jueves, 30 de noviembre de 2017

(1998) Michel Houellebecq - El mundo como supermercado

supermercado, libertad, mundo, egoísmo, sexo


"¿Cuál podría ser el papel de la literatura en el mundo que describe, vacío de sentido moral?

Un papel penoso, en cualquier caso. Cuando uno pone el dedo en la llaga, se condena a un papel antipático. Dado el discurso casi de cuento de hadas de los medios de comunicación, es fácil hacer gala de cualidades literarias desarrollando la ironía, la negatividad, el cinismo. Pero cuando uno quiere superar el cinismo, las cosas se ponen muy difíciles. Si alguien consigue desarrollar en la actualidad un discurso que sea a la vez honesto y positivo, modificará la historia del mundo."

Hay determinados escritores que generan un halo de desconfianza y rechazo cuando se pronuncia su nombre, y Houellebecq es uno de ellos. Puede que sus polémicas con el Islam, su fama de misógino, su aspecto desaliñado como recién salido de una centrifugadora o su afán de llamar la atención tengan buena culpa de ello. De lo que no cabe duda es de su talento como novelista y escritor. ¿Uno de los mejores de su generación? Solo el tiempo lo dirá. Lo que puede darse por seguro es que no es un autor para todo el mundo ni para todos los estómagos. Su particular radicalismo ataca la zona de confort de las sociedades burguesas contemporáneas y muchos de los consensos sociales más básicos. Y aunque su desafiante discurso antropológico pueda palidecer ante las recientes convulsiones sufridas por nuestras sociedades —crisis económica, terrorismo yihadista—, sigue siendo capaz de interpelar al lector a mirarse a sí mismo a través de una luz que pone al descubierto muchas de sus miserias.

No obstante, a veces Houellebecq resulta poco creíble. O, cuanto menos, resulta difícil interpretarle. Es indudable que la habilidad para dejar en fuera de juego a sus lectores siempre será uno de los principales activos de cualquier gran escritor. Pero a veces Houellebecq tiende a excederse en este sendero. Eso, y el desapasionamiento que en ocasiones destila su prosa, capaz de narrar con la frialdad del entomólogo el derrumbe de la vieja Europa, contribuyen a dibujar de él un semblante cínico, como si una sonrisa sardónica se dibujara en su rostro en todo momento. Y su tendencia al autobombo mediático más narcisista no ayuda precisamente a desdibujar esa imagen de él.

Con todo, cualquiera que haya leído a Houellebecq con un mínimo de seriedad se habrá dado cuenta de que no es ningún imbécil. Podrá ser un payaso, pero jamás un imbécil. Y podrá ser un diletante, pero no un charlatán. Los caminos por los que se desarrolla su pensamiento a veces resultan inextricables, pero nunca del todo absurdos. Su facilidad para coger pedazos de conocimiento de aquí y allá, ora de la mecánica cuántica, ora de la biología, para fundirlos en un todo con sentido es una capacidad digna de elogio y que pocos exponentes cabe encontrar dentro de la literatura mainstream —ciencia ficción aparte—.

Lo que es innegable es que el mundo actual encuentra en Houellebecq a uno de sus críticos más mordaces y certeros. No obstante, sus novelas a veces dejan cierto regusto amargo, y no por su contenido, sino por los pensamiento inacabados, reflexiones que comienzan con fuerza pero se difuminan y se transforman en otra cosa. Puede que esto suceda porque una novela no es el formato más adecuado para llevar a buen puerto estas tareas o porque el propio torrente reflexivo de Houellebecq ahoga sus pensamientos al cabo de unos pocos pasos. Sea como fuere, y para rellenar ese espacio en su producción, en 1998 publicó El mundo como supermercado.

El mundo como supermercado es una colección de artículos en prensa, entrevistas, epístolas y reseñas cinematográficas. Documentos que por una u otra razón guardaban cierto valor para Houellebecq y que andaban desperdigados en diversos periódicos y revistas. Esta breve antología de textos sirve para reunir en un único volumen las ideas del autor francés en torno a los más dispares temas, algunos de los cuales solo rozan tangencialmente su obra, mientras que otros la atraviesan de cabo a rabo. Contribuyen, pues, a esclarecer el pensamiento de un autor siempre dado al malentendido y a la deleitosa controversia.

Algo que ya sabíamos de Houellebecq era su pesimismo antropológico. No hay que ser demasiado perspicaz para descifrar en sus novelas los ecos de Schopenhauer o Kierkegaard. El horizonte de sentido en muchos de sus personajes lo constituye, paradójicamente, la ausencia de sentido. Y como si de un sortilegio se tratara, el egoísmo conmutaría trivialmente esa carencia. Hay también ecos de Camus y los existencialistas franceses, pero pasados por el filtro de un materialismo carente de toda piedad. Materialismo y nihilismo se darían la mano y tendrían el más vigoroso de sus vástagos: la ciencia. Así, la explicación científica del mundo sería para Houellebecq al mismo tiempo cumbre y miseria de la creación humana. Como cumbre, expresaría las más altas cotas del conocimiento humano. Como miseria, sería consciente de lo poco de valor que cabe encontrar en esas regiones siderales del saber cuando se rasca lo suficiente en ellas. Es en este particular sistema de coordenadas descrito por el nihilismo y el materialismo donde se dibuja la concepción de las relaciones humanas del autor francés.

