domingo, 4 de junio de 2017

(2013) Yanis Varoufakis - Economía sin corbata: conversaciones con mi hija

Matrix, Frankenstein, trabajo, mercancía, poder, Fausto


"La imposibilidad total de controlar empíricamente las teorías económicas hace que la economía, el pensamiento económico, no pueda compararse con las ciencias aplicadas. Así, como economistas podemos elegir entre fingir que somos científicos y admitir que estamos más cerca de filósofos que, por muy lógicos y sabios que sean sus argumentos, es imposible que se convenzan entre ellos sobre cuál es el sentido de la vida."

Varoufakis es un economista peculiar. A pesar de haberse labrado una carrera académica bregando con los formalismos matemáticos de la teoría de juegos y la microeconomía, reniega de la matemática inserta en vastas áreas del corpus doctrinal económico. Y a pesar de que sus propuestas en economía política no tienen nada de comunistas —si de alguna manera pueden catalogarse, es de post-keynesianas—, se define como marxista. Pero su marxismo, como él mismo explica, no es un marxismo ortodoxo que se ciña a la letra del pensador alemán. Como en esta y en otras tantas cuestiones, su marxismo es peculiar, pues se trata de uno errático.

En realidad, Varoufakis tiene poco de marxista, por no decir nada. No asume la teoría del valor-trabajo de Marx ni, por supuesto, el desarrollo argumentativo que el filósofo alemán erigió sobre esa premisa para dar cuenta de la explotación a la que someten los capitalistas a los trabajadores. Y, sin embargo, como explicó en una conferencia en Zagreb hace unos años, heredó de él cierto sentimiento compartido respecto al sentido de la Historia, la narrativa por la cual la Historia se estructura a través de la articulación relacional de ciertos personajes dramáticos (trabajadores, capitalistas, científicos...) que protagonizan una lucha de intereses contrapuestos. Pero, por encima de esto, Varoufakis heredó de Marx cierto humanismo que la economía ortodoxa no ha sabido asimilar. Ésta, al tratar el trabajo como una mercancía sujeta a las mismas reglas que el resto de bienes y servicios, cosifica a quien lo realiza, despojando con ello al trabajador de su libertad. Para el economista griego, el gran pecado de la izquierda durante el último siglo ha sido regalarle la batalla de la libertad a la derecha económica, cuando es esa misma libertad la que es extirpada con la mecanización del trabajo. Y de esta alienación sí hablaba Marx.

Esa crítica a la izquierda, realizada antes de que se convirtiera en ministro de finanzas de una arruinada Grecia, da mayor validez si cabe a la oposición frontal que, años después, ejercería contra los designios de la troika. Fue aquella una lucha desnivelada, donde David trató por todos los medios de hacerle ver a Goliath que su triunfo constituiría una victoria pírrica que acabaría matando al pueblo heleno; que lo mejor pasaba por un aligeramiento de las condiciones y, eventualmente, una condonación parcial de la deuda. Desgraciadamente, su voz no fue escuchada debidamente y hoy, dos años después del renuncio en el que incurrió Tsipras tras desoír al pueblo griego en aquel ya mítico Referendum, y tras la consiguiente dimisión automática de Varoufakis, el país que dio a luz a la filosofía y la democracia puede que no esté muerto, pero su pronóstico es reservado y no parece que vaya a abandonar la UCI próximamente por su propio pie.

Puede que de haber sido escrito después de aquellas negociaciones, Economía sin corbata: conversaciones con mi hija hubiese sido un libro más vitriólico del que realmente es. Publicado originalmente en 2013 en griego y dos años más tarde en Castellano —durante el desarrollo de aquellas negociaciones y aprovechando el tirón mediático de las mismas—, Economía sin corbata pretende ser una especie de manual de introducción a la economía. Pero uno muy sui generis, como tendremos ocasión de ver.

Varoufakis, antes de ser el economista mediático que es en la actualidad, fue profesor en Inglaterra en las universidades de Essex y Cambridge y, más tarde, también lo fue en Australia, concretamente en la universidad de Sidney. En esta última se cuenta que sus clases estaban siempre llenas y que siempre destacó por ser un fantástico docente. Como dato anecdótico, su elocuente oratoria le llevó a tener su propio programa radiofónico en la radio estatal australiana, programa que acabaría siendo censurado por las autoridades australianas tras las críticas vertidas por el economista griego a la labor del por aquel entonces primer ministro australiano, el liberal John Howard. En cualquier caso, Varoufakis se encuentra ligado al país austral no solo por su doble nacionalidad greco-australiana —hecho compartido con varios cientos de miles de compatriotas helenos; no en vano el pueblo griego es la principal fuente de inmigración de Australia—, sino principalmente porque su hija Xenia vive todo el año en Sidney, razón por la cual apenas ve a su padre. Para paliar este hecho, y como complemento a sus sesiones de Skype, Varoufakis decidió escribir un libro de introducción a la economía pensando en su hija de doce años —ocho en el momento de publicación— para estar, de alguna forma, más cerca de ella.

