jueves, 23 de julio de 2020

(2007) Nassim Nicholas Taleb - El Cisne Negro




"Nuestra maquinaria deductiva, ésa que empleamos en la vida cotidiana, no está hecha para un entorno complicado en el que una afirmación cambie de forma notable cuando su formulación en palabras se modifica ligeramente. Pensemos que en un entorno primitivo no existe ninguna diferencia trascendental entre las afirmaciones «la mayoría de los asesinos son animales salvajes» y «la mayoría de los animales salvajes son asesinos». Aquí hay un error, pero apenas tiene consecuencias. Nuestras intuiciones estadísticas no han evolucionado en el seno de un hábitat en que las sutilezas de este tipo puedan marcar una gran diferencia."

Una guerra, un ataque terrorista, un terremoto, un crack bursátil, el éxito editorial de un autor desconocido, un descubrimiento científico, una pandemia, despertarme mañana bajo las sábanas con Scarlett Johansson entre mis brazos... ¿Qué tienen todos estos eventos en común? Por un lado, su escasa probabilidad de ocurrencia, el hecho de que nos resulten inesperados. En segundo lugar, un fuerte impacto, es decir, unas consecuencias que, lejos de ser triviales, modifican sensiblemente un aspecto de la realidad (positiva o negativamente), y provocan un cambio para el que no estábamos preparados de antemano. Finalmente, su predictibilidad retrospectiva —aunque no proyectiva—, la capacidad de contarnos historias explicativas con el objetivo de domesticar la rareza y hacerla predecible en el futuro. A esta clase de fenómenos Nassim Nicholas Taleb —o, como le gusta referirse a sí mismo un tanto presuntuosamente, NNT— los denomina cisnes negros, y en 2007 dedicó un libro a su estudio.

No suele ser muy habitual que libros dedicados a la epistemología y las matemáticas alcancen los lugares más altos en las listas de ventas. El Cisne Negro: El Impacto de lo Altamente Improbable salió al mercado cuatro meses antes del estallido de la crisis de las hipotecas subprime —que un año más tarde desencadenó la caída de Lehman Brothers y el colapso financiero internacional—. Naturalmente, multitud de lectores de todo el mundo acudieron a sus páginas tratando de obtener respuestas. En cierta forma, el éxito que acompañó al libro fue un cisne negro causado por otro cisne negro, y este hecho, unido a la pertinencia de las descripciones de Taleb, confirieron al matemático y filósofo libanés el estatus de gurú. Las actuales circunstancias pandémicas han revitalizado esa condición, así que una pregunta pertinente para todo aquel que, como es mi caso, desconfíe de esta clase de etiquetas es la siguiente: ¿es merecida esa fama? La respuesta es sí, pero con reservas. Y es que El Cisne Negro promete más de lo que cumple.

La idea básica del libro es de índole metodológica y matemática, aunque NNT tiene la soltura y la habilidad intelectual para que la entendamos sin problemas mediante una metáfora. La metáfora es la siguiente: si los eventos humanos donde el azar desempeña un papel pudiesen ser descritos mediante una suerte de cartografía conceptual, el mapa del mundo se dividiría en dos grandes países. Tales países serían Mediocristán y Extremistán. El primero contaría con una aleatoriedad moderada, domesticable mediante el empleo de distribuciones normales. En Mediocristán, las variaciones individuales apenas alteran el promedio. Ejemplos de fenómenos susceptibles de encajar en esta descripción serían los datos antropométricos, la duración de un embarazo, los votos en elecciones democráticas, los accidentes de tráfico o mis puntuaciones en filmaffinity.

En Extremistán las cosas serían bastante diferentes. La aleatoriedad en ella sería salvaje y las distribuciones normales serían camisas de fuerza intelectuales para comprender el impacto de los fenómenos que suceden en sus tierras. Su característica básica sería la escalabilidad entendida como medida de la variación del impacto de sus fenómenos y asociada a leyes potenciales del tipo Pareto-Zipf y análogas. Algunos ejemplos serían (en contra de lo postulado por muchos modelos económicos) el comportamiento de las variables financieras, la distribución de la riqueza en una sociedad, las citas bibliográficas en el mundo académico, el tamaño de las empresas y un largo etcétera. La lista sería mucho más larga que la de Mediocristán. Extremistán sería el hábitat natural de los cisnes negros.

La consecuencia de este planteamiento consiste en afirmar que gran parte de la matemática que empleamos en un sin fin de disciplinas sería inútil para modelizar los eventos de Extremistán. La armoniosa y elegante estadística que empleamos para entender esos fenómenos sencillamente estaría equivocada, pues minusvaloraría la ocurrencia de un cisne negro. En su lugar, NNT aboga por el uso de la geometría fractal para captar el aspecto escalable de esta clase de fenómenos con el objetivo de convertirlos en cisnes negros parciales o, en su terminología, en cisnes grises. Ahora bien, ¿por qué esto tiene que ser así? Es hora de adentrarnos en una de las sospechosas habituales de la filosofía: la epistemología.

