miércoles, 29 de abril de 2015

(2014) Alberto Garzón Espinosa - La tercera república

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"Lo que nosotros defendemos aquí es que la res pública, como comunidad política de personas igualmente libres, no puede existir en un contexto de amplia desigualdad de poder, riqueza o renta. Porque precisamente esta desigualdad desata tensiones políticas que provocan movimientos reactivos que amenazan con destruir las bases de cualquier comunidad política. Es decir, sin democracia sustantiva no cabe pensar en una comunidad política estable."

No hace mucho tiempo en este país de endeble memoria la percepción social de la monarquía estaba por los suelos. Y mucha de la culpa la tenía Juan Carlos de Borbón. Los safaris, las infidelidades y los casos de corrupción que asolaron la casa real durante sus últimos años de reinado fueron los responsables de su pérdida de popularidad ante un pueblo que cada vez tenía más dificultades para llegar a final de mes y veía como una imperdonable falta de respeto los derroches y saqueos del monarca y su familia. Así que Juan Carlos hizo lo que todo el mundo le pedía, acólitos y palmeros al margen, y abdicó. Y lo hizo no sin polémica parlamentaria, con partidos que aprovecharon para plantear el interrogante acerca de la forma de Estado que se merecía el país y partidos que hicieron gala de dotes malabaristas enarbolando la bandera del republicanismo monárquico. Parecía que las contradicciones del sistema afloraban a la superficie y la posibilidad de un nuevo horizonte era real.

Hoy, sin embargo, casi un año más tarde de aquellos hechos, Felipe VI, su primogénito, reina con el apoyo desbordante de la ciudadanía española, según las encuestas. ¿Se imaginan una república en la que eso fuera posible? Qué digo una república: imagínense la directora de un colegio, o el jefe de sección de un hospital, o el comisario de policía de una ciudad cualquiera, que todos ellos dimitieran por algún escándalo relacionado con su gestión y para su sustitución en el cargo se designara a un hijo, hermano o pariente próximo. ¿Se imaginan al hermano de Luis Roldán de director general de la Guardia Civil o al hijo de Luis Bárcenas de tesorero del PP? ¡Y que la gente lo aplaudiera! Que dijeran cosas como: "si es que se ha preparado a conciencia desde crío, no podría ser otro", "inspira confianza" o "qué preferirías, a Felipe VI de rey o a José María Aznar de presidente de la tercera república". ¡Este país está loco! Afortunadamente, para dotar de cordura y sensatez a los tiempos que corren existen libros como La tercera república, de Alberto Garzón.

Alberto Garzón, economista de formación, saltó a la palestra en 2011 por su activa participación en el 15-M y su posterior elección como diputado para el congreso en las elecciones generales con apenas 26 años. Su labor parlamentaria y su carisma dentro del partido le han llevado hace unos meses a ser designado como candidato a las elecciones generales por Izquierda Unida. Garzón ha compaginado su actividad política con una carrera editorial que ya cuenta con siete publicaciones, tanto en solitario como en colaboración con gente de la talla de Juan Torres o Vicenç Navarro. El año pasado publicó, coincidiendo con la abdicación del rey, La tercera república, un libro en el que pretende divulgar los principios del republicanismo como tradición filosófico-política.

"El propósito de este libro es tratar humildemente de dotar de contenido, de sustancia ideológica, al programa de la izquierda. Descender desde la epidermis del discurso político hasta la profundidad de los conceptos, para volver a subir con más fuerza a la elaboración del discurso. No es un texto puramente divulgativo ni un trabajo académico. Se encuentra a mitad de camino entre ambos puntos, pero es esencialmente pedagógico."

Así, Garzón comienza su exposición haciendo un certero diagnóstico de los males que sufre la democracia española: los casos de corrupción, la desafección ciudadana, la pérdida de soberanía nacional o la no independencia del poder judicial. Todos estos rasgos, junto con la negligente acción de la monarquía, le llevan a señalar el principal problema del régimen: que el sistema no es lo suficientemente democrático. Sin embargo, cuando crees que el libro va a girar sobre la situación de la política nacional, entonces te sorprende:

"Para un liberal, la libertad está definida fundamentalmente por la no interferencia de otros. Así, uno sería libre siempre y cuando otros no interfieran en sus acciones. Pero para el republicanismo la libertad está definida más bien por la capacidad de poder realizar las acciones. Y esto, que suena parecido, es en realidad muy diferente."

