martes, 20 de noviembre de 2018

(2015) Neal Stephenson - Seveneves



"Además, se sobreentendía, aunque muy rara vez se expresaba en voz alta, que los hombres no eran un bien escaso. Sí lo eran las mujeres, para decirlo claramente: los úteros funcionales y sanos. Siguiendo esa idea, o quizá por el mero hecho de escoger una forma de suicidio más socialmente constructiva, los hombres siguieron ofreciéndose para las tareas más peligrosas, y así las mujeres fueron quedando en los espacios interiores más protegidos de la nave; cuando alguna de ellas presentaba una objeción, como hacían algunas, se les hacía callar de inmediato con el irrefutable argumento de que era preciso preservar a toda costa su vida y su salud."

No soy objetivo cuando hablo de Neal Stephenson, una de mis debilidades literarias y mi autor preferido de ciencia-ficción. En sus manos, el género, tan abierto a la especulación filosófico-científica de suyo, adquiere nuevas cotas de profundidad, precisión y estilo. Solo alguien como él podía atreverse a realizar un libro tan arriesgado como lo fue Anatema, aquella monumental obra en la que las matemáticas y la historia de la filosofía se daban la mano en una especie de realidad distante a medio camino entre El Nombre de la Rosa y Dune, y salir victorioso pariendo una de las mejores novelas de lo que llevamos de siglo. O el propio Ciclo Barroco, una saga de tres volúmenes ambientados en la Europa de mediados del XVII y principios del XVIII, en la que Stephenson abandonaba el fértil terreno de la ciencia-ficción para abrazar el de la ficción histórico-especulativa, si es que ese término tiene sentido, y que era un repaso a la historia del nacimiento de la ciencia moderna al tiempo que una epopeya de dimensiones titánicas que abarcaba a decenas de personajes, latitudes y culturas. Droga dura.

Estas obras fueron la demostración de la ambición de un autor que venía de zamparse el género durante los 90s con Snow Crash, La Era del Diamante y Criptonomicón. La primera de ellas era una salvaje y desenfrenada novela cyberpunk que aglutinaba realidad virtual, mitología sumeria, lingüística estructural, humor cáustico y un interés por los temas filosóficos que desarrollaría en obras posteriores. En "La Era del Diamante: Manual Ilustrado para Jovencitas", premio Hugo en 1996, Stephenson nos trasladaba a un Shangai futurista y neovictoriano en el que el autor americano exploraba las complejidades sociales de un mundo vertebrado por la nanotecnología y la desigualdad. Pero su consagración llegaría de la mano de "Criptonomicón", para mucha gente su mejor novela, un imponente thriller a caballo entre la segunda guerra mundial y la actualidad y en el que Stephenson no tenía problemas para construir una historia de la que podría decirse que era lo más parecido a pornografía para informáticos que un novelista pueda pergeñar.

Solamente por estos cinco argumentos en forma de libros mis expectativas con Seveneves eran muy altas. Porque Stephenson es un autor que toma a sus lectores en serio, es decir, como audiencia inteligente. Así que cuando supe que "Seveneves" tendría como motivo argumental el desarrollo de una colonia espacial en la órbita de la Tierra como forma de evitar la extinción de la humanidad, sabía que esa historia sería cualquier cosa menos inverosímil. Porque Stephenson es, ante todo, un constructor de universos y un obseso de los detalles científico-técnicos. Sabía que podía estar tranquilo. Y no me equivocaba. Aunque como veremos, no sería suficiente...

Para ser precisos, la historia de "Seveneves" (o Siete Evas, cuya traducción se carga el palíndromo del título original) comienza con un hecho que desata el apocalipsis: la destrucción de la Luna. Así, sin más. Nuestro querido satélite es afectado por la acción de un agente desconocido y se ve fragmentado en siete grandes pedazos que, a resultas de su permanencia en el eje de rotación lunar y de sus diferentes velocidades y trayectorias, irán colisionando entre sí y fragmentándose en pedazos más pequeños. Este proceso será iterativo y tendrá un punto de no retorno a los dos años, pasado el cual la Tierra se verá asolada por una lluvia de bólidos que, al entrar en contacto con la atmósfera de la Tierra, combustionarán, arrasando todo a su paso, aumentando la temperatura del planeta dramáticamente, evaporando los océanos y aniquilando toda vida a su paso... durante la nada despreciable cifra de cinco mil años. En estas condiciones, la humanidad puede darse por jodida.

Por lo tanto, la premisa de la que parte "Seveneves" es fascinante: una carrera contrarreloj por la supervivencia de la especie humana. Su desarrollo, sin embargo, adolece de una falta de simetría escandalosa. La novela está dividida en dos "mitades", la primera de las cuales comprende dos terceras partes del volumen, mientras que la segunda abarca el resto. Esta desproporción aboca a la segunda "mitad" de la historia a ser un remedo de lo que podría haber sido. Y esta situación obedece tanto a los intereses de Stephenson como a su falta de pericia para crear una tensión fundamental en la narración. Porque seamos claros: desde el momento en el que abrimos el libro y ojeamos su índice, sabemos qué va a ocurrir. No conocemos el cómo, pero sabemos el qué. Y eso aborta gran parte de las pretensiones de la obra.

