lunes, 22 de abril de 2019

(2017) Juan Soto Ivars - Arden Las Redes



"La concepción clásica de la censura requería un poder totalitario y unas leyes que la sustentasen, pero lo que llamo poscensura es un fenómeno desordenado de silenciamiento en medio del ruido que provoca la libertad."

Parece que hayan pasado eones desde que Peter Drucker acuñara la noción de sociedad del conocimiento, esa utopía en la que las restricciones del sistema capitalista serían superadas merced al acceso inmediato e ilimitado a la información por parte de todos los individuos. El grado y alcance de esa transformación no se limitaría al propio sistema económico, sino que desbordaría sus fronteras para transformar la propia sociedad, desde el acceso al poder —pues la información es poder— hasta las distintas maneras de relacionarnos entre nosotros. Uno de los corolarios que podía extraerse de estas ideas era el de concebir la sociedad del conocimiento como una suerte de comunidad de personas sabias. Bendita ingenuidad.

La implantación de Internet entre el gran público a finales de los noventa hizo creer a muchos que estas ideas eran realizables. Internet posibilitó la creación de una enciclopedia abierta y gratuita, Wikipedia, que pese a sus defectos, ha extendido el acceso al conocimiento más que cualquier otra herramienta en los últimos siglos. También se creó un vasto tejido de páginas web con el que informarse de los asuntos más variopintos, foros de debate con los que intercambiar opiniones y, más recientemente, redes sociales con las que mantener un contacto más estrecho con nuestros conocidos. Internet como la gran promesa emancipadora. Al menos, sobre el papel...

Porque en Internet el tiempo discurre a otra velocidad. Y no me refiero al tiempo que malgastamos compartiendo memes. El optimismo ingenuo que muchos abrazamos en su momento ha trocado en  una suerte de realismo de tintes pesimistas. Y lo ha hecho a velocidad de vértigo. O si no que se lo digan a Tay, la inteligencia artificial de Microsoft que abrazó el nazismo después de un día interactuando en Internet. Lo cierto es que el acceso inmediato e ilimitado a la información no ha traído consigo la aparición de una ciudadanía inmediata y plenamente informada. Y la existencia de foros y redes sociales no ha propiciado la circulación e intercambio de argumentos y opiniones distintas, sino el enrocamiento en comunidades de usuarios con pensamientos afines. Cámaras de eco en vez ágoras. Está claro que algo ha fallado, que estamos lejos de ser una sociedad del conocimiento, aunque es difícil discernir qué es lo que ha salido mal. Los síntomas se manifiestan aquí y allá, pero no son homogéneos y parecen responder a una multiplicidad de causas que dificulta sobremanera el análisis. Precisamente en torno a uno de esos síntomas gira Arden Las Redes, un ensayo publicado por Juan Soto Ivars en 2017 en torno a ciertas dinámicas perversas que se producen en las redes sociales.

Para quien no lo conozca, Soto Ivars nació en Águilas, un pueblo de Murcia, y ha publicado varias novelas y ensayos. Actualmente escribe para el medio digital El Confidencial, donde a veces le leo abordar distintos temas de actualidad en su columna semanal España is not Spain. En sus artículos acostumbra a adoptar cierta distancia irónica en los temas que trata. Pero bajo su aparente tono frívolo suelen esconderse importantes cargas de profundidad. Ha criticado los excesos del bipartidismo, del independentismo, de Vox, de Pablemos o de las feministas radicales, por poner solo unos ejemplos. Es lo que se suele llamar un equidistante, ese apelativo que las mentes polarizadas arrojan a aquellos que se resisten a ser integrados en sus rígidas visiones del mundo.