En primer lugar, Garzón presenta la célebre dicotomía expresada por Isaiah Berlin entre la libertad negativa y la libertad positiva. Aparentemente iguales, la primera se define a sí misma por la no coacción o mediación de otros en mis acciones. Así, si voy a un supermercado, seré libre mientras alguien no me diga que no puedo comprar algo. La segunda, en cambio, hace referencia a la capacidad para ser dueño de la voluntad de uno mismo. Bajo esta otra perspectiva, si voy a un supermercado, seré libre cuando quiera comprar un producto y efectivamente pueda comprarlo. Estos dos conceptos fundamentan, respectivamente, las tradiciones liberal y republicana, siendo el primero el foco de la crítica de Garzón.

La tradición liberal, al primar la no coacción frente a la capacidad de obrar, favorece un sistema representativo y elitista de democracia, frente al ideal participativo republicano, pues considera que la interferencia en la esfera privada del individuo es mayor si las decisiones son tomadas por todo el mundo que si las toman un puñado de representantes. Con ello, favorece la profesionalización de la política y la desafección de la ciudadanía. Pero además, favorece el mandato representativo o libre, según el cual el representante no necesariamente ha de ceñirse a los deseos de los representados si así lo exige el interés general. Este es el caldo de cultivo para gobiernos que lleguen al poder y luego no cumplan sus promesas y es por ello necesario que el mandato sea imperativo, de forma que los revocatorios sean efectivos, esto es, que la ciudadanía pueda apartar del ejercicio del poder a sus gobernantes si estos no cumplen sus promesas. Por otro lado, la especial dinámica de los partidos políticos en las democracias liberales configura una tensión entre la eficiencia en la toma de decisiones en el seno del partido y la propia legitimidad de esas decisiones. Esta tensión degenera en que se acabe priorizando la eficiencia a la legitimidad y, con ello, que se provoque la existencia de una partidocracia, es decir, de una tiranía de las élites del partido con respecto a las bases, eliminando todo rasgo de democracia interna. Por si fuera poco, la existencia de grupos de presión con poder económico como las grandes empresas, bancos, etc., pone en entredicho la independencia de los representantes, más si cabe con la constatación de las puertas giratorias y el tráfico de influencias y capital relacional. Todas estas razones apuntan a que gran parte del contenido democrático ha sido despojado de los sistemas liberales. Sin embargo, aún puede irse más lejos y atacar al propio mecanismo procedimental: a la máxima de "una persona un voto". El sistema electoral puede desviarse de muchas maneras de este ideal. Una de ellas es establecer una barrera de entrada en forma de porcentaje mínimo de votos para entrar a contar en el reparto de votos. La segunda es la de reducir el número de diputados hasta el punto de que se pierda la proporcionalidad. La tercera es diseñar reglas de reparto de escaños que sean mayoritarias o de ganador único. Todos estos argumentos le llevan a Garzón a afirmar con el sociólogo Zygmunt Bauman que vivimos en una época de democracias líquidas, donde importa más la apariencia que la sustancia, donde la negociación prima sobre la deliberación, esto es, la relación de fuerzas prima sobre el intercambio racional de ideas, y donde la ideología ha perdido todo su poder.

¿Pero qué es la ideología? Garzón constata que ese es un término que ha sido mil veces vilipendiado, como si acusara a su portador de vestir las gafas del dogmatismo. Sin embargo, y citando al filósofo Manuel Sacristán, la ideología es:

"Una serie de principios que dan razón de la conducta de un sujeto, a veces sin que este se los formule de un modo explícito. Ésta es una situación bastante frecuente: las simpatías y antipatías por ciertas ideas, hechos o personas, las reacciones rápidas, acríticas, a estímulos morales, el ver casi como hechos de la naturaleza particularidades de las relaciones entre hombres, en resolución, una buena parte de la consciencia de la vida cotidiana puede interpretarse en términos de principios o creencias muchas veces implícitas, inconscientes en el sujeto que obra o reacciona".