"Izzy, que ya antes de que sucediese todo aquello era un montaje complicado y difícil de comprender, se convirtió en un laberinto confuso de módulos, tubos de hamster, armazones y naves atracadas sobre naves atracadas en otras naves:«como un puto juego de dominó en tres dimensiones», que decía Luisa. La única forma de orientarse, mirando a una representación del complejo, era buscar la forma desigual y asimétrica de Amaltea a un lado y los dos toroides al otro. Esos puntos eran proa y popa, respectivamente, y el eje entre ellos era la base para las direcciones náuticas tradicionales de babor y estribor, así como el cenit y el nadir se usaban en la jerga espacial para identificar en dirección contraria a la Tierra y en dirección a la Tierra, respectivamente. Si te colocabas de forma que le dieras la espalda a los toroides y mirabas Amaltea, con babor a tu izquierda y estribor a la derecha, tenías la cabeza apuntando hacia el cenit y los pies al nadir y a la superficie de la Tierra a cuatrocientos kilómetros de distancia."

En defensa de Stephenson hay que decir que el cómo es impresionante. O, al menos, todo lo impresionante que pueden llegar a ser las cuestiones ingenieriles de diseño. Durante la primera parte de la novela Stephenson nos sumerge en un torrente de información técnica que abarca minería, arquitectura espacial, mecánica orbital, código morse, balística, sistemas de propulsión, genética, robótica y todo lo que podría ser necesario para mantener con vida a un puñado de bípedos implumes en una órbita geocéntrica tomando como punto de partida una Estación Espacial Internacional que no está diseñada para albergar ese propósito. Los problemas se irán sucediendo y las soluciones de emergencia también.

Pero este planteamiento alberga diversos problemas narrativos. Por un lado, el ritmo de la acción es lento. Stephenson se detiene tanto en los detalles que éstos acaban fagocitando la trama, la cual avanza a trompicones. La trama, pero también los personajes. Durante la primera parte del libro se suceden decenas de ellos que circulan por sus páginas sin dejar mayor impronta en el lector. De entre todos ellos, destacan Dinah y Dubois. La primera es una especialista en robótica a la que la destrucción de la Luna le pilla a bordo de la Estación Espacial Internacional. El segundo, un físico y divulgador científico que bien podría ser un trasunto de Neil deGrasse Tyson. Y en ellos Stephenson sí se detiene, pero resulta insuficiente. Porque aunque quepa interpretar a la humanidad como la verdadera protagonista de la novela, el libro carece de las pasiones típicamente humanas, aquellas que solo los individuos pueden tener, resultando frío como un témpano.

"Cualquiera que se molestara en aprender la historia del mundo desarrollado en los años previos a Cero comprendería perfectamente bien que Tavistock Prowse era una persona de lo más normal en cuanto a hábitos en los medios sociales y de atención a cada cosa; y aún así los de Azul lo llamaban «el error de Tav». No querían volver a cometerlo. Cualquier esfuerzo por parte de un fabricante actual de producir el tipo de aparatos y aplicaciones que habían trastornado el cerebro de Tav sería recibido con la misma instintiva reacción en contra que el clero victoriano habría tenido hacia el inventor de una máquina para la masturbación."

La segunda parte del libro, ambientada cinco mil años en el futuro, es un tótum revolútum respecto a lo presentado hasta el momento. Stephenson construye todo un universo de cero (nunca mejor dicho) haciendo gala nuevamente de un énfasis obsesivo por los detalles. Aunque en este caso no tanto en los aspectos tecnológicos (que también) sino en los antropológicos, políticos y sociales del mundo que nos presenta. Resulta fascinante y en estas tareas Stephenson raya a gran altura porque, quizás, estemos hablando de los mejores momentos del libro.

Pero como todo en "Seveneves", una de cal y otra de arena. Toda la trama de esta segunda parte puede resumirse en quince segundos, desenlace incluido. Y si bien Stephenson retoma parte del humor tan particular que le caracteriza en ciertos diálogos (y que tan ausente había estado en la primera parte), los personajes vuelven a ser esquemáticos y planos. Pero por encima de todo, el peor sabor de boca lo deja la frustrante sensación que uno tiene de que esta segunda parte está desaprovechada, ya no solo para hacer algo más elaborado a nivel argumental, sino incluso para haber confeccionado una novela nueva desde cero.

"Seveneves" encierra dentro de sí algunas de las virtudes de Stephenson como escritor. Pero también algunos de sus defectos. Y, desgraciadamente, en la proporción menos deseable. Porque a pesar de que los talentos de Stephenson para crear mundos, dominar distintas áreas de la ciencia y dar explicaciones precisas y minuciosas sobre lo que ocurre en sus historias siguen intactos, Seveneves es profundamente irregular. La trama parece un invitado de última hora a la fiesta, los personajes un componente meramente funcional y todo parece diseñado como pretexto para las píldoras de conocimiento que nos regala el autor de Maryland, en una suerte de exaltación constante del cómo en lugar del qué. Y es que "Seveneves" parte de una premisa fascinante, pero falla al crear la tensión narrativa necesaria para desarrollarla. Contiene dentro de sí los mimbres para haber hecho dos fantásticas novelas interconectadas, pero fracasa a la hora de maximizar los puntos fuertes de las dos historias. La imaginación y la capacidad analítica de Stephenson están ahí, como siempre, pero despojadas de alicientes narrativos. Porque Seveneves termina siendo previsible y, por momentos, aburrida. Y es, por ello, la peor novela suya que he leído de él.


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