No cabe duda de que la génesis y el enfoque del libro es bastante peculiar. La sola idea de enseñar economía a una niña de ocho años resulta espeluznante, terrorífica. O al menos eso les parecerá a la mayoría de chavales —y personas adultas, no nos engañemos—. Las largas cadenas de razonamientos que ligan conceptos dispares, así como las ecuaciones implícitas en esos desarrollos, no resultan sexis a todo el mundo. Pero Varoufakis ha conseguido hacer atrayente lo que es árido y rocoso.

La principal razón de que esto sea así es que Varoufakis ha conseguido ir al núcleo de los problemas alejándose de las explicaciones cuasi-axiomáticas que muchos manuales de economía abrazan para explicar los conceptos económicos. El economista griego ha optado, en cambio, por un método ecléctico, en el que aúna chascarrillos, historia universal, filosofía, ciencia ficción y mucho sentido común. El resultado es un libro entretenido y nada denso de leer. Un libro en el que se pueden llegar a adquirir nociones básicas de pensamiento económico sin pasar por las penurias por las que, a menudo, los estudiantes se ven obligados a transitar.

Con todo, el título del libro puede llevar a engaño. En Economía sin corbata no asistimos a un diálogo socrático entre Varoufakis y su hija, sino a un monólogo del economista griego en todo momento. Xenia, en realidad, no participa en ningún momento en la obra, excepto como musa invisible que guía su redacción. Es una pena porque un enfoque mayéutico hubiese sido muy original y notablemente más atractivo.

La heterodoxia doctrinal de Varoufakis se percibe, también, desde las primeras páginas. Por ejemplo, en el primer capítulo, titulado ¿Por qué tanta desigualdad?, aborda la cuestión desde un punto de vista histórico planteando el siguiente contrafáctico: por qué los aborígenes australianos no invadieron Inglaterra. Todos sabemos que ocurrió lo contrario, pero lo interesante del planteamiento de Varoufakis es que le permite trazar la cadena causal que permitió que un conjunto de pueblos nómadas se transformara en el imperio británico a través de sucesivas revoluciones tecnológicas, culturales y económicas. Pero el planteamiento no es el clásico eurocentrista. Varoufakis aborda los claroscuros de cada una de esas revoluciones (la agricultura, la escritura, el dinero, el ahorro, el crédito, la ingeniería naval) y concluye que fueron movidas por la necesidad. De haber vivido en un ecosistema más rico como el australiano, los ingleses seguirían siendo cazadores y recolectores y no habría habido lugar al nacimiento de la agricultura, la cual nace como vacuna contra la escasez. No hay una diferencia esencial entre pueblos, sino en las condiciones de supervivencia de los mismos.

"Es increíble lo fácilmente que nos convencemos a nosotros mismos de que el reparto de la riqueza, sobre todo cuando nos favorece, es «lógico», «natural» y «justo». Cuando sientas que estás a punto de sucumbir a este tipo de pensamientos, recuerda lo que decíamos al principio: que todos los bebés nacen igual de desnudos, pero algunos están predestinados a vestir ropa carísima, mientras que otros están condenados al hambre, la explotación y la pobreza. Nunca caigas en la tentación de aceptar esa realidad como «lógica», «natural» y «justa»."

Con todo, esto no es lo verdaderamente heterodoxo, sino la afirmación de que es mediante una ideología que justifica la desigualdad como ésta consigue persistir. Y esta ideología se puede rastrear a través de todas las revoluciones tecnológicas y también en la justificación de la colonización. Este hilo argumentativo, que aúna política y economía, conecta a Varoufakis con Marx. Pero lo hace de una manera tenue, débil... errática. Porque cuando más adelante habla de la diferencia entre valor y precio y ejecuta una crítica de la pretensión que los valores de cambio tienen de agotar todos los tipos de valores —fenómeno típico en las sociedades de mercado—, de la confusión entre bien y mercancía, también percibimos ecos de Marx. Pero acaban siendo eso, resonancias lejanas, cuasi fantasmagóricas. Lo cierto es que Varoufakis no recurre a los conceptos marxianos. No utiliza la teoría del valor como trabajo, sino la marginalista que ya es un dogma en economía. Pero a ésta le aplica una crítica humanista consistente en la identificación de los "valores experienciales", sin valor de cambio alguno —esto es, con precio nulo—, existentes en nuestras sociedades y, sin las cuales, éstas no serían las mismas.

En verdad, durante muchos momentos del libro, lo que hace Varoufakis no es tanto una presentación de los conceptos económicos como una crítica filosófica de los mismos. Por ello, Economía sin corbata es tanto una introducción a la economía como una introducción a la crítica del pensamiento económico. Lo que es tanto como decir que aglutina en su seno una filosofía de la economía, algo de lo que pocos manuales pueden presumir. A pesar de ser un libro para (pre-)adolescentes, las palabras de Varoufakis tienen una importante carga de profundidad muy a menudo soterrada bajo la superficie.