La ideología es inevitable ya que es parte del aparato intelectivo con el que comprendemos el mundo. Ahora bien, trasladado al ámbito de la política, pensadores como Fukuyama han extendido la idea de que hemos llegado al fin de la historia en el sentido de que no hay una ideología ulterior al capitalismo, toda vez que el izquierdismo tuvo que refundarse y dejar de ser socialismo para pasar a ser una plétora de ecologismos, feminismos y demás atomismos con la caída del muro de Berlín. Sin embargo, para Garzón, siguiendo a Antonio Gramsci, lo que ha ocurrido es que el capitalismo ha copado la hegemonía en el tráfico de ideas. La hegemonía, en sentido gramsciano, se produce cuando una serie de ideas inoculadas por los grupos dominantes acaban por formar parte del acervo y del sentido común colectivo, sirviendo de "legitimación del poder establecido". Es, por ello, "la capacidad de dominar política y culturalmente a otros grupos sociales". Puede producirse con independencia del signo político de los grupos dominantes. Así, será hegemonía tanto el proceso de dominación cultural por el cual la Unión Soviética rompió las alianzas con el campesinado mediante los eficientes pero muy poco justos planes quinquenales, logrando un consenso entre los restantes sectores de la población en cuanto a la necesidad de su implantación, como la producida en la novela 1984 por el Gran Hermano al conseguir que los ciudadanos acepten como propias las creencias del grupo dominante acerca del proyecto político en su conjunto. Los responsables del actual pensamiento hegemónico, que no pone en cuestión el actual sistema económico, son, a juicio de Garzón, los Think-Tank de corte neoliberal, esto es, los laboratorios de ideas, centros de investigación y fundaciones que tienen como objetivo desde los años 70 confeccionar la ideología dominante. El único capaz de romper la hegemonía es el intelectual.

"El intelectual es el elemento clave que romperá la hegemonía del grupo dominante bajo el capitalismo y que permitirá construir otra nueva para servir al socialismo. El papel del intelectual es el de ensamblar las ideas de un determinado grupo social subalterno o dominado, a fin de alcanzar suficiente consenso social para construir una sociedad alternativa."

Para Gramsci, todas las personas pertenecientes a un partido han de convertirse en intelectuales. El partido, entendido así, sería el intelectual orgánico que canalizaría la fuerza motriz del cambio por medio de la representación y participación de las voluntades individuales dominadas. Esta manera de entender la política, los partidos y a las bases de los mismos, entronca con la tradición republicana de hacer partícipes a todos los ciudadanos en el debate ideológico. Garzón, a continuación, realiza un interesante viaje tanto por la historia como por la historia de la ideas para mostrarnos esa tradición.

Tradición que tiene su origen en la antigua Grecia, como tantas otras cosas, en figuras como Solón y Clístenes primero, y Efialtes y Pericles después. Una de las cosas más curiosas de ese repaso es que a pesar de que la democracia nazca en Grecia, en el sentido común de aquella época las connotaciones positivas estaban del lado de la dictadura y la oligarquía como figuras políticas, como es bien patente en pensadores como Platón, Aristóteles o Herodoto. En cualquier caso, lo rescatable de ese origen para el republicanismo es que la participación política fuera un requisito para la ciudadanía, por más que de esta condición estuvieran privados los metecos, los esclavos y las mujeres. Otro debate que surgió entonces fue acerca de la isonomía, o igualdad ante la ley, y la isegoría, o igualdad de acceso a la palabra, como condiciones, a su vez, de la ciudadanía. Estos debates tendrían su eco durante el imperio romano con Polibio y Cicerón.

Habría que esperar bastantes siglos para que otro pensador de enjundia prosiguiera la labor intelectual del republicanismo. Maquiavelo pondrá sobre el tapete dos elementos interesantes en la reflexión filosófica sobre la política. El primero, que el conflicto social existe, y no es perverso sino el sano reflejo de las tensiones existentes en la sociedad, y que contribuye a la resolución de conflictos. El segundo, que no hay comunidad política posible en circunstancias de desigualdad. Maquiavelo será partidario de un gobierno mixto, mezcla de elementos aristocráticos y populares, pero recuperará el peso que lo popular había perdido en la tradición.

