lunes, 4 de diciembre de 2017
(2008) Ben Goldacre - Mala Ciencia
"Los economistas y los médicos hablan de los «costes de oportunidad», es decir, de aquello que podríamos haber hecho pero no hicimos porque otra cosa menos útil nos distrajo de ello. En mi opinión, la mejor manera de concebir el verdadero daño causado por toda la avalancha de insensateces tratada en este libro es como un «coste de oportunidad de las pamplinas.»"
Una pregunta clásica en la epistemología y la filosofía de la ciencia del siglo XX ha sido la de dónde se sitúa la frontera entre el discurso científico y el discurso no científico o, dicho de otra manera, qué diferencia a la ciencia de lo que no es Ciencia. La respuesta tradicional fue que lo que distingue a la Ciencia del discurso no científico es su método. Pero esta respuesta solo era el comienzo de todos los problemas filosóficos. Elucidar en qué consiste el método científico es algo en apariencia sencillo (trivialmente, lo que hacen los científicos), pero que reviste una profundidad asombrosa. Porque todos tenemos en mente que la solución debe reunir una serie de componentes (observación sistemática, elaboración de hipótesis, contrastación), pero no está muy claro cómo se articulan entre sí.
Los viejos positivistas lógicos del Círculo de Viena distinguieron dos contextos de actuación dentro de la actividad científica: el contexto de descubrimiento de hipótesis y el contexto de justificación de las mismas. Al primero renunciaron darle una explicación en términos lógicos. No existiría una lógica del descubrimiento, por así decir. En esta fase de la actividad científica el ingenio, el pensamiento asociativo, la originalidad, el pensamiento lateral y mil factores más entrarían en juego para dar forma a una heurística no reducible a procedimientos algorítmicos de decisión. Durante esta fase, la Ciencia sería como el Arte, con todas sus peculiaridades "irracionales". En cambio, el contexto de justificación sería el que establecería las diferencias. En este contexto, la actividad científica versaría sobre los procedimientos por los cuales los científicos justifican la validez de sus hipótesis. En ese sentido, los positivistas lógicos propondrían el principio de verificación, según el cual las distintas observaciones confirmatorias de un enunciado científico supondrían, en términos lógicos, instancias confirmatorias del enunciado en cuestión. Carl Hempel expresaría esta idea en su forma más acabada con su modelo nomológico-deductivo de la explicación científica, donde el esquema lógico usado sería el razonamiento en forma de modus ponens.
Ahora bien, la idea de que, en términos lógicos, las instancias confirmatorias pudiesen deducir la verdad de la hipótesis colisionaba contra un viejo problema que puso sobre el terreno de juego filosófico David Hume en el siglo XVIII. Hablamos del viejo problema de la inducción, según el cual la generalización de enunciados particulares a enunciados generales estaría injustificada en términos deductivos. Por ello, es curioso que un movimiento como el del neopositivismo del siglo XX que se jactaba de ser "lógico", propusiese como fundamento del método científico un principio ilógico en sí mismo.
De ello se dio tempranamente cuenta el filósofo Karl Popper, razón por la cual rechazó el principio de verificación para colocar en su lugar el principio de falsabilidad: un enunciado será científico si resulta ser susceptible de ser falsado empíricamente. Así, el énfasis deja de estar en la verificación de los enunciados (inverificables al 100%) para pasar a estar en la refutación de los mismos. Desde el punto de vista filosófico, este cambio supuso dejar de tener a la Ciencia como autoridad productora de enunciados incuestionables a una consideración de la misma más cabal y abierta a la constante revisión de sus enunciados. Pero con ello, Popper prestó su mayor servicio a la filosofía ya que proporcionó un claro principio de demarcación entre los enunciados científicos y los pseudocientíficos o directamente no-científicos. Así, un enunciado pseudocientífico sería aquel que es resistente a todo intento de falsación. La religión, pero también el marxismo o el psicoanálisis según Popper, serían ejemplos de disciplinas pseudocientíficas. En éstas, cada vez que alguien trataría de invalidar alguna hipótesis aduciendo evidencia desfavorable, los seguidores de esas disciplinas se sacarían hipótesis de la manga, hipótesis ad hoc, para hacer compatible la nueva evidencia con las viejas hipótesis, en un movimiento justificatorio ad infinitum.
