"Y le preguntó Jesús, diciendo: ¿Cómo te llamas? Y él dijo: Legión. Porque muchos demonios habían entrado en él. Y le rogaban que no los mandase ir al abismo. Había allí un hato de muchos cerdos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejase entrar en ellos; y les dio permiso. Y los demonios, salidos del hombre, entraron en los cerdos; y el hato se precipitó por un despeñadero al lago, y se ahogó. Y los que apacentaban los cerdos, cuando vieron lo que había acontecido, huyeron, y yendo dieron aviso en la ciudad y por los campos. Y salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio; y tuvieron miedo. Y los que lo habían visto, les contaron cómo había sido salvado el endemoniado."
Lucas 8:30–36
Cuando en 1866 un Dostoievski asolado por las deudas tuvo que recurrir a los servicios de una taquígrafa para redactar en tan solo 26 días la novela El Jugador, saldando con ello una obligación cuya multa lo hubiera despojado de todo su patrimonio literario en beneficio de sus acreedores, seguramente no barruntaba la posibilidad de que esa muchacha de mirada inquisitiva podría llegar a convertirse en su esposa. O tal vez sí, y demasiado bien quizá, pues apenas redactado el libro, se casaron solo unos meses más tarde, en febrero de 1867. Dostoievski, entonces, prometió a su esposa un viaje por Europa, cuna de las nuevas ideas, con toda la pompa y el lujo que solo el convencimiento del apostante y la credulidad de la enamorada eran capaces de justificar en virtud de los ingresos efectivos del nuevo hogar. El viaje se prolongó cuatro años, durante los cuales el matrimonio tuvo que sobreponerse al fallecimiento de su primogénita Sonia apenas tres meses después de su nacimiento. Ni que decir tiene que las condiciones económicas no fueron las prometidas y, en palabras de Anna Grigórievna Snítkina, vivieron en "relativa pobreza" durante todo ese tiempo. Sin embargo, y a pesar de la adversidad, el matrimonio permaneció unido, dando como frutos otros dos vástagos. En 1869, y tras la publicación de El Idiota, el matrimonio recibiría en Dresde la visita de Snitkin, hermano de Anna, y sería entonces cuando propiamente comenzaría la historia de la redacción de "Los Demonios".
A Dostoievski la impresión que le causó su cuñado fue magnífica. El joven estudiante de agronomía relatábale cómo era la vida universitaria e intelectual de la capital. Dostoievski prestaba especial atención a los detalles concernientes al movimiento nihilista, que avanzaba con paso firme entre los estudiantes de las universidades rusas a través de la formación de grupúsculos independientes, creando sociedades en la clandestinidad. En aquellos relatos el novelista ruso a buen seguro encontraría ecos de su pasado revolucionario, aquel que en su juventud le hizo simpatizar con el Círculo Petrashevski, una inofensiva reunión de intelectuales a modo de tertulia literaria en la que se trataban los tópicos del pensamiento liberal, pero también el de los socialistas utópicos e incluso Hegel, para criticar, desde una perspectiva más bien teórica, la autocracia zarista, el sistema de servidumbre ruso y, en general, todas las anquilosadas estructuras que acercaban a Rusia más a una nación feudal que a otra cosa. Dicha simpatía le valió una condena a muerte que solo sería rebajada en el último momento por diez años de trabajos en Siberia. A la vuelta, Dostoievski renegaría de muchas de sus ideas progresistas anteriores y abrazaría la fe en el evangelio como unión de destino de la nación Rusa. No obstante, los relatos de Snitkin seguramente lograrían despertar en él el fuego de la nostalgia.
Por aquellas mismas fechas, un rumor se extendía como la pólvora, escandalizando a los socialistas de toda Europa: uno de aquellos grupos secretos, presidido por un tal Necháyev y autodenominado "La Venganza del Pueblo", había ajusticiado con la pena de muerte a uno de sus miembros, acusado de traición. El cadáver del estudiante Ivanov había sido encontrado flotando en el embalse de Moscú atado de pies y manos. Las muestras de repulsa no se hicieron esperar y Bakunin no tardaría en alejarse de él. Las ideas de Necháyev nunca estuvieron plenamente definidas y su asociación con un credo ideológico es discutida entre los historiadores y politólogos: a veces parece simpatizante del anarquismo, en ocasiones del socialismo. Su obra parece una apología del terrorismo, pero en ocasiones sin objetivo social ulterior, como en una especie de rabia adolescente mal encauzada. Marx y Engels lo catalogarían de personaje infame, sin paliativos.