La revolución inglesa, la de Cromwell, no la Gloriosa, sin ser la primera de las revoluciones republicanas, sí será la última de las guerras de religión, y verá como el absolutismo será derrocado... para poner otra clase de absolutismo en su lugar. Son tiempos en los que Hobbes defenderá el absolutismo monárquico. Cromwell sería apoyado en su revolución por los terratenientes, los niveladores y los cavadores. Los primeros, moderados, buscaron una solución dialogada con Carlos I. Niveladores y cavadores, sin embargo, serían partidarios de su ejecución. Los primeros reclamaban la extensión del derecho a voto, mayor tolerancia religiosa y medidas asistenciales para los desvalidos, pero no eran necesariamente republicanos. Los cavadores se consideraban a sí mismos como los auténticos niveladores y exigían la abolición de la propiedad privada de la tierra, siendo asimilables al proletariado. Los pensadores republicanos más importantes de este periodo fueron Milton y Harrington. El primero defendió un diseño republicano profundamente elitista y el segundo un diseño institucional de pesos y contrapesos. A ambos pensadores la cuestión de la monarquía no les interesaría demasiado siempre y cuando su poder estuviera limitado al del parlamento. Unos años más tarde, tras la revolución gloriosa, en Locke tendríamos representado el naciente espíritu burgués, por cuanto ubicaría la propiedad privada como uno más de los derechos naturales y el fin del gobierno, entonces, sería la conservación de la propiedad.

La revolución americana traería consigo la primera rebelión exitosa contra una metrópoli de la era moderna. Sus pensadores principales serían Thomas Jefferson, John Adams, Alexander Hamilton y James Madison. Jefferson consideraba que las rebeliones eran necesarias para los gobiernos y que la propiedad, a diferencia de Locke, no era un derecho natural, pues los hombres nacían todos iguales y sus derechos inalienables eran la vida, la libertad y la búsqueda de felicidad. También contribuyó a fundar el partido republicano (el actual partido demócrata). Por su parte, Adams defendía un tipo de gobierno en el que hubiera algo de democracia, algo de aristocracia y algo de monarquía: la alternativa maquiavélica del gobierno mixto. Los debates en torno a la Constitución, que se firmaría en 1787, finalmente fueron ganados por los partidarios de las posiciones liberales y aristócratas. Por un lado estaban los antifederalistas, que trataron de mantener un sistema republicano que consideraban el más democrático, mientras que por el otro estaban los federalistas que apostaban por estructuras más liberales. Entre estos últimos se encontraban Hamilton y Madison, que eran seguidores de un sistema de contrapesos que pudiera limitar los excesos de la voluntad popular. Eran partidarios de elegir representantes que fueran capaces de ubicarse por encima de los egoísmos de las gentes corrientes y dilucidar en favor del bien colectivo.

"La revolución Estadounidense finalizaba pues con un sistema político liberal que abandonaba la tradición republicana de libertad como participación política e instauraba una definición de libertad como limitación del poder y salvaguarda de derechos naturales, muy concretamente del de propiedad."

La revolución francesa de 1789 trajo consigo el símbolo del fin del antiguo régimen. El 14 de julio sería la toma de la Bastilla y un mes más tarde la Declaración Universal de Derechos del Hombre, precedente de la actual Declaración de Derechos Humanos. Dos años más tarde se aprobaba la Constitución Girondina, en la que se frenaban los excesos democráticos y un año más tarde estallaba la revolución de los Jacobinos. Para Garzón, la historiografía moderna nos ha legado una imagen terrorífica de este periodo histórico que va de 1792 a 1794, tachando de loco, homicida y dictador a uno de sus principales responsables: Robespierre. Sin embargo, la constitución aprobada en 1793 era aún más democrática y moderna que la de 1791. Robespierre criticó la distinción entre ciudadano activo y ciudadano pasivo que introdujo la Constitución Girondina, según la cual era necesario pagar un impuesto para poder gozar de derechos políticos. Salió en defensa de minorías como los judíos y los comediantes, y alertó acerca del triunfo de la más insoportable de las aristocracias, la de los ricos. Robespierre defendió la regulación e intervención del Estado en la economía, especialmente en lo tocante a los productos básicos. Fue un crítico feroz de la independencia del poder ejecutivo respecto al legislativo y era un ferviente defensor de los revocatorios y de que la asamblea debatiera de cara a la ciudadanía con vistas a preservar la transparencia del gobierno. Por estas y otras muchas razones, a Garzón Robespierre le recuerda a los demócratas radicales de la antigua Grecia.

