domingo, 24 de marzo de 2019

(1986) Stephen King - It



"Flotan —dijo—. Aquí abajo todos flotamos. Muy pronto, tu amigo también flotará."

Siempre he pensado que uno de los pecados de Stephen King como escritor es su incontinencia narrativa. La mente del escritor norteamericano es una olla a presión de personajes e historias. Su capacidad para crear universos y geografías narrativas está fuera de toda duda. Pero dicho esto, la controversia automáticamente salta directamente al verde del tapete: ¿Hasta qué punto todo lo que nos cuenta King en sus libros es necesario con relación a los efectos que pretende lograr en los lectores? Pregunta escurridiza...

No es una pregunta sencilla de responder porque todo libro se asemeja a una cebolla en el sentido de que permite abarcar diferentes niveles de interpretación, todos ellos coexistentes y superpuestos entre sí. Puede que lo que como lector consideres irrelevante obedezca a un plano interpretativo que no has conseguido vislumbrar. Por ello, la pregunta cobra la forma de un órdago: para el autor, porque cuestiona su pericia; para los lectores, nosotros, porque cuestiona nuestras entendederas. Resulta imposible lanzar la pregunta al aire y esperar que tanto el autor como el lector salgan vivos al mismo tiempo. Hay preguntas que se parecen a la ruleta rusa y que sería mejor no disparar por prudencia. Aunque también es cierto que la prudencia nunca ha sido el principal activo de este blog. Así pues, disparemos.

Digámoslo claro: a veces King se pierde. Se pierde en el detalle, en los inextricables vericuetos que sus historias le permiten desarrollar. Es como el niño glotón incapaz de decir que no al delicioso pastelito de chocolate que tiene delante, a la madeja narrativa de la que tirar para ver qué surge de ella. En su escritura, la completitud y la pretensión de totalidad acostumbran a colisionar frontalmente con la eficacia y la economicidad narrativa. Su curiosidad por descubrir las posibilidades que sus relatos le ofrecen tiende a hacer que su narrativa aborde asuntos irrelevantes. En otras palabras: a King le gusta irse por las ramas. Y mucho, pero le queremos igualmente. Porque, ¿es esto malo? No necesariamente.

Desde luego, no lo es en la medida en que los propósitos que rigen el sentido interno de sus historias no se vean radicalmente distorsionados. Y no lo es mientras lo que nos cuente sea interesante de suyo y no nos aburra. A veces King consigue conmovernos y atemorizarnos con los elementos de sus relatos que en un primer momento parecían innecesarios. Y es entonces cuando descubrimos verdaderamente la magia de su narrativa. Una magia de la que It supone una de sus más palmarias demostraciones.

Porque It aparenta ser una novela de terror, pero es mucho más que eso. Es una novela que trasciende los confines del género en el que se inscribe para presentarnos una fascinante representación de la maldad, el tránsito de la niñez a la adultez y la fortaleza de la condición humana. Pero vayamos por partes.

It nos traslada a Derry, un pueblo ficticio ubicado en Maine, cerca de Bangor —lugar de residencia real del propio Stephen King—. Un pueblo que en 1985 se ve asolado por una epidemia de asesinatos para la que las autoridades son incapaces de encontrar una explicación y cuyas principales víctimas son adolescentes y niños. Pero, al mismo tiempo, It nos traslada a 1958, también en Derry, donde se produce una serie de asesinatos de idénticas características. El nexo de unión entre ambas épocas es un grupo de amigos, el club de los perdedores, y una entidad misteriosa que parece ser la responsable de la cadena de asesinatos.

Como novela de terror, It nos ofrece una representación fascinante de la maldad. Eso es una entidad que no es de este mundo y que se remonta al origen de los tiempos. Vive en las profundidades de la ciudad y atormenta periódicamente a sus habitantes en ciclos que se repiten cada veintisiete años. Su apetito es insaciable y es capaz de adoptar múltiples formas de acuerdo a los miedos más íntimos de sus víctimas. Sin embargo, se desconoce su auténtico aspecto, a pesar de que la representación más común que adopta es la de un payaso. Además, es capaz de influir en la voluntad de las personas, lo que le permite tanto vivir sin ser molestado como aprovechar la maldad intrínseca de ciertos individuos en su propio beneficio. La herencia lovecraftiana en It, por tanto, es obvia.

