miércoles, 31 de mayo de 2017
(2014) Luis Gonzalo Segura - Un paso al frente
"En verdad, el liderazgo se obtiene más en la zapa que en el vuelo: los verdaderos líderes lo han sido en los pasillos de palacio y no en los campos de batalla. Quizá unos pocos consiguieran serlo en ambos lugares, pero cierto es que se perece antes por no dominar las artes de la intriga que por desconocer las artes de la guerra."
En el cuarto episodio de la primera temporada de Borgen la periodista Katrine Fønsmark recibía a altas horas de la noche una llamada anónima que le interpelaba a reunirse en el parking de la cadena de televisión donde trabajaba. Allí, el anónimo le transmitía una información confidencial referente al ejército: la base militar danesa de Thule, sita en Groenlandia, había estado siendo usada por el ejército estadounidense para el traslado de prisioneros. Tras los cotejos pertinentes de las pruebas aportadas, Fønsmark daba la noticia, con el consiguiente revuelo mediático. Tras algún intento de censura gubernamental hacia la cadena, y ante el inminente riesgo de que su identidad se viese descubierta, el informante decidía tomar el toro por los cuernos y dar una entrevista en horario de máxima audiencia, revelando su verdadera identidad: militar de carrera. Una vez puestas las cartas encima de la mesa, el gobierno trataba de desacreditar ad hominem al denunciante y... hasta ahí puedo leer. Algo muy parecido a todo esto le ocurrió a Luis Gonzalo Segura, ex-teniente de las fuerzas armadas españolas.
El caso de Luis Gonzalo Segura tuvo cierta repercusión hace unos años pues su imagen se hizo conocida entre la opinión pública. O, al menos, todo lo conocida que la hojarasca de información irrelevante esparcida por los medios puede permitir. Dio entrevistas en periódicos y programas de televisión, como El Intermedio, y contó con una columna propia en el diario Público, entre otras apariciones en radio y televisión.
La historia de Luis Gonzalo Segura es la siguiente: en 2009 empezó a tener sospechas de corruptelas en la unidad de transmisiones donde trabajaba en el ejército. Tras elevar un parte a sus superiores directos, pero ser inmediatamente rechazado, se sumió en una larga lista de procesos judiciales internos. Ante las continuas desestimaciones de sus querellas por parte de los jueces militares, y como salida a su frustración, en 2014 editó una novela, con gran carga autobiográfica, titulada Un paso al frente. Tras su publicación, fue arrestado cinco meses sin juicio previo. Durante su estancia en prisión, se declaró en huelga de hambre durante tres semanas. Finalmente, en junio de 2016 es expulsado del ejército a causa de las críticas públicas vertidas contra la cúpula militar.
Un paso al frente, publicada hace tres años, pretende plasmar todas las críticas que Luis Gonzalo Segura ha hecho a la cúpula militar. En ese sentido, su propósito es obvio: dar publicidad al mar de denuncias que ha interpuesto contra sus superiores y, al mismo tiempo, poner negro sobre blanco los desmanes y corruptelas de los que ha sido testigo todos estos años. Pero al mismo tiempo, Un paso al frente es una novela que narra unos hechos ficticios con unos personajes nacidos a partir de la imaginación del ex teniente Segura. Así pues, la novela que tenemos entre manos gravita en torno al afán de denuncia y el deseo de contar una historia que emocione al lector. Y, como veremos, estos dos polos constituyen una dialéctica de la que la novela del ex teniente Segura no sale precisamente favorecida.
La historia que narra Un paso al frente es hasta cierto punto sencilla: un teniente del ejército, Guillermo Fernández —presumible trasunto del propio Luis Gonzalo Segura—, comienza a acumular indicios y pruebas de corrupción entre sus superiores y, finalmente, acaba denunciando. Y como en la historia vivida por Luis Gonzalo Segura, ese es el principio de toda la historia. En ella no habrá detenciones ni huelgas de hambre, como en el caso del ex teniente, pero sí otros elementos comunes como coacciones y, también, otros, bastante más escabrosos, que acercan el relato a las historias de espías, en una suerte de proceso kafkiano.
La novela, con todo, no se centra únicamente en el personaje de Guillermo Fernández, y tiene el acierto de presentar la historia desde una perspectiva coral, con abundancia de personajes que, con el transcurrir de las páginas, ven ligados sus destinos. Sin duda, este planteamiento ayuda a que la lectura sea fluida. Pero también tiene el objetivo adicional de presentar las denuncias desde un punto de vista múltiple, ya que las distintas injusticias que acaecen en el ejército se cometen a distintas alturas y con distintas intensidades en función de quién sea objeto de atención. En ese sentido, aunque muchas de las corrupciones son descubiertas por el personaje de Guillermo Martínez, quienes de verdad sufrirán sus consecuencias serán el cuerpo de suboficiales y, sobre todo, el cuerpo de militares de tropa.
Y, ciertamente, en Un paso al frente, corrupción y prevaricación la hay de todos los colores: desvíos de dinero, malversaciones, falsificaciones de facturas, etc. Estas prácticas redundan, al final, en una merma importante del bienestar de la tropa, que ve reducida las provisiones de alimentos, balas, combustible y calidad en los desplazamientos —guiño al accidente del Yakovlev Yak-42—. Segura presenta el ejército como un Estado dentro del Estado, un coto privado para los altos mandos, los cuales no tienen reparos en derrochar las partidas presupuestarias en campos de golf, mansiones imponentes, dependencias ostentosas o jacuzzis en los cuarteles.