NNT, que se define a sí mismo como empirista escéptico, es un tipo al que le gusta granjearse enemigos, de eso no cabe la menor duda. Pero si alguno destaca sobre todos los demás, ése es el viejo Platón y su teoría de las ideas. O, más bien, el influjo de ésta en la praxis científica. NNT critica, por ser más exactos, lo que denomina la platonización del conocimiento, es decir, el vicio intelectual consistente en apegarnos a las teorías como brújulas de la realidad en vez de mantener una actitud epistémicamente más abierta ante ésta. Sus ideas recuerdan en este aspecto a las de N.R. Hanson —uno de los filósofos más brillantes y relativamente desconocidos de su generación—, autor de la tesis de la carga teórica de la observación, pero NNT las lleva un paso más allá en lo que él denomina la falacia lúdica, esto es, la idea de que los atributos de la incertidumbre a los que nos enfrentamos en la vida real guardan poca relación con los rasgos esterilizados con que nos encontramos en los exámenes y en los juegos. En estos, como en los juegos de azar de un casino, las reglas que estructuran el universo muestral son tan claras que se ajustan perfectamente a una visión platónica. Son simulacros y, como tales, nuestra matemática y nuestras hipótesis básicas se ajustan perfectamente a lo que en ellos ocurre. La realidad, sin embargo, es más abigarrada y escurridiza de lo que nuestros modelos nos llevan a pensar de ella. No es sólo que la selección de las variables relevantes introduzca un sesgo en la precisión explicativa, sino que a menudo carecemos de toda la información relevante, así como muchas veces nuestros modelos se muestran incapaces de lidiar con determinados contrafácticos. Por todo ello, NNT aboga por un enfoque decididamente menos teórico para lidiar con la realidad, de forma que podamos estar preparados para esperar lo inesperable.

La cosa, por supuesto, no queda ahí. Si bien es verdad que el párrafo anterior le permite tirar a la basura la mayor parte de las ciencias sociales —y, naturalmente, a los pensadores y científicos que las practican—, no menos cierto es que NNT tiene dos estampitas dedicadas a dos ilustres pensadores en su particular altar del escepticismo: por un lado, el filósofo Karl Popper; por el otro, el psicólogo Daniel Kahneman.

Popper le sirve para no caer en un empirismo ingenuo, para defender la idea de que existiría una racionalidad interna en el método científico, sólo que ésta no sería la que todo el mundo asume intuitivamente. Según el falsacionismo del filósofo austriaco, la ciencia no avanzaría mediante la confirmación de las hipótesis que genera, sino mediante el descubrimiento de observaciones que refutarían esas hipótesis. La razón es que mientras que para confirmar de una manera lógicamente correcta una hipótesis científica —que, por definición, tiene la forma de un enunciado universal— son necesarias infinitas observaciones confirmatorias —que tienen la forma de enunciados particulares—, para refutar un enunciado universal solo es necesario un único enunciado particular en contra —lo que en lógica se conoce como razonamiento en forma de Modus Tollens—. Aunque sea bastante dudoso de que en ciencia se actúe así, la tarea del científico sería, pues, la de poner a prueba constantemente las hipótesis científicas hasta la extenuación. Porque aunque no podamos tener nunca la certeza lógica de que una hipótesis es correcta, sí podemos tenerla de que es falsa. Naturalmente, el planteamiento popperiano casa a la perfección con la idea central del libro: la existencia de cisnes negros. Del mismo modo que los cisnes negros refutan hipótesis y teorías científicas, los cisnes negros trastocan el mundo que hemos construido sobre la base de la aparente certeza de esas mismas hipótesis y teorías científicas. Puesto que los cisnes negros hacen tambalearse a nuestra ciencia, otro tanto ocurre con el mundo construído sobre aquella. La filosofía popperiana le sirve a NNT para defender su actitud escéptica ante el conocimiento y para tener la mente abierta ante lo inesperado.

De Kahneman NNT rescata su enfoque experimental para la psicología y sus descubrimientos en torno a los sesgos cognitivos. Kahneman, creador junto con Amos Tversky de la teoría de las perspectivas, ganó el premio Nobel de Economía en 2002 y sentó las bases de la economía conductual, disciplina que pone en cuestión algunas de las premisas básicas de la microeconomía clásica en torno a la racionalidad de los agentes. NNT hace lo propio con la epistemología. Algunos de los sesgos que repasa son el de confirmación —la tendencia a investigar, interpretar y recordar aquella información que confirmaría nuestras preconcepciones— o la falacia narrativa —íntimamente relacionada con el sesgo retrospectivo y la falacia del historiador—, que sería la tendencia a buscar explicaciones de sucesos pasados a través de historias o relatos que lograrían la apariencia de sentido al conectar causalmente una serie de hechos aislados —aunque, precisamente, dicha conexión causal entre ellos no exista—. Según Taleb, al incurrir en esta falacia, caemos necesariamente en una suerte de platonismo epistemológico, pues nuestras historias retrospectivas tienden a simplificar el pasado haciéndolo encajar en un molde comprensible y manejable. Pero, al hacer esto, despojamos artificialmente a la realidad de sus rugosidades; la despojamos de las excepciones. Y es el olvido de la excepción el causante de los Cisnes Negros. Los Cisnes Negros no serían una suerte de entidad ontológica autónoma, sino que serían fruto en última instancia de nuestros mecanismos imperfectos de explicación de la realidad.

