"Cuando el niño nació, comprendí que la palabra «maternidad» ha tenido que ser inventada por alguien que, por lo que fuera, la precisaba para el caso; y que a los que de verdad han tenido hijos, nunca se les ha podido ocurrir preocuparse de si esa palabra existía o dejaba de existir. Comprendí que la palabra «miedo» ha tenido que ser inventada por alguien que jamás lo ha pasado, y la palabra «orgullo», por alguien que nunca lo ha sentido. Comprendí que lo malo era, no ya que fueran a meter sus puercas narices en todo, sino que tendríamos que cruzar unas palabras que son como esas arañas que se descuelgan, por el hilo que sueltan por la boca, desde el techo, y que se balancean sin llegar a tocarse. Comprendí que, solo cuando la hiciera saltar a latigazos, podría su sangre confundirse con la mía en un torrente único."
Es difícil escribir una reseña que no resulte un poco absurda cuando uno trata de analizar uno de los grandes clásicos de la literatura universal. Parece que solo se pudiera optar por una de dos opciones: O rendirse a la irrefutable evidencia o atrincherarse en las barricadas de la obstinación; o arrodillarse e implorar un patético «¡todos ustedes estaban en lo cierto!» o afirmar con el convencimiento del integrista haber encontrado puerilidad donde los demás entrevieron deslumbrante genio. Aduladores que caen en la trivialidad contra negacionistas con alma de alquimistas. Por supuesto, existe una tercera opción: la de aquel que justifica una opinión intermedia tomando como base las bondades universalmente vistas por la tradición, al mismo tiempo que introduce —con la aparente inocencia del niño que en realidad actúa pérfidamente con arreglo a evitar las consecuencias de sus malas acciones—, una migaja de duda escéptica, un amago de relamerse los labios mirando al tendido mientras se tira un pedo, un prurito inalcanzable: "el libro... uf, buenísimo, de verdad... pero no me ha terminado de convencer, tiene un algo... un no sé qué que... no termina de cerrar... un poco aburrido quizá". Éstos son los peores, porque aparte de que intentan postergar lo inevitable, su juicio más íntimo, intentan quedar bien con los dos bandos, satisfaciendo a cada uno en lo suyo. Son los diplomáticos de la cultura: gente con hechuras de capitán de barco o quaterback, pero también de hombre de Estado, con altitud de miras, que saltan como plusmarquistas olímpicos a través de todas las contradicciones. Son los peores porque no son creíbles a pesar de su calculada equidistancia. En la medida en que intentan ocultar o restar importancia a su sentimiento más profundo respecto a la novela —que les resultó aburrida—, no solo minusvaloran su propia sensibilidad, sino que se sitúan en la más profunda de las contradicciones. Pues, ¿acaso hay algo más absurdo que reconocer los valores de una obra y considerarla aburrida al mismo tiempo? Vamos, piénsenlo, piénsenlo. ¡Ea! ¡Ea!
William Faulkner dijo de Mientras Agonizo que la escribió en apenas seis semanas, mientras trabajaba como bombero, en los pequeños descansos que le proporcionaban su jornada de doce horas de trabajo. Llegó a describirlo como un "tour de force". Y en verdad, el libro transmite bastante de parto doloroso. La premisa de la novela es aparentemente sencilla, cristalina incluso: Addie Bundrie, la mujer de un granjero del Misisipi profundo, muere y su familia se compromete a satisfacer su voluntad, a saber, ser enterrada en su ciudad natal, Jefferson, para lo cual emprenden un viaje que termina derivando en toda una Odisea, aciaga y tumultuosa. Como digo, la premisa es sencilla, pero su desarrollo no lo es.