Dostoievski puso el grito en el cielo cuando la noticia llegó a sus oídos. El asesinato ejemplificaba la inmundicia y el sinsentido que, según él, encarnaban las nuevas ideas revolucionarias. Guiado por la ira, y tratando de desenmascarar la villanía implícita en dichas doctrinas, nacería "Los Demonios", la novela más pretendidamente política del escritor ruso.
"Perdóname, padre, por esa confesión estúpida, pero, vamos, tienes que reconocer que aunque las cartas me las mandabas a mí, en realidad las escribías para la posteridad, conque a ti te da dos cuartos de lo mismo... Bueno, bueno, no te enfades, que al fin y al cabo somos familia. Ahora bien, esta carta, Varvara Petrovna, esta carta sí la leí hasta el final. Estos pecados, señora, estos pecados ajenos quizá no pasen de ser nuestros propios pecadillos, y apuesto que son de lo más inocentes; pero de pronto se nos ocurre hacer de ellos un lance imaginario con su punta de autosacrificio; más aún, es para poner de relieve el autosacrificio para lo que se inventa el lance."
Uno de los problemas que tiene el lector contemporáneo al enfrentarse a una novela como "Los Demonios" es la dificultad que a veces tiene para distinguir la descripción de la crítica, y ésta de la parodia. Quién más quién menos haya entrado en contacto con la prosa de Dostoievski, se habrá apercibido de ese tono tan dramático suyo, con personajes que se debaten entre sufrimientos arrebatadores y congojas inefables; personajes tumultuosos, plañideros y trastornados como solo ellos pueden serlo. En esa tectónica emocional, a veces Dostoievski introduce personajes más relajados o triviales, cuando no motivos temáticos en personajes, por lo demás, plenamente angustiados. Cuesta distinguir al lector contemporáneo esos ligeros matices, esas pinceladas hechas a contracorriente que, una vez identificadas, juegan el papel, para el lector, de pequeñas boyas salvavidas, asideros flotando en el estanque enrarecido que constituyen a menudo sus personajes.
Esto sucede porque nuestra mentalidad, usos y constumbres juegan una especie de enmienda a la totalidad: a veces la afectación de los personajes nos resulta exagerada, y los motivos y causas de sus preocupaciones, desde los más triviales a los más elevados, risibles en un grado variable que atañe tanto al contenido como a su forma de expresión. Yo, que me confieso un enamorado del escritor ruso, no puedo esconderme esta clase de sensaciones algunas veces. Para solucionarlo, uno tiene que realizar el esfuerzo de trasladarse hasta la época y aceptar las reglas del juego que nos plantea Dostoievski. Confieso que, si bien a veces me resultan ridículos algunos desarrollos del escritor ruso, nunca he sentido ese problema como acuciante al encarar alguna de sus novelas. Y "Los Demonios" no es una excepción. A menudo el proceso de contextualización, por mi parte, ha sido análogo al que en una historia de civilizaciones alienígenas pueda desarrollarse. Efectivamente, para mi viajar a la Rusia de la segunda mitad del XIX es similar a viajar a una galaxia allende todos los quásares y, aceptado eso, intento desprejuiciarme por completo.
Sin embargo, viajar a la Rusia del siglo XIX no es lo mismo que viajar a la Rusia del siglo XIX según Dostoievski. El escritor ruso obliga al lector contemporáneo a un esfuerzo adicional. Y es un esfuerzo que resulta muy satisfactorio, a decir verdad. Todos sus personajes, incluso aquellos realizados desde la óptica más maniquea, resultan creíbles en grado extremo. Incluso cuando el objetivo al presentar un personaje resulta ser el desprestigio de las ideas encarnadas por él, tal desprestigio jamás se produce de forma grosera, esto es, mediante la burda caricaturización de sus argumentos o emociones. Dostoievski realiza la tarea de la defensa del acusado con la diligencia del abogado y la precisión del delineante. El ejemplo más notable sea el del Raskolnikov de Crimen y Castigo, pero todas sus novelas tienen ejemplos similares, y "Los Demonios", nuevamente, no es una excepción.
"—Si todo da lo mismo, vivir o no vivir, todos se matarán, y en eso quizá consistirá la transformación.
—Da lo mismo. Matarán el engaño. Todo el que quiera la libertad suprema debe tener el atrevimiento de matarse. Quien se atreva a matarse habrá descubierto el secreto del engaño. Más allá de eso no hay libertad; ahí está todo; más allá no hay nada. Quien se atreve a matarse es un Dios. Ahora cualquiera puede hacer que no haya dios y que no haya nada. Pero nadie lo ha hecho hasta ahora
—Ha habido millones de suicidas.
—Pero no ha sido por eso; ha sido por terror y no por eso; no ha sido para matar al terror. Quien se mate solo por eso, para matar el terror, llega en ese mismo instante a ser Dios."