En 2016 su nombre apareció bastante en la prensa —no perteneciente al grupo Prisa— a cuento de su despido fulminante de la plantilla del suplemento Tentaciones, de El País. El motivo del despido fue la inclusión de un acróstico en el que sería su último artículo en la revista. El acróstico decía lo siguiente: "Cebrián es un tirano como Calígula". La razón que le llevó a hacerlo fue la indignación por el comportamiento del, por entonces, comandante en jefe de Prisa. Cebrián había amenazado con denunciar a los periodistas de La Sexta, eldiario y El Confidencial por las informaciones publicadas en torno a la implicación de su ex mujer, Teresa Aranda, en la trama de los Papeles de Panamá. El murciano podrá ser equidistante en muchos asuntos, pero ya dejó claro que con las libertades de prensa y expresión no se juega. O no se debería jugar, porque como demuestra su libro, constantemente nos pasamos el respeto por la libertad de expresión (ajena) por el Arco del Triunfo en nuestras interacciones en Internet.

"George Orwell escribió que «si la mayoría de la gente está interesada en la libertad de expresión, habrá libertad de expresión, incluso si las leyes la persiguen». Sin retorcer sus palabras, se puede extraer la conclusión inversa: si la mayoría de la gente deja de estar interesada en la libertad de expresión, dejará de haber libertad de expresión, incluso aunque las leyes la permitan." Con esta contraposición comienza Arden Las Redes, un ensayo que rastrea las dinámicas existentes en torno a la libertad de expresión en las redes sociales.

Todo libro que aborde los problemas de la libertad de expresión termina hablando de la censura. Arden Las Redes no es diferente. A fin de cuentas, toda escala que pretenda ya no medir, sino captar el carácter cualitativo de un fenómeno, se ve abocada a discriminar. Distinguir dentro del espectro de lo que sea enunciable entre libertad de expresión y censura es una decisión tan razonable como distinguir dentro del espectro del PH entre bases y ácidos. No obstante, vivimos tiempos líquidos, como bien decía Bauman. Tiempos en los que fenómenos importantes se escapan por las rendijas de las clasificaciones dicotómicas tradicionales. La novedad de Arden Las Redes en torno a estos asuntos descansa en haber sido capaz de colocar una palangana debajo de la rendija para captar todo aquello que escapaba a nuestra antigua clasificación. Captar los grises y, a continuación, ponerles nombre. A saber: poscensura. En palabras de Soto Ivars:

"La poscensura se diferencia de la censura en que no necesita el concurso del poder. No es un movimiento de masas ni tampoco un ataque deliberado contra la libertad de expresión emprendido por la hegemonía política, sino ruido blanco. No conduce al silencio, sino que provoca miedo a expresar ciertas ideas, que desaparecen en medio del jaleo permanente. El fenómeno surge de la convergencia de movimientos sobre los que me extenderé más adelante: las redes sociales, la crisis de la prensa y la guerra cultural. No necesita órdenes ni leyes que la sostengan. Vigila sin descanso las ideas disolventes y suprime líneas de texto de forma arbitraria, sin necesidad de contratar funcionarios. Crece de manera desorganizada e imprevisible en un movimiento que recuerda a la formación de los atascos de tráfico. La chispa que pone en marcha su motor es la ofensa. Por eso, en esencia, hay algo en la poscensura que no es nuevo."

La poscensura de la que nos habla Soto Ivars es una censura de baja intensidad porque no es vertical a la manera clásica. En ese sentido, acostumbra a pasar por debajo del radar. Emerge de las interacciones entre iguales en redes sociales y responde no a un patrón prefijado sino anárquico, al menos parcialmente. Sus consecuencias más inmediatas son toda clase de linchamientos a todo individuo que ose cuestionar, tácita o conscientemente, el canon o la ortodoxia imperante. A veces ni eso, regodeándose en el malentendido. La ceguera es, pues, otra de sus características, aunque en eso no se diferencia de la censura tradicional.

Estoy totalmente de acuerdo con la elocuente definición del autor citada más arriba. Bueno, excepto en un punto: creo que la poscensura es intrínsecamente un movimiento de masas. Y creo que esta característica es crucial porque entronca con lo que creo que es la característica más importante del fenómeno: que no es más que un subtipo de acción directa.

