lunes, 13 de mayo de 2019

(2010) Jesús Mosterín - A Favor de los Toros



«Muchos españoles estamos cansados de la permanente propaganda oficial de esta salvajada como presunta fiesta nacional. A muchos nos molesta que se identifique al pueblo español con la caverna taurina, con el mundillo hortera de la tauromaquia, con su cursilería supersticiosa, su sensibilidad embotada y su retórica ramplona, empalagosa y achulada. Spain is different, pero no tanto. Un número enorme y creciente de españoles sentimos, ante el espectáculo taurino, asco, sonrojo, vergüenza, repugnancia estética e indignación moral.»

Siempre he sentido aversión hacia las corridas de toros. Desde que era pequeño. Veía las corridas por la tele sin comprender cómo podía ser que las plazas estuvieran abarrotadas para contemplar un espectáculo en el que se daba muerte a un animal agonizante. No podía comprender el alborozo, la fanfarria, los pañuelos, el júbilo y los vítores, los trajes de gala y, en definitiva, el ambiente festivo que las rodeaba. No podía entender cómo era posible que ese ambiente fuera de la mano de un espectáculo en el que no había lugar para la sorpresa ni para un desenlace alternativo, donde todo estaba diseñado para obtener un resultado calculado de antemano. Me resultaba espeluznante la frialdad y la precisión casi ingenieril subyacente a todo el ritual. Pero lo que más me consternaba era la ausencia de finalidad, de propósito, en el supuesto arte de dar muerte a un animal moribundo.

miércoles, 8 de mayo de 2019

(1993) Arturo Pérez-Reverte - El Club Dumas



«Después uno madura, se hace flaubertiano o stendhaliano, se pronuncia por Faulkner, Lampedusa, García Márquez, Durrell o Kafka... Nos volvemos distintos unos de otros; incluso adversarios. Mas todos tenemos un guiño de complicidad al referirnos a ciertos autores y libros mágicos, que nos hicieron descubrir la literatura sin atarnos a dogmas ni enseñarnos lecciones equivocadas. Ésa es nuestra auténtica patria común: relatos fieles no a lo que los hombres ven, sino a lo que los hombres sueñan.»

Ni los pedazos de tierra, ni las banderas, ni los himnos; como dijo Rilke, «la verdadera patria del hombre es la infancia». Terreno fértil para la nostalgia, en la infancia cualquier cosa puede resultar mágica. No hay en ella lugar para el semblante adusto y la mirada inquisitiva que desarrollamos más adelante. Precisamente por eso, es en ella donde nace aquello que los autores de la edad de oro de la ciencia-ficción denominaban, con acierto, el sentido de la maravilla. Lo que se traduce en una frase definitoria: «Tú no has tenido infancia», que solemos expresar a aquellos que no comparten el asombro que una vez sentimos ante aquellas obras de ficción con las que disfrutamos de pequeños. Por algo será, por algo será...

sábado, 4 de mayo de 2019

(1997) Philip Roth - Pastoral Americana



"Y entonces se produjo la pérdida de la hija, la cuarta generación americana, una hija huída que debía haber sido la imagen perfeccionada de sí mismo, de la misma manera que él había sido la imagen perfeccionada de su padre y éste la imagen perfeccionada de su abuelo..., la hija enojada, repelente, despectiva, sin el menor interés por ser el siguiente Levov de éxito, que le había hecho salir de su refugio como si él fuese un fugitivo, le había iniciado en el desplazamiento de otra América totalmente distinta, la hija y la década que convirtieron en añicos su forma particular de pensamiento utópico, la peste de América infiltrada en el castillo del Sueco e infectando a todos sus moradores. La hija que le llevaba fuera de la ansiada pastoral americana para conducirle a cuanto era su antítesis y su enemigo, a la furia, la violencia y la desesperación de lo contrario a la pastoral, a la fiera americana indígena."

Seguro que a más de uno en la Academia Sueca se le puso semblante cariacontecido cuando se conoció el deceso de Philip Roth el año pasado. No es tanto que Roth necesitase del Nobel como que el Nobel necesitaba de Roth. Algunos pensarán que exagero. Dirán que el premio más importante de las letras no necesita galardonar a este o aquel autor, que la entidad del galardón se sustenta sobre sí misma. Pero pienso que se equivocan. El estatus de un premio literario se nutre de los escritores que lo ganan. De la misma manera que un sistema judicial es lo que es debido a las sentencias que dispensa, el Nobel es lo que es debido a los escritores que engrosan su palmarés. Llegados a un punto, se produce una simbiosis. Y su equilibrio descansa en el buen hacer del jurado, en la adecuada selección de los autores. En ese instante, el premio también ensalza al escritor y lo eleva a un nuevo nivel de popularidad y reconocimiento. Pero para que el sistema funcione, el jurado debe hacer bien las cosas. Y con Roth no las hizo. Aunque, como digo, tampoco es que Roth lo necesitase.

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