Dostoievski en "Los Demonios" nos traslada a una pequeña ciudad de provincias, lejos del trasiego y la grandilocuencia de las grandes urbes como Moscú o San Petersburgo. En ella veremos desfilar a una plétora de personajes, cada cual con su propio carácter, sus vicisitudes y dependencias más o menos explícitas. El argumento durante la primera parte no parece estar claro: trata de las relaciones de Varvara Petrovna y de Stepan Verhovenski entre sí y con el entorno a lo largo de 20 años. La primera, viuda de un general de importancia en la zona y terrateniente, ostenta el poder en la sombra en la región, es dadivosa pero exigente, de sentimientos elevados pero rencorosa. El segundo, intelectual cuyo momento de gloria académica ya pasó, es liberal, desaprensivo en materia moral sin llegar al libertinaje, de carácter afable aunque acuciado por ataques de histeria. El segundo constituirá el protegido de la primera en tanto que valor cultural para la región y, quizá, algo más. Dostoievski, en esta primera parte, rehúsa plantearnos una trama elaborada en favor del desarrollo de los personajes y su psicología. Solo hacia el final de esa primera parte entrará en vereda, presentándonos a la "nueva generación". Tal generación la constituyen los hijos de los personajes anteriormente presentados: Piotr, hijo de Stepan, y Nikolai Stavroguin, hijo de Varvara Petrovna. Cínico, superficial, volátil y alter ego de Necháyev el primero, el segundo constituirá uno de los paradigmas más y mejor acabados del nihilismo. Ambos personajes serán los líderes del movimiento nihilista que pretenderán socavar el orden presnentado durante la primera parte de la novela.
El nihilismo, antes de que Nietzsche popularizara el término en el mercado filosófico en un sentido distinto al que nos ocupa, y más concretamente el nihilismo ruso, nace como término con la novela de Turgueniev —el cual también tiene un alter ego en "Los Demonios"— "Padres e Hijos" (1862), para ejemplificar el distanciamiento de la nueva generación hacia sus padres. Éstos, en su sensibilidad puramente romántica, eran observados por sus vástagos, por la nueva generación, como esencialmente hipócritas, siendo capaces de mantener los sentimientos más elevados hacia el prójimo al mismo tiempo que aceptaban la tiranía de la servidumbre y la desigualdad. Este conflicto generacional, de ruptura en la escala de valores, dio lugar al nihilismo como Zeitgeist, y bajo ese paraguas se aunaron tendencias de ruptura, a menudo profundamente irreconciliables entre sí. Liberalismo, socialismo, marxismo, anarquismo, positivismo... todo tenía cabida mientras expresara una ruptura con el pensamiento idealista anterior y abrazara el materialismo.
Lo cierto es que en "Los Demonios" el nihilismo está tratado con respeto e integridad. Se lo presenta como el fenómeno heterodoxo que es y, en esa medida, se lo trata equitativamente. Sin embargo, la caracterización de la sociedad secreta recordará a algunos a "El hombre que fue jueves" de Chesterton: caótica, deslabazada y poco seria. Todo tendrá un porqué y Dostoievski no cometerá el error de la caricaturización del contenido ideológico. Eso sí, su crítica será implacable. Y en la medida en que no sea una crítica ideológica, ésta será una crítica ad hominem.
"Todo eso de los cargos y el sentimentalismo es buen cemento, pero hay algo todavía mejor: convenza a cuatro miembros del grupo de que maten al quinto con pretexto de que va a denunciarlos a la policía y enseguida los tiene usted atados, hechos un ovillo a consecuencia de la sangre derramada. Serán esclavos de usted y no se atreverán a rebelarse ni a pedir cuentas. ¡Ja, ja, ja!"
Ya hemos comentado algo de los personajes más importantes. Aún queda por referir a uno de los secundarios más conmovedores, no de la novela, sino de toda la historia de la literatura: Kirillov. Nihilista de carácter cósmico y raigambre schopenhaueriana, con razón ha sido descrito como el eslabón perdido entre Kierkegaard y el existencialismo. Personaje absolutamente impenitente, anticipa alguna de las ideas de Nietzsche y las extrapola al tema del suicidio: el suicidio como divinización de la voluntad individual. Con razón era admirado por Camus, quien hablaba de él a propósito del suicidio lógico en "El mito de Sísifo". Sus momentos de protagonismo engullen como un agujero negro el atractivo del resto de personajes y tramas. Y una de las razones por las que esta novela no sea absolutamente redonda es, precisamente, el hecho de que Kirillov sea un secundario y no el protagonista absoluto.