El libro está narrado desde el punto de vista subjetivo de más de 10 personajes a lo largo de casi 60 capítulos. Y en un libro de apenas 200 páginas, eso son muchos capítulos; mucha carne y poca grasa. Cada capítulo es una suerte de corte discontinuo con respecto a lo anterior pues, aunque el desarrollo de la historia es lineal, los saltos hacia atrás son habituales. Además, Faulkner construye una psicología muy particular para cada uno de los personajes. Cada personaje tiene una manera de pensar y expresarse muy marcada y, sobre todo, una manera de percibir las cosas muy particular, desde el pensamiento mágico y metafórico del niño, Vardaman, hasta la abierta autoindulgencia del cabeza de familia, Anse. El libro termina por evocar una especie de perspectivismo cubista en las percepciones, que deforma y manipula los hechos según los propósitos narrativos de Faulkner, que no son sino las historias personales de sus protagonistas. En ello, el escritor americano se revela como un genio y nos muestra una nueva manera de hacer psicología: lejos de las digresiones dostoievskianas y la exposición de motivos de la novela psicológica tradicional, a los personajes los conoceremos, excepto contadas excepciones —cierto es que son excepciones importantes—, a través de los relatos del resto de personajes, como exposiciones conductistas, cada una de ellas agregando una nueva capa que se superpone a las demás. Por lo demás, la comparación con el cubismo por el ángulo desde donde se construyen las percepciones es pertinente. Pero también lo sería una comparación con las capas a aplicar en una imagen digitalizada. En ocasiones, un hecho se nos es presentado a través del flujo de conciencia de un personaje, casi como un torrente sensorial inarticulado y confuso, un cúmulo de reminiscencias y emociones, escarpado y abrupto, como una gran interjección que atraviesa el capítulo, y solo más tarde seremos capaces de dotarle de forma a través de la descripción de otro personaje, a veces con una sola frase o una sola palabra. Por ello, aunque la novela avance linealmente, constantemente da pasos hacia atrás para impulsarse. Por momentos, la narración avanza como una partida de Tetris que se le ha ido de las manos al jugador, formando extrañas e imposibles figuras en escorzo. Sin embargo, Faulkner nunca termina de perder el control y jamás pone pies en polvorosa. Uno termina el libro y todo queda perfectamente aclarado. No es un escritor tramposo, pero sí difícil. Sinceramente, creo que el mayor mérito de Mientras Agonizo es su estilo. Sin embargo, podría parecer, a través de la comparación con las capas de una imagen digitalizada, que en este libro vamos a encontrarnos con bastante redundancias, visiones de otros personajes introducidas de soslayo con el fin de aclarar o explicar una situación; que su propia voluntad de estilo es a la postre su mayor tara. De verdad que no es ése el caso. La imagen del cubismo es más pertinente para ilustrar todo esto, aunque para lograr una comprensión más eficaz, lo mejor quizá sea imaginarse un espacio tridimensional, y después tratar de reducir todas las perspectivas a una imagen bidimensional. Y es entonces cuando el símil funciona. Porque la verdad es que aclaraciones redundantes, pocas o ninguna.
De todas formas, aunque creo que los mayores logros de esta novela son formales, reducir las virtudes de este libro a esos aspectos sería como reducir las virtudes de una catedral a sus consideraciones puramente arquitectónicas, desprovistas éstas de finalidad y función. Mientras Agonizo no es un ejercicio de estilo, o no es meramente eso, pues aquí el estilo está al servicio de la función o, lo que es lo mismo, al servicio de contarnos qué tiene de peculiar esa familia Bundren. Todo el libro intenta contestar a esa pregunta.
"Estas tierras resultan duras para cualquiera, resultan duras. Ocho millas del sudor de uno, limpiadas de la tierra de Dios, de donde el mismísimo Dios le había ordenado que sudase. En ninguna parte de este mundo pecador puede un hombre honrado y trabajador sacar nada de provecho. Los que se benefician son esos que tienen las tiendas en las ciudades, que no sudan, que viven a costa de los que sudan. No los que trabajan de firme, no el labrador. A veces me pregunto por qué seguimos en ello. Porque se nos recompensará en lo alto, donde ellos no podrán llevar sus motores y demás cosas. Allí todos los hombres seremos iguales, y Dios tomará de los que tienen para dar a los que no tienen."
El tema principal del libro es la muerte de la familia, de la unidad familiar. A medida que el libro avanza asistimos a la representación de la lucha de todas las voluntades en escena, al desmantelamiento de los valores tradicionales en torno a la familia. Otro de los temas es la innegable ambivalencia del sentimiento religioso, capaz de servir para un propósito y para el contrario. También se trata la dialéctica y las contradicciones entre el campo y la ciudad. Estos mensajes universales, sin embargo, quedan opacados ante la inmanente viveza de los aspectos concretos del relato. Sí, el libro habla de la muerte de la unidad familiar, pero habla más concretamente de la muerte de la familia sureña, abocada a un futuro imposible producto de un pasado contradictorio, una sombra de la épica que nunca aconteció.
