martes, 7 de abril de 2015

(1885) Émile Zola - Germinal


Minas, proletariado, burguesía, lucha de clases, siglo XIX, revolución


"En la casa de los Maheu, en el número 16 del segundo cuerpo, no se había movido nadie. Espesas tinieblas envolvían la única habitación del primer piso, como abrumado bajo su peso el sueño de los seres que se adivinaban ahí, amontonados, con la boca abierta, destrozados por el cansancio. A pesar del frío intenso del exterior, el aire enrarecido tenía un calor vivo, ese aliento caluroso de los cuartos que huelen a ganado humano."

Con la llegada de la revolución industrial a mediados del siglo XVIII, la humanidad fue testigo de un aumento en la productividad que aún hoy en día no tiene parangón en la historia. La aplicación de los principios de la máquina de vapor, posteriormente sistematizados rigurosamente en la ciencia física de la termodinámica, llevó a que la aplicación de los novedosos descubrimientos tecnológicos incrementaran exponencialmente los rendimientos del trabajo, sí, pero sobre todo del capital. Y es que técnica ha existido siempre, pero la inversión en ella no siempre ha ofrecido réditos seguros. Más si cabe cuando la estructura de la producción de épocas pasadas se sustentaba en el factor trabajo a coste casi cero por medio de la esclavitud o la servidumbre. Solo sería a través de la confluencia de un conjunto de causas —entre las cuales pueden destacarse la importancia creciente de los nichos urbanos como favorecedores del comercio y, por tanto, de la acumulación de riqueza, el nacimiento de una incipiente clase social nueva producto del estado de cosas anterior y, en el seno de esta nueva clase social, o más bien en las interacciones entre esta nueva clase social, la burguesía, y la que anteriormente acaparaba las riquezas, la nobleza, el surgimiento de una clase de hombres nueva pero antigua al mismo tiempo, ociosa pero científica y cuyo foco de atención y curiosidad se trasladaría desde las cuestiones apriorísticas hasta las experimentales—  que la inversión de capital cobraría la importancia que ha venido teniendo hasta el día de hoy. Con la revolución industrial el ser humano entraría en una nueva fase de su historia caracterizada por la creación bruta de riqueza. La historia del capitalismo industrial podría relatarse así como la heroica travesía por la cual el hombre de ciencia llegó a dominar a la naturaleza. Una historia así tendría toda la épica de los viejos relatos míticos de Hesíodo o Sturluson. También tendría la misma dosis de irrealidad que aquellos. Una historia del capitalismo industrial haciendo referencia únicamente a los emprendedores que osaron apostar al caballo finalmente ganador de las locuras diseñadas por el hombre científico y tecnológico corre el serio peligro de falsear y silenciar a los perdedores colaterales de todos esos triunfos del "género humano".

El proletariado, el perdedor absoluto de toda esta historia, fue concebido bastardo del matrimonio de la ciencia y la inversión en capital. Y como tal, recibió carta de naturaleza inferior. El proletariado nació subhumano, simple detrito espurio de una naturaleza humana cuya única superioridad residía en la posesión de un remanente de riqueza bien invertida, esto es, en la pura contingencia. La revolución francesa acabaría llegando para cambiar este estado de cosas, al menos sobre el papel, porque más de doscientos años más tarde la humanidad aún sigue persiguiendo los mismos objetivos, varios holocaustos mediante.

Mientras tanto, llegaría el siglo XIX, y con él, la devaluación de las condiciones laborales del proletariado: el aumento inhumano de la jornada laboral, la inclusión en el mundo del trabajo de las mujeres y los niños y, consiguientemente, la caída de los salarios de los trabajadores. Sería necesario el nacimiento del conocido después como movimiento obrero para establecer un grupo de presión que defendiera los intereses de la parte expoliada. Y serían necesarias muchas décadas para la formación de una verdadera negociación colectiva. Décadas que verían escindirse al movimiento original en un abanico de socialismos, desde el marxista hasta el bernsteiniano, y anarquismos de distinta índole y condición. Décadas que verían en el horizonte del siglo XX la suplantación de unos autoritarismos por otros. Y, sobre todo, décadas que verían correr verdaderos ríos de sangre por unos ideales que no eran otros sino los de la revolución francesa. La novela de la que vamos a hablar hoy, Germinal, se ubica en este contexto histórico y aborda toda esta temática.