Es innegable que Popper disparó varias cargas de profundidad con su planteamiento, pero también lo ingenuo que resulta su enfoque a cualquier observador de la Ciencia. En primer lugar, porque la creación de hipótesis ad hoc para tratar de hacer compatible la teoría con la evidencia desfavorable es algo que también ocurre dentro del campo de la Ciencia. No tiramos a la basura vastas áreas de investigación a las primeras de cambio porque los resultados nos den la espalda en un primer momento. En segundo lugar, la sociología de la ciencia ha puesto de manifiesto que en todas las áreas del conocimiento científico hay teorías (o conjuntos más o menos cohesionados de hipótesis) contrarias pugnando por una suerte de hegemonía epistémica, y que muchas veces aunque la evidencia empírica sea marginalmente superior para una de ellas, ésta no se impone por razones espurias asociadas con las relaciones de poder en los departamentos de las universidades, por los costes asociados a cambiar los programas de investigación en marcha y, en general, por razones que no tienen tanto que ver con la imagen cristalina e inmaculada de la Ciencia que todos tenemos acríticamente, sino con una imagen más realista de la misma.
Y en tercer lugar, porque aquello que llamamos Ciencia no es un todo que responda a un mismo método. Los viejos filósofos positivistas tenían en mente, mayormente, a la física como modelo de la explicación científica, y ofertaban sus recetas normativas pensando sobre todo en ella. Pero durante la segunda mitad del siglo XX el área del conocimiento científico que mayores fondos ha recibido y que ha visto expandido su ámbito de influencia ha sido el de la bioquímica y, más concretamente, el de la investigación médica en general. Sin embargo, la metodología de la investigación médica (conjunto heterodoxo de disciplinas que va desde la química a la psicología) no tiene nada que ver con la de la física. Por ello, los filósofos han renunciado a dar una explicación acabada de en qué consiste el método científico en general. Eso no significa que no haya intentos por explicitar las metodologías de las distintas áreas de la ciencia, labor que realizan los propios científicos cuando se visten de filósofos, ni tampoco que la pregunta filosófica más general acerca de en qué se distingue la ciencia de la pseudociencia haya dejado de tener sentido. De hecho, ambas preguntas trata de contestarlas Ben Goldacre en Mala Ciencia.
Ben Goldacre es un experimentado divulgador científico conocido en Reino Unido por sus agrias polémicas contra los defensores de la "medicina alternativa". Médico y psiquiatra de formación, tuvo una columna en el británico The Guardian hasta 2011, espacio en el que trató temas relacionados con la medicina y donde se dedicaba a desmontar las afirmaciones pseudocientíficas y magufas de los homeópatas y los nutricionistas alternativos, pero también a criticar el tratamiento de las informaciones científicas en los medios de comunicación, así como la mala praxis desarrollada por las farmacéuticas en muchas ocasiones. Como veremos a continuación, estos serán los tópicos principales de "Mala Ciencia". Goldacre también es un reconocido ateo, o expresado con más precisión, un defensor del apateísmo, la corriente de pensamiento que postularía que la actitud correcta ante la posible existencia de Dioses es... la apatía.
"No soy especialista en alimentación, ni bioquímico nutricional. En realidad, como ya saben, no me proclamo experto en nada en concreto: solo aspiro a saber leer y valorar críticamente la bibliografía académica en el terreno de la medicina (algo común a todos los titulados médicos recientes), y trato de poner en práctica esta pedestre habilidad con los millonarios hombres y mujeres de negocios que impulsan la triste concepción de la ciencia que tenemos en nuestra sociedad."