Pero, como decía, It posee la ambición necesaria para trascender las coordenadas de la novela de terror. Al leer la novela de King, es inevitable pensar en producciones como Los Goonies o la más reciente Stranger Things, es decir, aquella ficción de aventuras típicamente ochentera. Pero It también es más que eso. Porque It es ante todo el relato acerca de cómo un grupo de niños se hacen amigos y hacen frente a sus problemas desde la cooperación y el apoyo mutuo. Bill Denbrough, Ben Hanscom, Beverly Marsh, Richie Tozier, Eddie Kaspbrak, Mike Hanlon y Stan Uris, el club de los perdedores, hacen frente en su niñez al bullying, el maltrato en el hogar y la soledad. Y lo hacen descubriendo el valor de la amistad, de la camaradería, transitando juntos el camino hacia la madurez, superando a través de la cooperación y el apoyo mutuo las dificultades que les depara la vida. Resulta inevitable no conmoverse con determinadas situaciones pergeñadas por King y afrontadas, con mayor o menor acierto, por sus personajes. Horror costumbrista, podríamos llamarlo.

"El niño ciego de nacimiento no sabe que es ciego mientras no se lo digan. Aun entonces tiene sólo una idea muy académica de lo que significa la ceguera. Sólo quienes han podido ver anteriormente comprenden de verdad qué es eso. Ben Hanscom no tenía la sensación de estar solo porque nunca había vivido de otro modo. Si aquello hubiera sido algo nuevo o más localizado, habría podido comprenderlo, pero la soledad abarcaba toda su vida y, a la vez, la superaba."

Ambos aspectos de It, su naturaleza terrorífica y su vertiente como novela de formación o aprendizaje, son coordinados a la perfección. King traza un paralelismo entre los miedos de los que se nutre Eso y los temores que sufren los chavales en su vida cotidiana, de forma que el horror cósmico se da la mano con la crítica social. Creo que éste, sin duda, es el mayor acierto del libro.

Porque en It hay bastantes elementos para una crítica social: acoso escolar, maltrato familiar, violencia conyugal, familias desestructuradas, homofobia, racismo, etc. Stephen King introduce esos ingredientes con sutileza, jugando con las distintas épocas en las que se ubica la narración, sin convertir su obra en un panfleto, supeditando en todo momento esos componentes a los propósitos narrativos de la historia que trata de contarnos. Y la jugada le sale redonda. Todos esos elementos completan el relato acerca de la misteriosa entidad que es Eso, pues constituyen su correlato en el terreno mundano. No hace falta apelar al horror cósmico para ponernos la piel de gallina como lectores. Y King es perfectamente consciente de ello.

Uno de los elementos que contribuyen a dotar a It de esa atmósfera tan especial lo conforma la propia Derry y sus gentes. Derry es un pueblo que bajo su fachada de aparente normalidad esconde secretos y traumas inconfesables, como en la secuencia inicial de Terciopelo azul. King nos lo cuenta en una serie de interludios que dotan de contexto a las historias ambientadas en 1958 y 1985 y que corren a cargo del bibliotecario Mike Hanlon, el único miembro de el club de los perdedores que no emigra del pueblo en la edad adulta. En ellos, Hanlon nos narra la historia de la localidad desde la época de los primeros colonos hasta los años cincuenta del siglo XX, relacionando la existencia de Eso con los eventos convulsos vividos en el pueblo a lo largo de su historia. La mayoría de los interludios rayan a gran altura y se encuentran entre lo mejor del libro, tanto narrativamente como por el correlato que establecen con la historia de Estados Unidos.

"Para saber qué es un lugar, creo necesario saber qué fue."

Sin embargo, no todo en It es redondo. A pesar de que en un primer momento el grado de interés que despiertan las dos historias que componen la novela es parejo, pasada la mitad del libro la narración acaecida en 1985 se torna extremadamente dependiente de la acontecida en el pasado. Los personajes en el presente se limitan a recordar lo ocurrido en el pasado, de forma que vuelven irrelevante todo lo que ocurre alrededor de ellos. Esa descompensación lastra el volumen, que no es precisamente pequeño. It es un mamotreto que oscila entre las mil cien y las mil quinientas páginas, depende de la edición que escojamos, por lo que el efecto de esa descompensación tiene un carácter multiplicativo.

Con todo, It es una lectura absorbente, cuyas virtudes superan claramente a sus defectos. Es capaz de aunar una cosmogonía parcialmente sugerida (desarrollada en otras obras del autor), el terror de raigambre lovecraftiana, la crítica social y una de las apologías de la amistad más honestas que pueda encontrarse ahí fuera. El misterio y el temor que despiertan Eso en el lector solo es comparable al cariño que se le acaba cogiendo a cada uno de los personajes. Llegado un punto, resulta difícil discernir qué es lo que acaba motivándonos a seguir con la lectura, si el componente terrorífico o el componente costumbrista del relato, si el aspecto previsible de la historia o el a priori irrelevante. Y esa es, sin duda, la mayor victoria de King con esta obra: hacer lo previsible imprevisible a través de la conversión de lo irrelevante en relevante.


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1 comentario :

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