Llegados aquí, solo me queda justificar por qué cuatro y no cinco estrellas. La principal razón ya ha quedado dibujada y atañe al carisma no aprovechado de uno de sus personajes. Otra de las razones está asociada a la particular forma de escribir de Dostoievski. El escritor ruso acostumbraba a escribir a vuelapluma, según la inspiración personal o las prisas por cobrar de los acreedores (y la disyunción no es excluyente), y a menudo se quejaba de no contar con la calma y la tranquilidad de otros contemporáneos, sin ir más lejos, Tolstoi. Sin embargo, lo que en ocasiones es un punto a favor en muchas de sus obras, imprimiendo ese sello tan personal, tan dramático y expresivo, aquí en ocasiones torna en desarrollo deslabazado y asimétrico de la trama. Particularmente, hubiera deseado saber más de Stepan a partir de la segunda parte. Incluso de secundarios interesantes como la hermana de Shatov y protegida de Petrovna, Dasha. Dostoievski promete pero no cumple. Y en una novela de semejante dimensiones, resulta decepcionante.
Puede decirse de "Los Demonios" que hay una simbología bastante clara entre la dos generaciones en liza. Resulta meridianamente claro como cada una de las dos generaciones representa el orden precedente y la ruptura y posterior demolición del mismo. Pero, incluso aceptando eso, hay también una dialéctica muy especial entre los personajes de Petrovna y Stepan por un lado y de Piotr y Stavroguin por el otro. En el primer caso, la una, representante del orden imperante y de sus contradicciones implicícitas, el otro, el liberal que sembró el camino que recorrería la nueva generación. En el segundo caso, Piotr como el estandarte del cinismo y el oportunismo, mientras que Nikolai sería la versión tumultuosa de las ideas algún día ejemplificadas por el padre de su compañero. Bajo esta luz, resultan curiosos los destinos a los que aboca el escritor ruso a sus personajes.
"Los Demonios" ha sido entendida por la tradición como la novela deliberadamente política de Dostoievski. Rechazo esa interpretación: no hacerlo implica segar la hierba bajo nuestros pies. En mi opinión, "Los Demonios" nos habla de unos personajes en duda consigo mismos y de la existencia de determinados individuos capaces de pescar en río revuelto, aprovechando la confusión reinante para hacer que el curso del agua vaya donde ellos deseen. Creo que el motivo de la novela no es la acusación al nihilismo. Más bien creo que el escritor ruso se sirve de ella en un primer momento para mostrar la impostura de sus dirigentes. Dostoievski, por tanto, critica al nihilismo, pero no en tanto que idea, sino en tanto que producto motivado por cierta clase de personajes despreciables. Son estos personajes, comunes a todas las ideologías, a todas las épocas, el verdadero foco de la crítica dostoievskiana. Es este mensaje, más universal, con el que me quedo.
"Amiga mía —dijo Stepan Trofimovich con aguda agitación— ¿savez-vous que ese prodigioso y... extraordinario pasaje ha sido para mí un tropiezo toda la vida... dans ce livre... hasta el punto de que vengo recordándolo desde la niñez? Ahora se me ocurre una idea, una comparación. Ahora se me ocurre un sinfín de ideas. Vea usted: eso corresponde cabalmente a nuestra Rusia. Esos demonios que salen del enfermo y entran en los puercos son todos los demonios grandes y pequeños que se han ido acumulando en este nuestro grande y amado inválido, en nuestra Rusia, siglo tras siglo. Oui, cette Russie, que fai mais toujours! Pero una gran idea y una gran voluntad la escudarán desde las alturas, como a ese loco poseído por los demonios; y todos esos demonios, toda la impureza, toda esa abominación que supuraba en la superficie..., todo eso pedirá que lo dejen en los puercos. ¡Y quizá haya entrado ya! Eso es lo que somos nosotros, nosotros y ésos, y Petrusha... et les autres avec lui, y yo el primero, delante de todos, y nos arrojaremos, los delirantes y endemoniados, de un acantilado al mar y nos ahogaremos todos, y estará bien destinado porque eso es lo único para lo que servimos. Pero el enfermo sanará y «se sentará a los pies de Jesús»... y todos mirarán pasmados... Querida mía, vous comprendez après... nous comprendons ensemble."
Pues al leer tu reseña también dan ganas de leerse el libro. ¡Oh dios mío, 900 páginas!, lo dejaré para más adelante, xD. Pero que difícil es ser justo con éstos escritores rusos. Cada vez que acabas una novela de éstos, parece que has leído un libro de sociología y uno de filosofía a la vez. Y sin embargo, ¡que huella tan positiva dejan la mayoría!. Para mí, estos autores deben ser de visita obligada, pero una vez al año. Como a algunos familiares en navidad. Ja,ja,ja.
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