"Podemos progresar si consideramos que no solo vivimos en una economía de mercado, sino, de forma más general, en una sociedad de mercado, es decir, en un espacio de civilización donde el conjunto de las relaciones humanas, así como el conjunto de las relaciones del hombre con el mundo, está mediatizado por un cálculo numérico simple donde intervienen el atractivo, la novedad y la relación calidad-precio. Esta lógica que abarca tanto las relaciones eróticas, amorosas o profesionales como los comportamientos de compra propiamente dichos, trata de facilitar la instauración múltiple de tratos relacionales renovados con rapidez (entre consumidores y productos, entre empleados y empresas, entre amantes), para así promover una fluidez consumista basada en una ética de la responsabilidad, de la transparencia y de la libertad de elección."

El mundo entendido como supermercado sería, pues, la visión funcionalista de la humanidad atomizada en sus componentes últimos, los individuos, y reducidos a una serie de relaciones cuantificables determinadas en último término por su valor de cambio. Tanto vales, tanto cuestas. No es ésta una denuncia reducible a la reificación marxiana, sino, por el contrario, una constatación de los hechos, una panorámica descarnada de la cruda realidad. Ésta no sería totalmente negativa. Si no, no la compraríamos, como de hecho hacemos. La libertad, la transparencia y la responsabilidad son valores que sustentarían su ética. Pero al mismo tiempo, expondría a los sujetos a la más agresiva competitividad entre ellos. Las viejas certezas del pasado darían paso a equilibrios inestables, dinámicos, fluctuantes y, en último término, efímeros.

No obstante, habría un resquicio a través de cual escapar del sumidero. Una suerte de epojé o samadhi. En palabras de Houellebecq: "Sin embargo, cada individuo es capaz de producir en sí mismo una especie de revolución fría, situándose por un instante fuera del flujo informativo-publicitario. Es muy fácil de hacer; de hecho, nunca ha sido tan fácil como ahora situarse en una posición estética con relación al mundo: basta con dar un paso a un lado. Y, en última instancia, incluso este paso es inútil. Basta con hacer una pausa; apagar la radio, desenchufar el televisor; no comprar nada, no desear comprar. Basta con dejar de participar, dejar de saber; suspender temporalmente cualquier actividad mental. Batsa, literalmente, con quedarse inmóvil unos segundos."

El otro gran tema del librito es la poesía, su relación con la novela y sus potencialidades como discurso a-lógico. No cabe duda de que para Houellebecq la poesía es la manera que tiene él de hallar esa epojé de la que habla. Más aún: la considera una actividad desesperada en un mundo en el que ya nadie necesita de ella. Esto entronca con su visión de las cosas presentada más arriba. La gente buscaría respuestas en el lenguaje prosaico, asertivo. Y la ciencia sería la campeona por derecho propio en esa competición. Ante el avance imparable en los últimos siglos del discurso científico, el discurso poético habría reculado hasta verse exiliado al extrarradio del saber. Su significado consistiría en ser la forma de un significado, esto es, en no tener un significado propiamente dicho.

"A lo mejor, en el fondo y sobre todo, yo escribo poemas para hacer hincapié en una carencia monstruosa y general (que se puede considerar afectiva, social, religiosa, metafísica; y cada una de estas aproximaciones es igualmente cierta). También, quizás, porque la poesía es la única manera de expresar esa carencia en estado puro, en estado original; y de expresar simultáneamente cada uno de sus aspectos complementarios. Y tal vez sea para dejarnos este mensaje mínimo: «Alguien, a mitad de la década de 1990, sintió agudamente el surgimiento de una carencia monstruosa y general; como no fue capaz de dar cuenta con claridad del fenómeno, nos dejó algunos poemas en testimonio de su incompetencia.»"

Hay también hueco para la política en estos textos. El paisaje desolado de Calais arrasado tras la depresión económica, el euroescepticismo y el error que supuso votar afirmativamente a Maastricht, en su boca, son tópicos que exhalan un hálito premonitorio que encaja perfectamente con los tiempos actuales, donde tras la crisis económica las carencias materiales han tomado el testigo de las carencias espirituales. (Recordemos que este libro tiene casi veinte años y algunos de sus textos rondan el cuarto de siglo.)

Pero no todo es gravedad y solemnidad. Houellebecq también tiene una faceta divertida y socarrona que muestra en algunos de los textos más ligeros aquí reunidos. Invito al lector a que los descubra por sí mismo.

Dos puntos negativos tiene este libro. El primero, su extensión, extremadamente breve y claramente insuficiente para desarrollar algunas de las ideas que presenta. El segundo, la irregularidad de los contenidos. Ver a Houellebecq disertar sobre el lenguaje y el mundo contemporáneo resulta fascinante, pero algunos de los textos son totalmente prescindibles, y su aproximación al arte contemporáneo (Ópera Bianca) es una tortura. A pesar de ello, este libro resulta bastante esclarecedor y debería ser una lectura obligada para todo seguidor del escritor francés, uno de los grandes antipáticos de nuestra era.


Valoración:

No hay comentarios :

Publicar un comentario

Licencia de Creative Commons
Conclusión Irrelevante by Jose Gaona is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
Puede hallar permisos más allá de los concedidos con esta licencia en http://conclusionirrelevante.blogspot.com.es/p/licencia.html