domingo, 28 de abril de 2019

(2009) Stephen King - La Cúpula



"Y entonces, mientras Barbie tomaba conciencia de que técnicamente él estaba al mando de esos hombres, el sargento Hackermeyer agarró a uno de los retenidos de la kufiya deshilachada, la única prenda que llevaba puesta, y lo puso contra la pared y le apuntó a la cabeza con la pistola e hizo una pausa y nadie dijo «No» en la pausa y nadie dijo «No lo hagas» en la pausa y el sargento Hackermeyer apretó el gatillo y la sangre impactó contra la pared como lo ha hecho durante tres mil años y más, y eso fue todo, adiós, Abdul, no te olvides de escribirnos cuando estés desvirgando a esas vírgenes."

Cuenta Stephen King al final de La Cúpula que la idea para la novela se le ocurrió en 1976, pero que decidió abandonar el proyecto con el rabo entre las piernas «tras dos semanas de trabajo que dieron como fruto unas setenta y cinco páginas». No fue el gran número de personajes el motivo de la renuncia de King a continuar con el manuscrito —es de sobra conocida su pericia para manejarse con historias con altas densidades de población—, sino los detalles técnicos de la historia en lo referente a las consecuencias ecológicas y meteorológicas de la Cúpula. «Me sentí abrumado» y «el hecho de que esas cuestiones revistieran el libro de una gran importancia para mí hizo que me sintiera un cobarde, y un vago, pero me aterraba la posibilidad de fastidiarla», nos cuenta en esa breve nota final.

Nada de esto es nuevo en la obra de King. Al bueno del autor de Maine parece que le gusta eso de remover en el baúl de los libros olvidados. Y es que algo parecido le sucedió con 22/11/63, su novela de 2011 que reseñamos hace unas semanas en este blog. En aquella ocasión, el germen de la idea se le ocurrió en 1972. Descartó el proyecto a causa de la ingente labor de investigación que hubiese comportado para un, por aquel entonces, atareado profesor a jornada completa. Pero había algo más también: el asesinato de Kennedy aún estaba reciente en la memoria colectiva. Abordarlo en una obra de ficción especulativa comportaba un tabú cuyo precio no estaba dispuesto a pagar por aquel entonces.

Tanto La Cúpula como 22/11/63 obedecen a una génesis similar: la del rescate de una vieja idea que fue descartada en el pasado. Sin embargo, ambas obras están cortadas por un patrón muy diferente. Mientras que la segunda lograba enganchar al lector por medio de un uso inteligente del contexto histórico y la trabazón de una serie de subtramas de las que se servía King para presentarnos un personaje que terminaba por encontrar su lugar en el mundo en una época que no le pertenecía, La Cúpula acaba hincando la rodilla en cada uno de los grandes objetivos que se propone.

La Cúpula parte de una premisa tan sugerente como misteriosa: en los límites comarcales de un pequeño pueblo de Maine (Chester's Mill) se erige una barrera invisible y semipermeable de origen desconocido que aísla el municipio del resto del mundo. Sin avisar y de un momento para otro. A partir de esa idea, King construye una historia cuyos ejes principales son la deriva fascista de una sociedad condenada a la escasez de recursos y, por tanto, a la autarquía, y la resistencia heroica de un puñado de personajes ante ese estado de cosas. Al mismo tiempo, se erige como una fábula sobre el significado de la violencia, el poder, la crueldad y la compasión. Pero, os lo aseguro, todo lo que digo suena mejor de lo que en realidad acaba siendo.

El principal problema que tiene el libro es que es demasiado ambicioso para los mimbres con los que está construído. King intenta levantar un imponente edificio narrativo con pilares demasiado débiles. Y es que la sociopolítica en la novela deja bastante que desear. No es la densidad de personajes de La Cúpula, abundante y rica, el problema, sino su tratamiento, tosco y caricaturesco. La deriva fascista que nos presenta King en su libro se articula en torno a las figuras de dos representantes políticos que, en palabras del autor norteamericano, son un remedo de la dupla Bush-Cheney. Hasta ahí bien. Todos recordamos cómo aquella administración metió a EEUU y sus socios internacionales (cof, cof...) en campañas bélicas arbitrarias. Pero la incompetencia y la maldad en los trasuntos novelescos de aquel infausto dúo son exagerados, poco creíbles y poseen un cierto afán de burla que no casa con el espíritu dramático de la obra. Sanders (Bush) es cándido, afable y tiene la inteligencia de un niño de diez años, mientras que Rennie (Cheney) es una suerte de cruce bastardo entre Al Capone y Ned Flanders. La disonancia resulta estridente, y sus efectos se contagian irremediablemente a lo que King pretende contarnos. Pues, en último término, la implantación del fascismo es un asunto de psicología de masas. Pero masas dirigidas verticalmente. Si el vértice no resulta creíble, el comportamiento colectivo tampoco lo será.