Uno de los temores que albergaba al iniciar Germinal, y en especial al adentrarme en la obra de Zola, era que el libro presupusiese hechos y acontecimientos pasados inscritos dentro de la serie Les Rougon-Macquart, de la cual el presente libro es la decimotercera entrega. Les Rougon-Macquart, historia natural y social de una familia bajo el segundo imperio, pretende narrar la historia de una familia a lo largo de más de cinco generaciones, trazando nexos y conexiones entre la propia historia de la familia con la Historia de Francia durante más de cien años, desde 1768 a 1874. El proyecto a Zola le costó llevarlo a cabo más de veinte años y se compone de veinte libros. Una tarea titánica para el autor, sin duda, pero también para el lector en caso de darse una trabazón inextricable entre las historias de las novelas. De ahí el temor. Afortunadamente, no es el caso, y la novela puede disfrutarse plenamente con independencia del conocimiento del resto de obras que componen la serie.

Germinal comienza con la llegada de un inmigrante en busca de trabajo, Esteban (maquinista de ferrocarril que perdió su trabajó por propinar una torta a su jefe), al pequeño pueblo de Montsou, ubicado al norte de Francia, en la cuenca minera al sur de Bélgica. Sin más recomendación que su buena voluntad para el trabajo, no solo conseguirá un empleo en la mina del pueblo, la Voreux, sino que se granjeará una excelente reputación como trabajador y compañero, lo que le permitirá ser el líder entre sus camaradas. A partir de ahí, la historia resulta predecible: seremos testigos de una serie de acontecimientos que precipitarán el estallido de la revolución y que no desvelaremos por más que su sucesión llegado el momento le resulte obvia al lector. No es lo inesperado o lo imprevisible la nota característica de esta novela, pero tampoco le hace falta.

El mayor atractivo que tiene Germinal para el lector moderno es el retrato que hace Zola de la vida comunitaria del proletariado. A todos los niveles. El foco de atención se centra en los Maheu, familia que acogerá al principio a Esteban. Zola nos presenta un hábitat sórdido, donde el hacinamiento es la solución para los problemas de espacio, donde los miembros de la familia compartirán las camas, no solo por la noche, sino incluso por el día —cuando el abuelo del clan aprovechará para dormir al salir de su turno nocturno, mientras los demás trabajan—, donde no existirá la intimidad ni a la hora de bañarse después de la jornada laboral, tarea que se realizará en la cocina de la casa a la vista de todos. Zola nos presenta la triple odisea que implica mantener un orden en esas condiciones, llevar alimento a las bocas de cada uno de los integrantes del hogar y preservar, con todo, una atmósfera sana, un hogar a partir de mimbres precarios.

Pero Zola también nos presentará la estructura social de una barriada minera, con las rencillas y disputas típicas entre sus habitantes, envidias y celos, roces y cariños y, en general, todo una abigarrada concatenación de jerarquías sociales que pasarían desapercibidas al observador poco disciplinado, desde el grupito de preadolescentes que hurtan, saquean y putean bajo los dictámenes de un pequeño tirano hasta la voracidad sexual de la señorita ligera de cascos capaz de poner en su sitio a cualquiera, o desde las marujas que chismorrean con motivo de los secretos de la vecina hasta sus maridos que ahogan su mediocridad entre mares de cerveza. Zola se sirve de pequeñas subtramas como enamoramientos furtivos o negocios fraudulentos para describirnos toda esta cotidianidad. Resulta subyugante porque lejos de ser una realidad uniforme, como cortada por el rasero de la justificación de los propios propósitos literarios de Zola, asistimos a un microcosmos poliédrico. La miseria no engendra miseria, engendra una compleja gama de temperamentos. Esto resulta especialmente notable cuando el fin último de la novela es mostrar el estallido revolucionario, la huelga, la suma de las individualidades bajo una única voluntad común. Con ello Zola parece querer decirnos, y siempre interpretándolo desde su propio posicionamiento literario, desde su naturalismo, que la consecuencia última del sometimiento del proletariado por parte de la burguesía sería la revolución, el órdago a mayor. Y que ello debería acabar siendo así con toda la fuerza imaginable que un férreo e inmisericorde determinismo puede traer consigo.