Como novela coral que es, Mientras Agonizo es irremediablemente caleidoscópica. Cada uno de sus personajes es único. Anse, el cabeza de familia, es acomodado en su posición de desvalido, un poco zangano y excesivamente autocomplaciente. Cash, el primogénito, es diligente, trabajador, noble y sensato. Darl posee un mundo interior subyugante, su locura es el contrapeso de una realidad desarticulada, y en tanto que es el que más monólogos interiores tiene, es el alter ego de Faulkner en la novela. Jewell es todo ímpetu y pasión desbocada, un egoísta que construye su coraza para ocultar sus sentimientos. Dewey Dell es obstinada y por momentos antojadiza. Vardaman es el niño que percibe el mundo a través de su imaginación. Otros personajes también relatan algunos capítulos, pero, en tanto que no pertenecen al núcleo de la familia Bundren, su visión es más convencional. Su función en el libro es la de asir al lector a la realidad. Una realidad deformada como ya hemos dicho. Faulkner construye unos personajes crudos, en carne viva, atormentados y brutales. Su retrato del redneck a través de la familia Bundren es purulento, como un grano enquistado en el cerebro que causa irremediablemente la locura en quien lo padece. Todo el relato está contagiado de una irrealidad producto de esta locura, desde el obsesivo aserrar de Cash al comienzo hasta las conversaciones que se mantienen paralelas entre los personajes sin atisbo de comunicación real.
Uno de los aspectos más sobresaliente del libro es el tratamiento con el que Faulkner dota al entorno, el paisaje, convirtiéndolo en un personaje más. Desde el comienzo del relato, bajo los últimos estertores de Addie, empiezan a configurarse los augurios de un fatalismo de la naturaleza, como si la providencia asaltara la tierra y el cielo: "el sol será un huevo ensangrentado encima de una cresta de nubarrones", "la luz se ha hecho de cobre: fatídica para los ojos, como de azufre para la nariz, olorosa a los relámpagos", "nubes negras semejantes a un abultado macizo de montañas, parecido a una carga de cenizas", "aire de muerte envuelve a la muerta con una oscuridad de muerte". Un fatalismo que se hará patente una vez comience el viaje, como si los eventos naturales respondiesen a un plan preestablecido o como si fuesen la manifestación de una voluntad autónoma. Este aspecto del relato es interpretable de muchas maneras, todas compatibles entre sí. El entorno puede ser el Dios puritano que preestablece el destino de todas las cosas. Pero también puede ser el subyugante magnetismo de una tierra que excluye toda posibilidad a escapar de ella, como un eterno retorno hacia lo mismo.
A riesgo de pertenecer al equipo trivial, afirmo que Mientras Agonizo es una novela que hay que leer, independientemente del tipo de lectura que le guste a cada uno, y con independencia de si perteneces a uno de los tres tipos comentados al principio de estas páginas. A medida que he ido escribiendo estas líneas se me han ido haciendo conscientes detalles y aspectos que habían quedado enclaustrados cuando realizaba mi lectura del libro. Pienso que ésta es una de esas novelas que a medida que pasa el tiempo mejor impresión y recuerdo producen, a la que mi memoria recurrirá periódicamente a la hora de comparar otras novelas o simplemente para reflexionar determinados temas, como en una especie de acción a distancia literaria. Desprende la intensidad de las grandes obras y de los trabajos febriles, fraguados a base de sudor y posiblemente sufrimiento, como si de catarsis se tratasen. Hay mucho de eso encerrado aquí. Tiene la clase de épica que solo resulta creíble como contrapeso a la sordidez, la inmundicia y la podredumbre de la condición humana. Y tiene uno los mejores finales que un servidor recuerda, trastocándolo todo y a todos. Impresionante.
"La vida fue creada en los valles. Se alzó en un estallido violento a las alturas, impelida por los viejos terrores, los viejos apetitos, las viejas desesperanzas. Tal es la razón de que para bajar las cuestas en el carro haya primero que subirlas a pie."