Por si fuera poco, la panoplia de personajes, como hemos dicho, es vasta. Pero esta cualidad solo se aprovecha para tejer un universo narrativo con el que dotar de ritmo a la novela. En todo momento ocurren cosas. La falta de entretenimiento o dinamismo, pues, no es un defecto de La Cúpula. Pero la inmensa mayoría de los personajes son unidimensionales, sus motivaciones a menudo resultan arbitrarias y, en consecuencia, resulta difícil emocionarse con las peripecias que les tiene reservadas el destino.

El otro gran problema del que adolece La Cúpula es el grado de precipitación de los acontecimientos. Las más de mil páginas de las que se compone el libro se desarrollan en un lapso de tiempo de apenas siete días. Las elipsis son inexistentes y todo parece ocurrir en una carrera contra el reloj. Esta característica funciona bien en ciertos momentos, especialmente en la primera mitad de la obra, pero despoja de realismo otras situaciones y acaba por hacer que King incurra en ciertos subrayados narrativos que resultan bastante molestos para el lector. Esto, además, contrasta con el desenlace del libro, más propio de una novela corta que del mamotreto al que pertenece. Desenlace que, dicho sea de paso, resulta bastante insatisfactorio.

No todo es malo en La Cúpula, de todos modos. Como ya hemos dicho, el ritmo durante la mayor parte de la obra es bueno. No te vas a aburrir leyendo el libro, te doy mi palabra, pues King sigue sabiendo cómo captar la atención del lector. El libro posee un inicio espectacular y algunos momentos memorables. Destacan especialmente algunas piezas breves, con personajes que no aparecen en más de un párrafo, donde King sintetiza en unas pocas frases todo el absurdo de la existencia.

"En God Creek Road, Bob Roux había estado recogiendo patatas. Volvía a casa a la hora de la comida (más conocida en esa zona como «armuerzo»), sentado a horcajadas en su viejo tractor Deere y escuchando música en su iPod recién estrenado, regalo de su mujer por el que acabaría siendo su último cumpleaños. Su casa se hallaba a tan solo ochocientos metros del campo en el que había estado cavando, pero, por desgracia para él, el campo estaba en Motton y la casa en Chester's Mills. Chocó contra la barrera a veinticinco kilómetros por hora mientras escuchaba a James Blunt cantar «You're Beautiful». Apenas tenía que coger el volante, pues veía toda la carretera hasta su casa y no había nada en ella. Así que cuando el tractor chocó y se quedó clavado y la cosechadora de patatas que llevaba atrás se levantó en el aire y volvió a caer con fuerza, Bob salió disparado por encima del motor y chocó directamente contra la Cúpula. Su iPod explotó en el amplio bolsillo delantero de su peto, pero él no llego a darse cuenta. Se partió el cuello y se fracturó el cráneo contra la nada con la que se había estrellado, y murió en el suelo poco después a causa de una enorme rueda de su tractor, que seguía girando. Ya se sabe, nada funciona como un Deere."

¿Pero es esto suficiente? Es difícil contestar afirmativamente. La Cúpula es una novela desoladora. Por momentos, consigue contagiar al lector de un espíritu pesimista y provocar su rebelión ante la injusticia y la arbitrariedad de las cosas. Pero esto lo logra, la mayor parte del tiempo, a costa de ser ella misma injusta y arbitraria. King vertebra una fábula sobre la crueldad y la compasión cuyo pilar último resulta tan endeble que termina por viciar todo aquello que el autor nos quiere contar. Y es una pena, porque la premisa daba mucho juego.


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