con propiedad de la pérdida de fe del religioso y de sus consecuencias, de producirse. El peligro, por tanto, es el religioso, dice el autor americano dándole la vuelta a la tortilla. En realidad, la moral laica, dice Hitchens, es más avanzada que la religiosa. Carece de los tabúes con los que cuenta la otra y proscribe conductas que permite o ha permitido aquella, como la esclavitud. En mi humilde opinión, las páginas más valiosas de este libro son aquellas que se circunscriben a este debate.

Uno de los principales problemas de este libro es que convencerá al ya convencido. Hitchens no desperdicia ni un solo julio en hacer pedagogía con lo que, al final, acaba desempeñando una tarea hasta cierto punto inane. Prefiere incendiar a persuadir. Sus frutos son satisfactorios, pero siempre contemplados bajo la óptica del converso. Su desprecio por el infantilismo de las creencias religiosas lo acerca al primitivo positivismo de Comte, y con ello enaltece las bajas pasiones del religioso. Hasta cierto punto es una estrategia legítima pero no del todo honesta.

Lo que si es digno de elogio es el respeto, en todos los sentidos, por los autores del pasado que menciona o en los que basa sus posiciones. Hitchens no estira el molde del ateísmo para hacerlo casar con aquellos pensadores que lo anticiparon sin llegar a atreverse a derivarlo de sus posiciones. Y ésta es una actitud loable en la medida en que recavar cualquier apoyo a cualquier precio parece estar permitido en esta clase de disputas.

Seamos claros: escribir un libro criticando a la religión en el siglo XXI no pasa por ser la tarea más revolucionaria ni la más original que uno pueda imaginarse hoy en día. No obstante, no por ello el esfuerzo es completamente vano. Aunque las sociedades occidentales contemporáneas parecen haber abrazado una especie de agnosticismo secular y una suerte de moral laica, en el seno de esas mismas sociedades persiste el embrión de la religión. Un embrión dispuesto a expandirse a la mínima oportunidad que se le presente. Por ello, "Dios no es bueno" es la contribución de Christopher Hitchens a la edificación del dique de contención que la razón construye alrededor suyo para protegerse del fanatismo y la sin razón. Puede que esta metáfora atufe a autocomplacencia y vanidad, pero no es del todo desatinada en la medida en que consigamos rebajar nuestro grado de confianza en nuestras propias certezas asumidas. Y puede que la obra de Hitchens, en tanto que dique, no sea el más eficiente. Su proximidad a un libelo en vez de a un libro de concienciación lo aleja de los propósitos pedagógicos para los cuales sería deseable que estuviera dirigido. Pero su deficiencia es al mismo tiempo su virtud, y su carácter incendiario casa a la perfección con el dogmatismo de su adversario. Por ello, "Dios no es bueno" supone la horma del zapato de la religión. Una horma incómoda y desagradable. Y por eso mismo, para nosotros, satisfactoria.


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