"Mala Ciencia" supone, principalmente, una diatriba contra tres de los sospechosos habituales presentes en toda discusión sobre salud pública: la medicina alternativa, las farmacéuticas y los medios de comunicación. Aunque siendo sinceros, durante la mayor parte del libro Goldacre cargará las tintas contra la medicina alternativa, y solo a medida que nos acerquemos a la conclusión del libro, las otras dos invitadas a la fiesta harán acto de presencia. El principal propósito del libro es tratar de presentar una imagen inteligible de la investigación científica aplicada al terreno de la salud, alejándola de la imagen que muchas veces se tiene de la ciencia como un conjunto de enunciados cuya validez descansa sobre los hombros de unos personajes cuya autoridad está fuera de toda duda: los científicos. Porque una vez que entendemos cómo funciona la Ciencia, estamos en condiciones de diferenciarla de otro tipo de discursos que, aún pudiendo parecerse a ella superficialmente, no reúnen las condiciones necesarias para denominarse como tal.
Goldacre dedica algunas páginas a ocuparse de diversos tipos de pseudociencia médica: velas óticas, parches desintoxicantes o las cremas anti-edad. Pero las cosas se ponen de verdad interesantes cuando habla de la homeopatía. Así, nos explica cómo fue creada por Samuel Hahnemann a finales del siglo XVIII, y cuáles son sus principios: lo afín cura lo afín, la dilución, la sucusión y finalmente la "prueba". Cada uno de estos principios no resiste la más mínima duda escéptica pero, aún así, Goldacre se enfrasca en un divertido ejercicio intelectual, casi socrático, por el cual va concediendo premisas a los defensores de la homeopatía para, a continuación, mostrar algunos de los vicios de razonamiento en los que incurren y varios de los defectos metodológicos que sus investigaciones acostumbran a padecer. Entre otras, los homeópatas no suelen aleatorizar sus investigaciones y, con ello, tienden a sobreestimar sus resultados. Tampoco suelen ajustar los procedimientos adecuadamente para que sean "ciegos", lo que redunda en el mismo defecto anterior. Además, un metaanálisis publicado en 2005 en The Lancet afirmó, sobre la base de 110 ensayos clínicos, que la homeopatía no ofrecía mejores resultados que los placebos.
Pero si la homeopatía provoca sonrojo, es en realidad en el campo de la nutrición donde en los últimos años hemos visto una hiperinflación de dietas, remedios, terapias y demás magufadas milagro. Goldacre es implacable y explica cómo la mayoría de las informaciones que leemos sobre nutrición carecen de datos fiables y se sustentan en su mayoría en lo que el filósofo de Princeton, Harry Frankfurt, denomina "Bullshith: "El mentiroso conoce la verdad y ésta le importa, pero se propone deliberadamente inducir al error; el veraz conoce la verdad y trata de transmitírnosla; pero al bullshitter no le importa la verdad y lo único que pretende es impresionarnos." Además, los nutricionistas tienden a exagerar las variables de confusión, usar resultados intermedios y seleccionar ventajosamente artículos científicos con el fin de justificar la propia posición que defienden.
"Lo que aquí me propongo no es, en ningún caso, sugerir que los antioxidantes son totalmente irrelevantes para la salud. Si tuviera que estampar en una camiseta el lema que define a este libro en su conjunto, éste sería: «Creo que se darán cuenta de que las cosas son en realidad un poco más complejas». Lo que pretendo es «cuestionar» ( como se suele decir) la visión nutricionista predominante respecto a los antioxidantes, que, hoy por hoy, padece un retraso aproximado de solo veinte años en comparación con las pruebas empíricas sugeridas por las investigaciones científicas."