La burguesía, esa especie aparte. La burguesía es presentada en la novela también de manera no uniforme, desde los propietarios por herencia familiar hasta el pequeño emprendedor. Y desde los amaneramientos de la hija mimada y petulante de los magnates hasta la pusilanimidad del administrador de la mina que a costa de tragar mierda se asegura un futuro. Nihil novi sub sole.

No me gustaría terminar estas líneas sin comentar que uno de los personajes más interesantes del libro es el enigmático Souvarine, inmigrante ruso y anarquista. Puede que con esos dos atributos aparezca clara la reminiscencia, pero si añadimos el hecho de ser un volcán interior bajo una apariencia hierática, y de tener la firmeza y rectitud moral de los santos, la imagen de personaje dostievskiano será inevitable. Souvarine hará dudar a Esteban de sus convicciones, de la consistencia de sus ideas, y lo hará desde la superioridad de quien sabe que todo curso de acción es fútil y estará abocado al fracaso sino se posee una adecuada categorización del mundo, desde la condescendencia de quien trata a un individuo en una etapa anterior de su desarrollo, desde la indiferencia de quien regala conocimiento sin pedir nada a cambio...

Germinal es un clásico de la literatura y como tal hay que valorarlo. Esto no significa que haya que adorarlo porque su valía le preceda. Más bien, por el hecho de ser un clásico, hay que ser más rigurosos, más duros, más sangrantes en su propia evaluación. Y Germinal resiste todos los golpes, como un púgil con mandíbula de acero. Germinal mantiene plenamente la vigencia de su discurso porque nos habla de la transgresión de los límites de la perseverancia y del coraje del género humano. Nos habla de la injusticia y del sufrimiento en algunos de sus aspectos más puros, cuando estos atañen a la pura supervivencia y han sido despojados de todas las inquietudes existenciales, a menudo vacuas, con las que nos entretenemos en el mundo moderno. Es una obra cruel y trágica, en la que no se juega con el lector, y en la que se es partícipe en todo momento de la desgracia, de la inminencia, de un futuro arrollador largamente anunciado. Germinal logra sacudirte las entrañas porque acabas cogiéndole cariño a muchos de sus personajes, a pesar de sus miserias y defectos, o precisamente a causa de ellos. Pero por encima de todo, Germinal acaba sembrando la semilla, la promesa y la escatología de un futuro, más lejano que próximo, en el que la humanidad vivirá en justicia y paz, finalmente.

"¿Tendría Darwin razón? ¿No sería este mundo más que una batalla, en la cual los grandes se comían a los pequeños para mejoramiento y continuación de la especie? Esta pregunta le turbaba, como una seria objeción científica. Pero una idea repentina disipó sus dudas; la de interpretar aquella teoría la primera vez que hablase en público en el sentido de que si alguna clase debía comerse a otra, sería ciertamente el pueblo, que al fin y al cabo era vigoroso y joven, y no la burguesía, caduca y pervertida. La sangre nueva engendraría una nueva sociedad. Y en aquel esperar una invasión de los bárbaros que regenerase las viejas nacionalidades caducas, reaparecía su fe absoluta en una revolución próxima, la verdadera, la de los trabajadores, aquella que arrollaría todo lo existente en estas sociedades."

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