No obstante, la corrupción, aparte de pecuniaria, también funciona a otros niveles. Segura, por boca de sus personajes, nos cuenta cómo son los procesos de admisión para la escuela de oficiales, totalmente opacos y fraudulentos, así como la sorprendentemente alta tasa de aprobados de la misma. También somos testigos de cómo los suboficiales y la tropa, a menudo, tienen que acometer tareas que no les corresponden. Por no hablar de la cantidad de trabajadores civiles no funcionarios, es decir, seleccionados a dedo y no por oposición, que redunda, si cabe aún más, en la endogamia de la institución. Finalmente, y como no podía ser de otro modo, asistimos a la macrocefalia que amenaza con hacer caer al ejército, en el cual hay ya un ratio de menos de dos soldados por cada cuadro de mando.
Hay otro tipo de corrupción en el ejército, que no se reduce ni a los trapicheos económicos ni a los demás tipos de corrupción pero que, en cierto modo, está en la base de todas las demás: la corrupción moral. Ejemplos de ello son el racismo, la homofobia, el menosprecio de las mujeres por estar en un mundo que no les toca o el exasperante clasismo de los altos mandos. Segura dibuja un panorama, en definitiva, desolador, más propio de un sistema feudal que de uno democrático.
Más allá de la corrupción, los mejores momentos de la novela suceden cuando Segura nos explica el funcionamiento del ejército durante el día a día. En ese sentido, son destacables las narraciones en torno a la semana Alfa o de instrucción militar básica, aquella donde se curte a los cadetes en la ética del sacrificio y el compañerismo, y que contrasta notablemente con la ausencia de moral de los altos mandos. O cuando nos explica el uso de cierto tipo de argot típico de la milicia: cadeteras, primeracos, cafarnas, negros, mestizos, etc. Las narraciones bélicas, ubicadas en Afganistán, consiguen ser de interés también. Segura pone sobre la mesa en ellas las consecuencias desoladoras de todos los desmanes que nos ha presentado anteriormente. Pero también logra que la narración sea vibrante y que los personajes resulten creíbles y humanos, y no simples marionetas que manipular para que la trama discurra por los senderos que le vienen bien.
"En la guerra no hay viernes, sábados ni domingos. Todos los días son lunes."
Porque uno de los principales problemas que tiene esta novela es que la mayoría de los personajes son de cartón piedra. A su vez, están divididos en dos clases estancas: buenos y malos. Y los buenos son muy buenos y los malos son muy malos. No hay grises y, ciertamente, no hay evoluciones psicológicas reseñables, más allá del epifánico "estoy rodeado de mierda", leitmotiv de la novela. Los personajes buenos, a su vez, son muy parecidos entre sí. La psicología de David es similar a la de Guillermo, la de Puig parecida a la de Vara y Alexandra y María son indiscernibles. Por otro lado, los malos, que son ciertamente pérfidos, van desde lo mundano hasta lo estrambótico. En esta última categoría, destaca Conte: psicópata, sádico, tirano, narcisista, machista, adúltero, racista, homófobo, neonazi y vigoréxico. No se le conoce una sola obra buena. Ni siquiera de pequeño.
La novela adolece también de ritmo y tensión en ciertas partes. Esto ocurre porque algunos párrafos están escritos con verdadera elocuencia, mientras que otros se resienten de un lenguaje menos incisivo. Pero también porque ciertas situaciones están pensadas para presentar algún tipo de corrupción y, cuando ésta ya ha sido mostrada, el interés en lo narrado se evapora, por más que Segura se moleste en presentarnos como rumia los hechos el personaje de turno. Además, hay al menos dos deus ex machina en la obra, siendo uno de ellos ciertamente decepcionante. Finalmente, el tratamiento de los momentos románticos puede llegar a producir cagalera por la ausencia de química en las conversaciones entre los personajes. Se recomienda consumir arroz cuando se llegue a ellas.
Pero más allá de los errores de ejecución, creo que lo que menos me ha gustado de la novela ha sido la sensación de no poder discernir del todo qué partes son verídicas y cuáles son verosímiles pero falsas. Segura juega con la ambigüedad en todo momento y en cierta forma ello propicia que juegue con el lector. Eso sí, esa ambigüedad troca en victoria incontestable con la llegada del segundo epílogo. Pero como bien sabe Segura, la victoria en una batalla no significa ni mucho menos que se haya ganado la guerra.
Por ello, Un paso al frente es una novela que pierde la guerra mucho antes de comenzarla. La decisión de optar por el formato literario en vez del ensayístico es el principal lastre con el que ha de bregar la obra del ex teniente Segura. Esa decisión acentúa sus errores de ejecución, sus carencias literarias, y sumerge al lector en un mar de indefinición acerca de lo que verdaderamente quiere saber, que no es otra cosa sino qué hay de cierto acerca de la corrupción en el ejército. El lector lo que quiere no es conocer las cuitas de los soldados al descubrir la corrupción, pues éstas se dan por sentadas, sino conocer con pelos y señales el meollo del mondongo. Y es una lástima porque Segura cuenta cosas muy interesantes —y muchas más que se habrá guardado para futuras publicaciones—. Pero, sencillamente, el formato ni es el adecuado ni hace justicia a los méritos del autor.
"Desde un perverso punto de vista podemos decir que es la corrupción la que con más éxito ha conseguido democratizarse."
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