Para Garzón, es innegable el nexo de unión entre la tradición socialista y la republicana, siendo casi la primera hija de la segunda. En opinión del político malagueño, el mundo actual le debe a la tradición socialista una serie de conquistas: el desarrollo de las organizaciones de masas, como los partidos y los sindicatos; el sufragio universal; el mantenimiento de la llama de los derechos humanos, excluidos de los sistemas políticos desde 1794 a 1948; los procesos de descolonización y el derecho a la autodeterminación. Por ello, la tradición socialista ha sido responsable de la mayoría de conquistas sociales de nuestro mundo moderno. Para Garzón, el nexo de unión entre el socialismo y el republicanismo lo ofrece la tercera pata del lema de la revolución francesa. La fraternidad expresaría el deseo de los más desfavorecidos, de los desposeídos.

"En resumen, y siguiendo a Liria, «al hablar de fraternidad se estaba aludiendo a algo así como a un imperio de los hermanos, como una emancipación de estos respecto al padre, el amo, el señor, el patrón, el soberano (y, por supuesto, habría que decir, también, el marido). "Fraternidad" quería decir independencia de la voluntad de otro». Ser independiente de la voluntad de otro, tener autogobierno, es claramente un principio republicano, tal y como hemos ido viendo. Pero además es poner de relieve que uno puede ser hermano de otro si depende de él, si no es verdaderamente libre."

Robespierre escribirá: "La primera ley social es pues la que garantiza a todos los miembros de la sociedad los medios de existir. Todos los demás están subordinados a éste. La propiedad no ha sido instituida o garantizada para otra cosa que para cimentarlo. [...] Todo cuanto resulte indispensable para conservarla [la vida] es propiedad común de la sociedad entera; tan solo el excedente puede ser propiedad individual, y puede ser abandonado ala industria de los comerciantes. Toda especulación mercantil que hago a expensas de la vida de mis semejantes no es tráfico, es bandidaje y fratricidio". Existe en Robespierre, por tanto, la creencia de que la acumulación de propiedad en condiciones de ausencia de excedente es incompatible con los derechos del hombre, pues arroja el resultado ineludible de una carencia de libertad para los desposeídos, pero no en términos de libertad negativa, de coacción ajena sobre mi voluntad, sino en términos de libertad positiva, de capacidad de obrar. Así, la tradición republicana podría resumirse en que el fin de toda república es preservar la libertad positiva de sus miembros. El socialismo, al desear una redistribución de la renta y de la riqueza, con ello, pretenderá una redistribución de la libertad positiva.

En la última parte del libro, Garzón realiza un bosquejo bastante interesante acerca de la actual coyuntura económica. En su análisis de la crisis actual, Garzón diagnostica que a partir de las últimas décadas del siglo XX se ha venido produciendo lo que podría llamarse como un secuestro de la democracia por los mercados. Este secuestro tendría su origen en la progresiva reducción del gasto público de los Estados y en la financiarización de la economía, esto es, en un conjunto de fenómenos asociados entre sí, tales como la desregularización de los mercados, la proliferación de innovaciones financieras, la emergencia de inversores institucionales, el incremento en la inestabilidad de los tipos de cambio, el incremento de la financiación basada en los mercados en relación a la basada en los bancos o el incremento de la actividad crediticia de los bancos comerciales, entre otros fenómenos. A su vez, las políticas neoliberales habrían traído consigo que la participación salarial en la renta haya decrecido en todo el mundo, con su inverso en el crecimiento de la participación de los beneficios en la renta. Este fenómeno podría explicar el bajo crecimiento registrado durante esta época.

"De hecho, la reducción de las rentas salariales en todo el mundo provocó un efecto contradictorio. En primera instancia las empresas vieron aumentado su margen de beneficio, ya que sus costes laborales se redujeron. Eso ayuda a estimular la inversión y el crecimiento económico, y es lo que predice la teoría económica dominante. Pero en segunda instancia, y al ser la reducción de costes laborales un fenómenos generalizado, también se redujo la demanda total, y en consecuencia la rentabilidad de la inversión. Es fácil de ver. A una empresa puede convenirle que sus propios trabajadores cobren menos (y así la empresa gana más), pero es imposible que le convenga que los trabajadores del resto de las empresas vean igualmente mermados sus salarios, dado que son su fuente de mercado. Así es la contradicción central del capitalismo, la relación capital-trabajo."