Uno de los capítulos más interesante del libro versa sobre las farmaceúticas. Goldacre nos cuenta que las farmacéuticas no pueden anunciarse al gran público en el Reino Unido, así que las técnicas de marketing que operan en el resto de mercados aquí no funcionan. Por ello, las farmacéuticas han de ser más taimadas y lo que Goldacre pasa a relatarnos son los "trucos" que despliegan sobre el colectivo de los titulados médicos. Goldacre nos explica cómo muchos fármacos se testan sobre "ganadores", es decir, en un segmento de los posibles destinatarios propenso a responder mejor a la medicación (por ejemplo, jóvenes). Otro truco es el de la comparación del fármaco a prueba con algún factor de control inútil. Las farmacéuticas también suelen usar dosis inadecuadas del fármaco de la competencia cuando tratan de compararlo con el suyo propio. O suelen usar resultados intermedios, como alguna mejora en algún factor que condiciona el hecho objeto del ensayo, en vez de la variación del hecho en sí. Goldacre enumera otros trucos que también influyen en la elaboración de los ensayos. Pero el autor británico argumenta que el "parcheado crucial" ocurre una vez finalizado el ensayo clínico. Así, nos habla del sesgo de publicación y de la supresión de resultados negativos (como en el caso, por ejemplo, de los antidepresivos ISRS) y de la publicación por duplicado de ensayos multicéntricos (publicando partes entrecruzadas de cada centro, lo que dificulta al lector detectar el engaño). Ardides, en general, que escapan a la comprensión del público lego pero, lo más inquietante de todo, también de la de muchos especialistas encargados de recetar esos fármacos.
La última diana donde Goldacre fija sus dardos es en el periodismo, y más concretamente en el periodismo científico. En primer lugar, recrimina a los directores de periódico su desprecio por las noticias de interés científico. Goldacre se hace eco de "las dos culturas" de C.P. Snow aduciendo como causa de este hecho la formación humanística de muchos directores de periódico, para los cuales la ciencia es un conjunto de enunciados arbitrarios. En esto tiene parte de razón, aunque creo que simplifica en exceso. Esto lleva a un periodismo de agitar y servir, donde las noticias son refritos de diversos comunicados de prensa, sin contrastar las fuentes ni los artículos científicos. En segundo lugar, Goldacre considera que el avance médico hoy es pequeño y gradual, por oposición al de hace algunas décadas, que era grande y abrupto. Esto hace que las noticias no sean tan "noticiables", que los medios no puedan hacerlas encajar en el molde "noticioso" de las curas milagrosas. En tercer lugar, cuando deciden adentrarse en los propios artículos científicos, muchos periodistas se leen el apartado de las conclusiones, donde los científicos interpretan los resultados, en vez de leer el de resultados y metodología, donde se explican los resultados obtenidos y los métodos con los que se han obtenido. Por último, hay cierta tendencia a dejar las noticias en manos de las declaraciones de grandes figuras de autoridad, de los grandes científicos. El problema de hacer esto y no centrarse en la evidencia empírica es que se corre el riesgo de que entre prestigiosos académicos y premios nobeles se nos cuele algún charlatán.
"Mala Ciencia" dedica varios capítulos, precisamente, a desmontar a algunos grandes charlatanes, en especial, en el campo de la nutrición. Por desgracia, los nombres de Gillian McKeith o el "profesor" Patrick Holford no le dirán demasiado al lector español, pero en Reino Unido son figuras públicas de cierta relevancia cuya opinión aparece en espacios en radio y televisión considerados "científicos". Sus libros son best sellers y poseen sus propias líneas de productos "alternativos". Goldacre desnuda al emperador y evidencia el analfabetismo científico funcional que contribuyen a extender.
Hay un par de capítulos que me gustaría mencionar porque me parecen de lo mejor del libro. El primero es el que versa sobre el efecto placebo. Goldacre, tras explicarnos como los supuestos y eventuales éxitos en ensayos clínicos de la homeopatía se deben al efecto placebo, se embarca en una exploración del poder de la mente sobre el organismo que es francamente fascinante. Sin magufadas, ni trascendentalismos new wave, ni charlatanerías. Y lo hace a través de experimentos realizados para testar su influencia en la praxis médica. Goldacre cita el metaanálisis de Daniel Moerman en el que reunió los datos de varios ensayos clínicos para testar distintos medicamentos para la úlcera gástrica y comparó los datos de los grupos control donde solo se había suministrado pastillas de azúcar como placebo en cada uno de los ensayos, obteniendo como resultado que las veces que se habían suministrado cuatro pastillas de azúcar el efecto había sido más beneficioso que las veces que solo se había suministrados dos. A partir de este ejemplo, y de otros experimentos como el de Blackwell y sus colaboradores (1972), Goldacre nos muestra el poder de los significados culturales en el efecto de los medicamentos: una inyección puede tener mejores efectos que una ingestión de píldoras, a pesar de que inyección e ingestión lo sean de placebos, por la razón de que asociamos mayor poder de curación a la primera que a la segunda; Y un medicamento de marca puede ser más beneficioso que uno genérico, a pesar de que la fórmula de ambos sea la misma, por la razón de que tendemos a creer que hay una relación directa entre desembolso económico efecto producido. En general, nuestra mente tiende a sugestionarse con esta clase de significados culturales. Lo fascinante es que esos significados tengan efectos fisiológicos y no constituyan meras obnubilaciones mentales.
