sábado, 8 de noviembre de 2014

(2007) Isaac Rosa - ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!




"Por supuesto, vamos a emprender acciones contra tal sujeto. Porque si en el caso de mi novela el daño está ya hecho, al menos evitaremos que se cree un peligroso precedente. Eso sería lo preocupante. Que cundiese el ejemplo y a partir de ahora los lectores, por mimetismo, se dedicasen a cuestionar las novelas que leen, hiciesen lecturas desaforadamente críticas, subrayasen y anotasen los textos, los saboteasen como ha hecho este vándalo con mi obra. No podemos arriesgarnos a que los lectores pierdan el debido respeto al autor, esto es, a su autoridad, y acaben no ya criticándolo, sino hasta mofándose de él, desnudándolo en la plaza pública. Si no detenemos esta inicial subversión, los novelistas acabaremos encogidos, acobardados, mudos."

En 1999 Isaac Rosa publicaba La malamemoria, la novela con la que con apenas veinticinco años debutaría en el panorama editorial español. Desgraciadamente, aquella novela tuvo poca difusión, siendo difícil de localizar incluso en el momento de su edición. Por eso, ocho años más tarde, en 2007, y tras el éxito que su anterior novela, El vano ayer, le había proporcionado, Rosa decidió reeditar su opera prima. Desgraciadamente, en el último momento el manuscrito fue secuestrado por un hacker y devuelto a sus custodios sin que estos se dieran cuenta. En el proceso, el usurpador leyó el texto y al final de cada capítulo adicionó una serie de notas críticas con respecto al tono, lenguaje, estilo, estructura y argumento de la novela. Una serie de notas cuya existencia los editores pasaron por alto, siendo esa la razón de que ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! esté compuesta por La malamemoria y el conjunto de notas añadidas por el hacker a colación del desarrollo de cada capítulo al final del mismo.

La idea, hay que reconocerlo, es ciertamente original, posmoderna, muy del estilo de los guiones de Charlie Kaufman o las novelas de Foster Wallace. Rosa aprovecha la reedición de su primera novela para presentarnos un juego metaliterario, y todo a través de una carcasa literaria, como supone el secuestro de su manuscrito por un pérfido crítico disfrazado de experto informático. Ficción y no ficción dentro de la ficción se dan la mano en este libro.

La premisa de La malamemoria es la siguiente: Julián Santos es un escritor a sueldo, un negro, en la España del 77. Acostumbrado a una vida en la sombra redactando discursos y biografías para importantes figuras del régimen, recibe el encargo de la viuda de Gonzalo Mariñas para que escriba sus memorias. Mariñas, que había sido una figura política de considerable envergadura en los últimos años del franquismo —aquellos en los que el régimen disimuló sus entrañas bajo una corteza de falso aperturismo—, de un tiempo a esta parte había sido objeto de cada vez más duras críticas, a resultas de lo cual acabaría suicidándose, como una cuestión de honor, ante la imposibilidad de defenderse. El cometido, entonces, que la viuda le encarga a Julián es el de escribir unas memorias que hagan justicia a su marido. O, mejor dicho, que logren la clase de justicia que la viuda y el propio Mariñas desearían...

La novela, lejos de ser otra maldita novela sobre la guerra civil, supone un notable esfuerzo por desentrañar algunos de los misterios de la guerra civil al mismo tiempo que intentar hacer justicia con un asunto tan peliagudo como la memoria histórica. Está escrita con una indudable voluntad de estilo que abarca un lenguaje rico y variado, así como cierto afán poético. Otra de sus virtudes consiste en que es una narración en perspectiva multipersonal: en ocasiones, Santos narra en primera persona; otras veces, Santos narra en segunda persona haciéndose explícitos a sí mismo los acontecimientos; existen momentos en que la narración vira hacia una perspectiva omnisciente; pero por si fuera poco, a todos los momentos anteriores hay que añadirle la narración en primera persona que el propio Santos construye para las memorias de Mariñas.