En el ámbito de España, la crisis habría azotado a los sectores productivos de especial manera, arrastrados por la caída de la burbuja inmobiliaria. La solución, traída desde la troika y los gobiernos europeos, ha sido adoptar un modelo export-led, en el que las exportaciones tengan un peso primordial en el crecimiento económico. Un modelo que ha tenido éxito en Alemania y países asiáticos como Corea del Sur, Hong Kong o Singapur, que en los 80 y 90 se extendió por América Latina, y que ahora quiere adoptarse en el sur de Europa. El modelo export-led se basa en la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo y ha recibido numerosas críticas. Algunas de las que enumera Garzón consisten en la irrealidad de algunas de las hipótesis en las que se basa la teoría (mercados de competencia perfecta y movilidad plena del capital), el posible empobrecimiento de los países especializados en bienes de primera necesidad a causa del deterioro en los términos de intercambio con los países especializados en bienes de alto valor añadido, la contracción de la demanda mundial a causa de la posible táctica de empobrecer al vecino y la falacia de la composición, según la cual, es lógicamente imposible la coexistencia de la totalidad de países siguiendo ese modelo ya que, por definición, las exportaciones netas mundiales han de sumar cero.

"En conclusión, la creación de nuevas instituciones va pareja de la desaparición o modificación de otras instituciones ya existentes. Y se trata de un proceso de desdemocratización porque las nuevas instituciones —como las nuevas reglas del mercado de trabajo, las privatizaciones, las desregularizaciones— nos alejan de una democracia sustantiva mientras las instituciones de democracia procedimental son vaciadas mediante la superposición de otras no democráticas, como las de la Unión Europea. En resumen, compartimos la idea de que se ha acentuado «una creciente subordinación de los procedimientos democráticos de las instituciones estatales y de sus formas de intervención a las necesidades de la economía, del crecimiento y de la competitividad»."

Estas condiciones habrían traído consigo el desempoderamiento de la ciudadanía, el progresivo desmantelamiento del Estado del Bienestar. O, en otras palabras, la desdemocratización del sistema. Uno de los ejemplos sería la reforma constitucional de 2011, institucionalizando la prioridad del pago de la deuda pública a cualquier otra consideración de gasto público.

"Inspirados en lo aprendido en el conjunto de este libro, los rasgos fundamentales del nuevo ordenamiento jurídico y político deberían ser dos. En primer lugar, una democracia de tipo procedimental de naturaleza republicana, es decir, radicalmente participativa. En segundo lugar, una democracia de tipo sustantivo y socialista, es decir, que lleve al ámbito económico los principios democráticos y de esa forma se cierre la separación entre la esfera económica y la política que se encuentra en el origen del fascismo y otras barbaries."

Tal proceso transformador debería traer consigo la quiebra del bipartidismo, sistema turnista que, en opinión de Garzón, está agonizante. El actor principal de ese proceso habrían de ser las masas, el proletariado, pero también las mareas del 15-M y las clases medias desposeídas. Y su instrumento, los partidos políticos, pero no entendidos a la manera liberal, sino a la gramsciana, a la republicana, emergiendo a través suyo el intelectual orgánico.

En este corto pero denso ensayo Alberto Garzón nos muestra los fundamentos de su pensamiento político y nos presenta una alternativa constituyente de Estado para España, un proyecto sugestivo de convivencia en común. Éste no es un libro de análisis de la coyuntura política y económica actual, que también, sino un trabajo de divulgación de los principios filosóficos del republicanismo para, a través de ellos, mostrar la senda que seguiría la futura tercera república. Una de las grandes virtudes de este libro consiste en levantar ese proyecto de manera autónoma, esto es, sin hacer referencia ni a la segunda ni a la primera república. Con ello, consigue desquitar la miseria y el complejo de nuestros hombros, evitar la tragedia y la vergüenza de nuestra historia, y aglutinar para sí el mayor número de voluntades para su causa. Su principal defecto, el más que presumible poco eco de su voz, sin embargo, no cabe imputárselo al autor ni al contenido del libro, sino al más que negligente estado de cosas en el que está sumido este país desde hace muchos años y que, esperemos, libros como La Tercera República contribuyan a mejorar.


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