El segundo es el que dedica a la mala comprensión de los datos estadísticos por gente con carrera universitaria. El autor británico nos ilustra con ejemplos los sesgos cognitivos en los que solemos incurrir al razonar con grandes conjuntos de datos. El más típico es el de la dificultad para detectar patrones aleatorios, pues nuestra particular estructura cognitiva está optimizada para encontrar orden en el caos... y a malas, inventárnoslo. Otro es el de la dificultad para detectar "regresiones a la media", esto es, fenómenos que consisten en la vuelta a los valores más probables de una variable tras haber alcanzado sus "extremos" o puntos donde alcanza su mayor desviación respecto a la media, hecho que nos predispone a pensar que toda intervención en esos puntos extremos generaría una causalidad que sería la responsable de la regresión a la media de la variable. Con ello, incurrimos en falacias del tipo Post hoc ergo propter hoc, relaciones espurias y demás anomalías del razonamiento. Otros sesgos serían los de dar más importancia a la evidencia positiva (cuando tratamos de probar una afirmación), el sesgo inducido por nuestras creencias previas y el sesgo de conformidad social. Goldacre nos recuerda en estos pasajes a las mejores páginas de John Allen Paulos y hace divulgación de alta calidad, a medio camino entre la matemática y la ciencia cognitiva.
Como se desprende de lo comentado anteriormente, la mayor virtud de "Mala Ciencia" es su espíritu crítico. A pesar de su maniqueo —y nada afortunado— título, en sus páginas no percibimos ningún matrimonio de conveniencia conceptual y Goldacre no tiene reparos en asestar tundas a diestro y siniestro: medicina alternativa, farmacéuticas y periodistas; ningún estamento escapa a su mirada analítica. Cuando crees que el autor va a abrazar el reduccionismo biologicista, te sorprende con un desconcertante capítulo sobre el efecto placebo; cuando crees que tras derrumbar los endebles cimientos de la medicina alternativa solo va a quedar la industria farmacéutica, también a ésta le dedica un severo correctivo; y su ataque al periodismo de divulgación científica no por menos sorprendente resulta menos necesario.
En general, podemos decir que Goldacre ha logrado con éxito la tarea de delimitar esa difusa área del conocimiento que se arroba la potestad de ser denominada científica sin reunir los méritos para ser merecedora de la etiqueta. Pero con ello, no ha satisfecho una mera necesidad intelectual de sistematización. Las campañas antivacunación, los tratamientos homeopáticos y la mayor parte de la medicina alternativa, en el mejor de los casos, suponen tratamientos inanes, pero siempre generan un coste de oportunidad respecto a otros tratamientos clínica y rigurosamente testados. No es una cuestión meramente taxonómica, sino una de salud pública. La medicina alternativa puede ser peligrosa.
Y Goldacre dilucida estas cuestiones proporcionandonos, al mismo tiempo, el instrumental conceptual necesario para poder discernirlas por nuestros propios medios en el futuro. Y es que "Mala Ciencia" es también una pequeña introducción a la metodología médica con base en la evidencia empírica. Goldacre nos enseña a evaluar los fundamentos de un ensayo clínico atendiendo a su metodología, lo cual tiene un incalculable valor. Y hace todo esto con un estilo fresco y dinámico, con multitud de ejemplos de casos reales y con grandes dosis de un humor desenfadado que ameniza notablemente la lectura. Después de todo, puede que ésta sea la mayor virtud del libro: la de haber sabido acercar a un público lego temáticas que por su naturaleza resultan áridas.
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