jueves, 8 de junio de 2017
(1864) Jules Verne - Edgar Poe y sus obras
"Dejando de lado lo incomprensible, lo que es necesario admirar en las obras de Poe es lo novedoso de las situaciones, la discusión de los hechos poco conocidos, la observación de las facultades enfermizas del hombre, la selección de sus temas, la personalidad siempre extraña de sus héroes, su temperamento enfermizo y nervioso, su forma de expresarse mediante interjecciones extrañas. Y sin embargo, en el medio de estas imposibilidades, existe a veces una verosimilitud que se apodera de la credibilidad del lector."
1864 vería nacer una de las novelas más conocidas de Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, segunda en la serie de los Viajes Extraordinarios. Es menos conocido que ese mismo año el escritor francés publicó también un extenso artículo titulado Edgar Poe y sus obras en la revista literaria Musée des Families, donde otros autores de renombre como Honoré de Balzac o Alexandre Dumas (padre) habían publicado trabajos con anterioridad. Verne, que durante toda su vida sería un gran admirador del poeta americano, dejó constancia para la posteridad de esa admiración en obras como la propia Viaje al centro de la Tierra o La esfinge de los hielos.
Edgar Poe y sus obras es un modesto artículo que se compone de cuatro capítulos y que se puede leer en poco más de una hora. En él Verne hace patente su respeto por Poe, del que dirá con paradójica precisión que es el fundador de la escuela de lo extraño, y comenta con cierto grado de detalle cinco de los relatos que mayor impronta le dejaron del autor americano.
"Poe ha creado un género aparte, que solo procede de él mismo, y del cual me parece que se ha llevado el secreto; se le pudiera identificar como el fundador de la escuela de lo extraño; ha hecho retroceder los límites de lo imposible; él tendrá imitadores. Éstos intentarán ir más allá, de exagerar su estilo; más de uno creerá que le sobrepasará, pero no logrará ni siquiera igualarlo."
En el primer capítulo del artículo, y tras mostrar la especificidad de la escritura del poeta americano y su más que posible legado para el futuro, renuncia a explicar en qué consiste la escuela creada por Poe, remitiendo, eso sí, al prólogo escrito por Charles Baudelaire para la edición de Historias Extraordinarias, y del que Verne dirá que es no menos extraño que la propia obra. Desconocemos si con sorna o sin ella. ¿Consideraba Verne a Baudelaire un burdo imitador de Poe, alguien incapaz de superar al maestro? Es difícil responder a esa pregunta. Lo que si hace, en cambio, es trazar las fronteras que lo separa de otros autores con los que normalmente se le asocia. De E.T.A. Hoffmann lo diferencia el hecho de que para el autor alemán ninguna razón física puede ser admitida, esto es, que sus narraciones se construyen aprovechando lo puramente fantástico. De Anne Radcliff, en cambio, a pesar de que los sucesos de sus historias se explican por causas naturales, al igual que en las de Poe, no existe ese enrarecimiento psicológico al que aboca a sus personajes el autor americano y que lleva al límite el espíritu de reflexión y deducción. Tenemos, por tanto, la principal característica que admira Verne en Poe: el carácter extremadamente deductivo de sus creaciones, la explotación de la lógica con fines estéticos. No es de extrañar, pues, que los tres primeros relatos que pase a comentar Verne sean los tres cuentos analíticos más famosos del autor americano.
Tras repasar brevemente los principales acontecimientos de la vida de Poe, pero precisando que la sobreexcitación de la que hacen gala sus personajes bebe directamente del carácter de su autor, Verne entra en harina comentando el primero de los relatos analíticos a los que hincará el diente: Los crímenes de la Rue Morgue, el primero de los cuentos protagonizado por Chevalier Auguste Dupin. Curiosa la elección de Verne ya que Dupin pasa por ser el personaje menos sobreexcitado de todos los del imaginario de Poe, al menos si entendemos el término nerviosamente. Sea como fuere, Verne procede a resumir el cuento y se admira de las audacias lógicas que implementa Poe en boca de Dupin, sobre todo aquella metodológica que usa para resolver el caso: Por eso Dupin, sabiendo a qué atenerse al respecto, se lanza a una deducción original, tomada de un rango de ideas completamente diferente, no preguntándose cómo habrían sucedido las cosas, sino más bien en qué se diferencian de todo lo ocurrido hasta el presente. Tras lo cual, Verne pasa a reconstruir los razonamientos que ejecuta Dupin para resolver el caso, y que nosotros no vamos a reproducir.
La carta robada es el segundo de los relatos que comenta Verne, nuevamente con Dupin como protagonista, ya en el segundo capítulo del artículo. En mi opinión, es uno de los cuentos menores de Poe, pero a Verne le fascina la habilidad del poeta americano para plantear un enigma de apariencia irresoluble y dotarle, por el contrario, de una respuesta cristalina y simple. Verne llama la atención sobre el proceso heurístico que sigue Dupin cuando rememora la anécdota del crío de ocho años que atesoraba victorias incontestables en el juego de par o impar. Aquel niño, para vencer a sus oponentes, aplicaba una sencilla regla, en función de si no acertaba al primer intento, basada en el cálculo de la inteligencia de su rival. Si estos eran tontos, y en el primer intento había dicho par siendo impar, la poca astucia del oponente le llevaría para el segundo intento a cambiar impares por pares, siendo esta última la respuesta. En caso de que el oponente fuera inteligente, la respuesta sería la inversa. Esta anécdota permite a Dupin hallar la clave para encontrar la carta robada.
"Hay objetos que escapan a la vista humana por ser de una excesiva evidencia. De este modo, en los mapas geográficos, las palabras resaltadas con caracteres gruesos, que se extienden de una punta a otra del mapa, son menos obvias que aquellas que son escritas con caracteres finos y casi imperceptibles."