En general, La malamemoria me ha gustado. Tiene un arranque bastante interesante que, sin embargo, decae hacia la mitad, para llegar a un último tramo en el que la historia repunta y nos mantiene a la expectativa, sin defraudar. Posee el encanto de saber enlazar una historia sobre la memoria histórica al mismo tiempo que nos narra un viaje de descubrimiento personal del propio protagonista. Para ser la primera novela del autor, es bastante sólida y se nota un trabajo intenso. No obstante, contiene errores, quizá producidos por las pretensiones en ocasiones desmedidas del autor. No son errores graves, pero si emborronan el resultado final. Pero para fijarnos en ellos, será mejor recurrir al propio Rosa-crítico en la figura del hacker.

"Y, por cierto, como antes la viuda, también el protagonista masculino se dedica ahora a sobreactuar, forzado por ese detallismo con pretensiones psicológicas del autor. En un par de frases de diálogo el tipo hace tal cantidad de cosas con las manos, que la viuda debe de pensar que le ha dado un ataque de epilepsia: las manos juntas en actitud de rezo, mostrando las palmas, agitando dos dedos en el aire, acariciando la mesa con la mano abierta, haciendo una cabaña, apoyando la barbilla en el puño, tamborileando la mesa... Invito al lector a que, mientras pronuncia las dos o tres frases en cuestión, reproduzca todo ese frenesí gestual, y que lo haga frente al espejo, a ver qué impresión le produce."

Porque la verdad es que no deja títere con cabeza. A todo, y cuando digo a todo, es a t-o-d-o, Rosa le saca punta en menoscabo de su yo del pasado. Creo que como lector lo que más llama la atención de la novela es el lenguaje enfáticamente almibarado y engolado, no recomendable para aquellos a quienes las chucherías sientan mal, en las que muy a menudo cae La malamemoria. La verdad es que la novela, en sus pretensiones poéticas, muchas veces desmedidas, cae en la cursilería más ramplona. Rosa-crítico hace sangre de ello y la verdad es que regala momentos muy divertidos al lector, que no puede darle sino la razón en ese punto. Porque, y es algo que Rosa no menciona, ese exceso de lirismo a veces se muestra contraproducente para el buen desarrollo de la novela, ralentizándolo, obstaculizándolo, haciendo del texto un animal torpe.

Por supuesto, Rosa no se quedará corto en la sorna hacia determinadas descripciones de las localizaciones y personajes de la historia. Hará especial hincapié en esos retratos del sur hechos a golpe de postal turística, con esos campesinos haraganes y descamisados tomando el sol traspuestos después de comer y esos niños de campo con problemas de tabaquismo. Las descripciones de la mansión de la viuda, con esa imaginería pseudo-gótica o el propio piso del protagonista, con esa réplica del Guernica de Picasso, tan de intelectual bohemio. El propio protagonista, fumador empedernido, bebedor, mercenario literario que pisotea sus propias ideas a cambio de una buena suma, reune todas las características del perdedor vital, de corte Bogartiano, pero ganador en lo intelectual. O la viuda, esa especie de femme fatale, tan del cine negro, tan manoseada. Y así con todo y con todos.

Por supuesto, la construcción del argumento no queda exenta de los palos y los golpes, y Rosa muy bien se encargará de mostrar ciertas inconsistencias de tipo interno, pero también de tipo externo, o en referencia al contexto histórico. También criticará las reiteraciones en el subtexto de la obra, como si el propio Rosa del pasado no confiase en la inteligencia del lector. Aunque, eso sí, da en el clavo con la principal crítica que cabe hacer a la novela que, curiosamente, no es exclusiva de ella sino de la práctica mayoría de la literatura escrita con respecto al tema de la guerra civil, a saber:

"Porque, por supuesto, hubo en la guerra civil asesinatos por rencor, por cuentas pendientes. Muchos. Pero sobre todo hubo, desde el bando sublevado, una política de exterminio por motivos ideológicos, la decisión de eliminar físicamente al enemigo político. Explicar la represión en clave de venganza es una forma de exculpar, de rebajar responsabilidades individuales, privadas. La guerra, la represión, como acumulación de rencores personales. Y no fue eso, no sólo eso, no principalmente eso. Pero siempre será más fácil, más cómodo, y más efectista, contar la guerra en términos de venganzas personales, de odio privado, antes que de políticas de exterminio, de fascismo, que eran también venganza, pero una venganza institucional, estatal, una «política de la venganza», en expresión de Paul Preston."