La acción directa es el tipo de actividad autoorganizada por un grupo (o masa en una acepción débil) que decide defender sus intereses sin delegar en instancias ajenas. Es uno de los medios que la visión de la democracia republicana ofrece al pueblo para darles voz, en oposición a los instrumentos de la democracia liberal, donde todas las acciones se delegan excepto el voto. La acción directa en principio es positiva, pues de ella emanan derechos tan asentados como los de huelga o manifestación, que constituyen un importante contrapeso para el ejercicio del poder por parte de los representantes. Pero puede generar dinámicas perversas. En ese sentido, no veo esencialmente diferente un escrache en una universidad de una campaña de acoso y derribo en Twitter que promueva el boicot a la figura pública de turno. Como la acción directa no es nueva, tendríamos que decir que el nacimiento de la poscensura es antiguo. Pero puesto que el propio autor en su definición admite que el fenómeno no es nuevo, tampoco considero demasiado relevante esta crítica.

Dejando a un lado cuestiones de matiz, Arden Las Redes no se limita a presentar la definición de un fenómeno y, a continuación, enumerar la lista de agradecimientos a las personas sin las cuales el libro no hubiese sido posible. Podría haberlo hecho, ojo, y el libro hubiese sido igualmente bueno. Considero el concepto, de verdad, valioso. Pero no lo hace —conste en acta—. Por el contrario, traza un recorrido histórico y conceptual que va desde la visión más tradicional de la censura, aquella que emana de un poder político consolidado, hasta las manifestaciones contemporáneas en redes sociales. Soto Ivars nos presenta los casos de Bulgakov en la URSS o Umbral y Ridruejo en la dictadura franquista para ilustrar los distintos mecanismos de la censura tradicional, y a continuación los de Hernán Migoya, María Frisas, Guillermo Zapata o Jorge Cremades, entre otros, en el contexto de la poscensura actual, sirviéndose de todos ellos para profundizar en cada uno de los conceptos que vertebran su definición, indagar en los mecanismos psicológicos que lo posibilitan, e identificar algunas de las causas que dan como resultado su concepción, con especial énfasis en la crisis de la prensa y la guerra cultural.

Si considero valioso el concepto de Poscensura, y por extensión Arden Las Redes, es porque me parece que ilustra elocuentemente una de las manifestaciones de la dinámica de polarización ideológica actual, donde nadie quiere saber nada de las ideas de sus adversarios ideológicos y donde la consecuencia de este estado de cosas es que el debate de ideas resulta prácticamente inexistente. El corolario de todo esto es que estamos más lejos de la Sociedad del Conocimiento que hace veinte años. Paradójicamente, porque desde un punto de vista tecnológico estamos más cerca de ella que nunca antes en la Historia. Mientras tanto, personas que se arroban la potestad de erigirse en representantes de ciertos grupos conformados en virtud de tales o cuales rasgos diferenciales, y que se apropian de la voz de los individuos que integran esos colectivos para sus propios intereses, han encontrado en el altavoz que proporcionan las redes sociales un ecosistema en el que crecer y extenderse. Supongo que es el precio de la libertad, aunque no oculto mi sospecha de que hay algo más. Como decía Kurt Vonnegut, en boca de su personaje Winston Niles Rumfoord de Las Sirenas de Titán, "no hay razón para que el bien no pueda triunfar con tanta frecuencia como el mal. El triunfo de algo es cuestión de organización. Si existen lo que se llama ángeles, espero que estén organizados siguiendo los métodos de la mafia". Pues bien, algo de eso hay hoy en día en las redes sociales, y el libro de Soto Ivars lo demuestra para todo aquel que quiera verlo.

No obstante, Arden Las Redes me ha dejado un tanto insatisfecho, aunque por razones que no puede imputárseles ni al libro ni al autor. No sé si es cosa mía, pero tengo la sensación de que los linchamientos que enumera Soto Ivars, incluso los más recientes como el de Cremades, han sucedido hace un montón de años. Al mismo tiempo, tengo la sensación de que otros que han ocurrido hace poco deberían estar... hasta que me doy cuenta de que hay ciertas limitaciones temporales que lo impiden. Definitivamente, en Internet el tiempo discurre a otra velocidad...


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