Una de las virtualidades del libro es la capacidad para ilustrar los conceptos a través de metáforas ingeniosas y, muy a menudo, traídas de la Literatura y de la ciencia-ficción. El tratamiento que Varoufakis hace del beneficio, la riqueza o las crisis económicas, por nombrar algunas, no es especialmente original. Sin embargo, lo que resulta innovador o, cuanto menos, refrescante es la pedagogía que emplea para enseñar esas ideas. Así, se sirve del Fausto de Marlowe para ejemplificar el concepto de deuda, de Star Trek y Matrix para ejemplificar las dos bifurcaciones posibles que el trabajo realizado por las máquinas podría deparar para la humanidad, del agente Smith para ilustrar la idea de cómo el capitalismo sin cortapisas —sus externalidades negativas— es un virus para el planeta, etc. Las menciones a Frankenstein, Blade Runner o Edipo son constantes y a menudo suavizan exposiciones que, sin entrar en excesivas profundidades académicas, podrían resultar ásperas.

Por lo demás, y a pesar de que la exposición de Varoufakis no contradice la economía ortodoxa liberal la mayor parte del tiempo, ésta recibe tres ataques contundentes por parte del economista griego.

Los dos primeros, que ciertamente van de la mano, consisten en la crítica de la visión liberal del mercado de trabajo y del mercado de dinero. Tales críticas ya se encontraban en El minotauro global, pero aquí las recupera. Consisten en la idea ingenua por parte de ciertos economistas liberales de que el comportamiento del dinero y del trabajo es similar al comportamiento del resto de mercancías, obviando el hecho de que las expectativas de los agentes económicos juegan un papel fundamental en esos mercados. Así, un liberal considera que cuando los tipos de interés bajan y el salario de los trabajadores se devalúa, lo natural es que la demanda de crédito y trabajo aumenten ya que estas mercancías se encuentran más baratas. Sin embargo, este análisis no tiene en cuenta la premisa de que en el marco de una recesión, los empresarios pueden no querer arriesgarse a pedir un crédito o contratar trabajadores ante la expectativa de que la economía siga comprimiéndose. Y, ciertamente, la información que transmiten unos tipos de interés en caída libre (o un marco laboral devaluado), lejos de ser que endeudarse es más barato (o incentivar a contratar más trabajadores) es, por contra, la de que hacerlo ahora puede ser más caro que en el futuro. Pero este pensamiento constituye una suerte de profecía autocumplida. Por ello, Varoufakis denomina a los mercados de dinero y de trabajo mercados edípicos, en alusión a la profecía autocumplida de la tragedia de Sófocles.

La tercera crítica alude a la solución que proponen algunos economistas liberales para el problema del cambio climático y la contaminación del medio ambiente. Estos economistas creen que la solución óptima para este problema, lejos de consistir en multas y penalizaciones impuestas por los Estados por rebasar determinados límites de emisiones contaminantes, debería consistir en que los Estados concedan a las empresas derechos de emisión por valor de cierta tasa de emisiones por unidad de tiempo y, al mismo tiempo, derechos para comercializar con esos derechos, de forma que puedan comprarse y venderse entre las empresas en función de las necesidades productivas de las propias empresas. Esta solución, que parece razonable en la medida en que parece adecuarse eficazmente al comportamiento de las empresas, la desmonta Varoufakis argumentando que este mercado de males, cuya creación estaba motivada por la desconfianza al Estado... estaría sustentado en ese mismo Estado del que desconfiamos, ya que éste estaría obligado a controlar a todas las empresas para que cumplan los compromisos asumidos. Pero es que, aunque asumiésemos que el intercambio puede dar lugar a un óptimo en las emisiones contaminantes de las propias empresas, la pregunta sobre quién decidiría el límite de contaminantes por persona o unidad de tiempo, la unidad indivisible y alícuota base de ese mercado, seguiría presente. Y la respuesta sería, nuevamente, el Estado. En contraposición a la solución liberal, Varoufakis propone que solo una mayor dosis de democracia puede solucionar el problema. Si el planeta es un bien común, ajeno a los valores de cambio, solo la concienciación de todos puede evitar la catástrofe. Por ello, el control democrático es imprescindible. Estado, sí; Democracia, condición sine qua non.

"En cierto sentido, este libro es mi propia versión de la pastilla roja."

"Economía sin corbata" es un libro atípico. Para ser un libro de divulgación posee demasiado contenido crítico. Y para ser un libro de economía posee demasiada filosofía en su interior. Con todo, Varoufakis ha dado con la tecla. Su texto, a pesar de tener varias capas de profundidad en algunos momentos —o precisamente a causa de ello— puede atraer tanto al lector neófito como al ducho y avezado. La facilidad para ilustrar con imágenes procedentes de la ciencia ficción y la literatura conceptos complicados y la claridad con la que despliega esos mismos conceptos convierten la obra del economista griego en una fantástica puerta de entrada a la economía para aquellos que quieran hacerlo desde una vía crítica. Su único defecto es la expectativa insatisfecha de estar ante un diálogo socrático, como su título permitía barruntar. Pero tal defecto no ensombrece la particular travesía por la madriguera del conejo que el economista griego nos presenta. Travesía que debería ser obligatoria como medio para evitar caer —paradójicamente— en el habitual dogmatismo en el que a menudo incurre la economía y que, lejos de asemejarla a las ciencias naturales, acaba haciéndola indistinguible de la religión.


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