Con todo, el hacker, el resto del tiempo, exagera, exagera muchísimo en sus críticas. Las cuestiones en las que el libro peca de tópico son masacradas con total impunidad mientras que las situaciones o personajes más increíbles serán desacreditados por su inverosimilitud. Es perfectamente respetable y a fin de cuentas, el objeto de su crítica es él mismo. Pero la sensación del "todo por la crítica", de que una cosa pueda ser criticada debido a ser un lugar común o bien resultar increíble, dejando un terreno imposible para lo correcto, para el acierto, termina aflorando. Con ello, Rosa cae en la figura del crítico "culo de mal asiento", insaciable en su afán de crítica y perverso respecto a sus razones en virtud de la ambigüedad de sus criterios. Aunque, por otro lado, ese puede ser el mensaje escondido que el autor quizá quiera transmitirnos, una especie de puya soterrada a sus colegas, los a menudo poco amistosos críticos literarios. El problema reside en que, cuando las críticas son acertadas y dignas de valor, el lector termina por no saber si tomárselas en serio o no.

Cuando leí por primera vez sobre ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!, me llamó la atención el hecho de que un autor se criticara a sí mismo años más tarde, a colación de su primera novela, y precisamente con motivo de su reedición. Era o bien un contrasentido o bien una genialidad al mismo tiempo que o bien era un disparate o bien una elogiable muestra de humildad. Ni lo uno ni lo otro, en ambos casos. El libro es extraordinariamente original, y será puesto en justo valor por aquellos que gocen de los experimentos y esteticismos literarios. Sin embargo, termina siendo una sombra de lo que pudo llegar a haber sido. Rosa, en su afán crítico, nos lleva desde el humorismo de aquel que ve la paja en el ojo ajeno y efectúa una parodia de sí mismo hasta el confuso criticar donde se suceden las verdades y las exageraciones. En ningún momento se dice que el hacker haya de realizar su labor crítica de manera que al lector solo le quepa aplaudirle finalmente. Pero también es cierto que la reducción de su figura a la de troll resta puntos al libro como experimento literario. Y es al final en esa ambigüedad inestable, entre el humorismo malsano, realmente divertido, la crítica desaforada y los momentos en los que Rosa acierta en la diana, donde se desarrollan las coordenadas de este libro.

"Llegamos, por fin, al desenlace, tras respetar escrupulosamente en la novela el orden clásico, presentación, nudo y desenlace. Puesto que se trata de una novela nítidamente convencional, sin reverso, hasta cierto punto transparente, se aclara todo al final, no se deja un solo fleco pendiente, todo bien explicado, todo atado, no sea que el lector, abandonado a su intuición, decida entrar por alguna puerta mal cerrada y se haga daño. En preparación para ese momento, los últimos capítulos han sido sometidos a una perceptible aceleración, cuando el runrún, el zumbido, se convierte en tobogán que nos posará, blandamente, en un final de orquesta sudorosa, de director que tira la batuta tras el golpe de platillos, chimpón. Los novelistas españoles suelen preferir finales no sólo resolutivos —desde la creencia de que hay que echar varios cerrojos para que la última página merezca ser rotulada con el «FIN»—, sino también finales «altos», de traca, con la dosis justa de factor sorpresa —suficiente para agradar, pero no tanto como para romper la comodidad de lo previsible. Deben de pensar que, con otro tipo de final, los lectores podrían cuestionar el esfuerzo lector para llegar hasta allí, como el montañero que sube a una cumbre sólo para ver desde allí la puesta de sol, y al que un día nublado haría que se arrepintiese de la escalada. Está muy generalizada la convicción, entre autores y lectores, de que la primera y la última página son cruciales, y que tanto una como otra deben ser, a su manera, inolvidables. (...)— lo contrario traicionaría unas expectativas que el autor se ha esforzado por alimentar."


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