Recuerdo que hace años leí Santuario y no me gustó. Fué hace muchos años y yo era una persona distinta y un lector distinto. Ahora busco otras cosas y también valoro otras cosas más allá del entretenimiento puro y duro. Leer a Faulkner es una de mis asignaturas pendientes pero me echaba para atrás la etiqueta de escritor sensacionalista que escribe crudamente para atraer el morbo del público. Esta reseña me muestra por donde empezar y me espolea a hacerlo. Magnífica como todas las que escribes!
ResponderEliminar¡Qué buena pinta! Y buena reseña, sí señor, que a mi también me ha despertado las ganas de leer esta novela, sobre todo por esa estructura formal que describes, y su estética literaria en general, aunque va acorde a la temática, supongo. Decían los grandes comentadores de Dostoievski que fue el creador de la novela polifónica, en cuanto a dar voz y meterse en la cabeza de los personajes, pero lo que has descrito sí parece un gran paso adelante, una auténtica ''novela coral''. Madre mía.
ResponderEliminarCuando he leído lo que has escrito sobre el fatalismo de la naturaleza en relación a la historia no he podido evitar pensar en una película muy reciente, ''El caballo de Turín'', aunque la acción en ese caso trascurre ciertamente lejos de Misisipi.
Respecto a los tipos de lectores que planteas al comienzo, estoy de acuerdo en que son posturas ridículas las tres (quizás salve a la primera, la del ''¡todos ustedes estaban en lo cierto!'', cuando hay sincera admiración repentina), aunque matizaría la tercera con algún caso en el que uno pueda admirar el valor de una obra y, a la vez, no empatizar demasiado con las temáticas o problemas que trata. O sea, que también frente a las buenas obras y las obras más consagradas hay gustos personales que tiran más a unas u otras cosas. Como en todo, creo que lo importante es la honestidad. Pero bueno, esto se sale de tu tercer caso, un caso típico que yo también he visto alguna vez en otros o incluso puede que haya caído yo mismo.
Gracias por el comentario, Raúl.
EliminarSí, aquí la forma viene a cuento ya que la protagonista en esta historia es la familia. Imagínate. No sabía que de Dostoievski se hubiese dicho que sus novelas eran "polifónicas", pero es un buen término para describirlas. Si te sirve de algo, a las "polifonías" de Dostoievski las veo extremadamente articuladas (sus personajes se expresan con pulcritud, orden y lógica... a pesar de que casi siempre están exaltados) mientras que Faulkner juega más con explosiones sordas e inarticuladas. Los flujos de conciencia son más caóticos en sus personajes y muchas veces para ellos no son claras las cosas, muy al contrario que para los personajes de Dostoievski, para los que no solo las cosas casi siempre tienen un sentido (el que sea) sino que muchas veces ese sentido es expresado en voz alta con un orden y pulcritud encomiables. Siguiendo tu símil: Dostoievski creó la novela polifónica, pero una muy "básica" (de básica nada, pero ya me entiendes xD), en la que los personajes muchas veces son los envases para expresar determinadas ideas; Dostoievski creó el canto gregoriano, mientras que Faulkner creó el contrapunto.
Sigo sin haber visto esa peli, pero cada vez tengo más ganas de verla.
Respecto a lo de las tres posiciones: para mí es precisamente absurda la tercera, no creo que sea posible de una manera honesta decir de una obra que es aburrida y a la vez reconocerle sus valores (estéticos, morales, etc), ya que el reconocimiento sincero de esos valores excluye la posibilidad del aburrimiento. Con las temáticas no se empatiza; se les reconoce o no se les reconoce el valor, te dicen o no te dicen algo, que vendría a ser lo mismo. Efectivamente, lo importante es la honestidad, y los juicios que consisten en un "me ha gustado pero me ha parecido aburrida", mienten, y generalmente no del lado del aburrimiento sino del lado del gusto y los valores encerrados en ese gusto; valores que se adoptan porque queda bien adoptarlos pero que no se sienten o no dicen nada, precisamente porque uno en lo más profundo de sí mismo no los reconoce como tales (esto supongo que viene a ser asimilable al "empatizar con las temáticas" que comentas).
Bueno, no quiero pontificar sobre Faulkner. Todo lo que digo de él se circunscribe a esta novela, claro. Una novela de apenas 200 páginas. Así que hay que coger con pinzas lo que digo.
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