También en el capítulo segundo, Verne comenta el que para él es, no sin razón, el mejor de los cuentos de Poe, El escarabajo de oro. Si no el mejor, desde luego sí es el mejor de los cuentos analíticos. Verne pone en valor el aura de misterio imbuida por la fascinación por lo extraño que contiene la primera parte del relato y la excepcionalidad del personaje de Legrand. Tras resumir los acontecimientos que narra el cuento, Verne llama la atención sobre el misterio criptográfico que contiene el cuento y con la fascinación de un niño procede a explicarnos el juego de suposiciones que es necesario asumir para resolverlo, y que finalmente soluciona la cadena de acontecimientos que el lector ha presenciado sin entender muy bien qué estaba ocurriendo hasta ese momento. La idea del criptograma la usaría el propio Verne en Viaje al centro de la Tierra, publicada el mismo año que se publicó este artículo, como hemos mencionado ya.
Ya en el tercer capítulo, Verne comenta el cuento de ciencia ficción más importante de Poe, Las aventuras de Hans Pfaall. El Verne más crítico atiza al poeta americano achacandole el uso de argumentos de hecho muy falsos con rigor ilógico. Efectivamente, Verne no recibe de buen grado el desapego de Poe hacia la descripción verdaderamente científica del viaje en globo realizado por Hans y su asunción de la hipótesis ya refutada por aquella época de la existencia del éter. Con todo, Verne admite que el aeronauta arrastra al lector con él ya que el viaje es maravilloso, lleno de eventos imprevistos y soluciones audaces. Pero el talante crítico de Verne recupera el pulso del comentario al poner sobre el tapete errores que restan verosimilitud al relato, como el hecho de que la existencia de atmósfera en la luna ha sido refutada por la ciencia. Verne, a su vez, le recrimina al poeta americano la falta de ambición de su relato al carecer de una historia etnográfica, física y moral de la luna.
El cuarto capítulo está dedicado exclusivamente a Las aventuras de Gordon Pym, la única novela escrita por Edgar Allan Poe. Para Verne, esta historia posee más humanidad que las contenidas en las Historias extraordinarias, aunque no por eso es menos insólita. Y tanto. Verne pone empeño y dedicación en resumir y remarcar los momentos de la novela para, al final, poner sobre la mesa el hecho de que ésta se encuentra inacabada... Curiosamente el encargado de concluirla sería el propio Verne unos años más tarde con La esfinge de los hielos.
"Me tomo ahora la libertad de llamar la atención hacia el lado materialista de estas historias; no se siente en ocasión alguna la intervención providencial; Poe parece no admitirla, y pretende explicar todo por las leyes físicas, que incluso inventa cuando las necesita; no se siente en él esta fe que debe darle la contemplación incesante de los sobrenatural. Emplea lo fantástico con frialdad, si me puedo expresar así, y este infeliz es aún un apóstol del materialismo; pero creo que esto es menos una falta de temperamento que la influencia de la sociedad puramente práctica e industrial de Estados Unidos; él ha escrito, pensado, soñado como norteamericano, como hombre positivo; habiendo hecho constar esta inclinación, admiremos sus obras."
A modo de epílogo, Verne concluye que el hecho diferencial de la narrativa de Poe, más allá de la sobreexcitación de sus personajes y el carácter extraño de los temas escogidos, es el materialismo que impregna su obra. Verne resalta perspicazmente que en la obra de Poe no hay rastro de intervención divina o sobrenatural alguna. Todo ocurre de acuerdo con las leyes de la física, sean estas inventadas o no, y en ello cree encontrar el reflejo del carácter del pueblo de los Estado Unidos, nación pragmática e industrial como ella sola.
A pesar de las observaciones sagaces de Verne, "Edgar Poe y sus obras" supone un trabajo decepcionante. En primer lugar, la selección de los relatos comentados no es representativa del verdadero valor de la obra del poeta americano. La excesiva presencia de cuentos analíticos en menoscabo de los demás introduce un sesgo en el artículo que vicia el resultado final del mismo. Además, Verne reitera el carácter inusual de los relatos de Poe y, sin embargo, no comenta ninguno de sus grandes cuentos extraños. Terceramente, Verne pone tal empeño en resumir los cuentos que comenta que acaba por difuminar el misterio de los mismos, revelando en cada uno su desenlace. Para el lector familiarizado con Poe, esto no es un problema, más allá de la molestia del método elegido, de digestión lenta. Pero puede serlo, y muy importante, para quien no lo esté. Cuidado con esto. Teniendo en cuenta la época en la que fue escrito este artículo y el escaso conocimiento en Francia de la obra del autor americano por aquel entonces, esta decisión de Verne no habla demasiado bien de él. Por último, aunque el artículo esté trufado de comentarios perspicaces de Verne acerca de los giros y recursos narrativos utilizados por Poe en los relatos, carece de un número significativo de observaciones de verdadera profundidad que atraviesen toda la obra del autor americano. Solo la llamada de atención sobre el materialismo omnipresente en la obra de Poe hace honor a esta clasificación, pero termina por ser insuficiente, y la puesta en valor del carácter inusual de su narrativa se nos antoja como un ejercicio tautológico ante la evidencia para todo lector de ese hecho. Para ser justos con Verne, desde el principio nos advierte que no abordará la cuestión de la especificidad de la escuela fundada por el autor americano, recordemos, la escuela de lo extraño. Tal aviso le exime de responsabilidades, pero también de méritos. Por ello, todo seguidor de alguno de los dos autores debería adentrarse en este texto con suma precaución y con las expectativas rebajadas para no llevarse una decepción. Si sigue esta recomendación, seguramente acabe disfrutando lo que el bueno de Jules Verne tiene que contarnos.
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