Las ideas de NNT son extremadamente sugestivas porque aglutinan un ramillete de evidencias filosóficas, psicológicas y matemáticas para dar cuerpo a una crítica bastante sólida del conocimiento científico. Pero, en cierta forma, su empirismo escéptico nos retrotrae a aquel cuento de Borges en el que un imperio llegaba a la precisión cartográfica de diseñar un mapa de sus tierras a escala 1:1, y en el que la tarea se revelaba por completo inútil debido a que un mapa del mismo tamaño que el territorio representado en él, pese a gozar de la mayor precisión posible, lo conseguía al precio de carecer de toda función práctica. La historia de Borges demostraba que describir y explicar necesariamente implican simplificar. Las ideas de Taleb, por su parte, nos enseñan que esa simplificación trae consecuencias de alto impacto. Ello conduce al matemático libanés a abrazar cierta actitud iconoclasta con el conocimiento teórico-científico, aunque en mi opinión ese corolario no se sostiene.

Taleb entiende que los cisnes negros son el resultado de no tener en cuenta las excepciones que nuestros modelos de la realidad consideran despreciables. Y tiene razón. Pero parece no tener en cuenta que es esa labor de simplificación la que, a su vez, nos evita que el número de cisnes negros sea mayor. Un mundo sin conocimiento teórico-científico es un mundo gobernado por un cisne negro de dimensiones omnipresentes, un mundo donde las consecuencias de alto impacto afloran a la vuelta de la esquina. El ser humano de hace veinticinco siglos se enfrentaba a más cisnes negros que el del siglo XXI pero a menos que el de hace diez milenios. Los seres humanos caemos constantemente en el sesgo de confirmación y con ello nos damos de bruces ante cisnes negros, pero NNT cae en un sesgo que consistiría en no tener en cuenta los cisnes negros que evitamos gracias a nuestro imperfecto pero útil conocimiento teórico-científico. Un mundo con teorías demasiado simples es un mundo vulnerable a muchas excepciones y por tanto a muchos cisnes negros, pero un mundo sin teorías de ningún tipo es un mundo donde la excepción, y por tanto el cisne negro, es la norma. En cierta forma, NNT no tiene en cuenta los costes ocultos de mandar a paseo la teoría y, desde una óptica más general, es presa de la misma falacia narrativa que critica, aunque en su caso, sería una falacia narrativa de segundo orden —una falacia narrativa no sobre el conocer, sino sobre el conocer acerca del conocer—.

Esta especie de disonancia cognitiva, con todo, no es fatal. Taleb se cuida mucho de mantener siempre una orientación práctica en sus ideas. El objetivo de éstas es la de convencernos de que seamos más conscientes de los límites de nuestros modelos (derivados de sus presuposiciones y axiomas básicos) para mantener una actitud más abierta frente a la realidad. Yo no soy partidario de su iconoclasia teórica, pero no puedo estar más de acuerdo con ese consejo práctico. 

Las reflexiones de NNT abarcan un dominio bastante amplio del conocimiento y la realidad, pero como matemático y financiero, sus reflexiones habitualmente apuntan a esos dos mundos. Uno de los aspectos que más insatisfacción me ha generado es el tratamiento de los fractales —por su carácter escalable— como herramienta candidata a modelizar fenómenos que solemos manejar mediante la estadística de las distribuciones normales, especialmente en el mundo de las finanzas. Durante todo el libro se roza superficialmente la cuestión, no siendo hasta el final donde se la aborda con algo más de profundidad, aunque para mi gusto de manera insuficiente. Soy consciente de que la obra de Taleb tiene un carácter divulgativo, pero he echado de menos un desarrollo más formal del asunto —por ejemplo, en el análisis matemático de los riesgos desde un enfoque escalable—, dado que la música sonaba francamente bien. No pasa nada, ya leeremos a Mandelbrot...

Cambiando de tercio, desde un punto de vista estético, El Cisne Negro es una maravilla y se lee con una soltura envidiable. Escrito con un pulso firme y dinámico, el libro está trufado de anécdotas y pequeñas historias que hacen muy amena su lectura, ejemplificando de forma clara las abstractas ideas de NNT. Algunas de esas historias son inventadas, pero la mayoría son autobiográficas y, para algunos, son excesivamente autocomplacientes, motivo por el que muchas personas consideran al autor un petulante y un engreído insoportable. Tienen razón, pero solo en parte. Es verdad que Taleb es un petulante, pero también es un engreído carismático.

Por último, aunque el libro tiene una extensión razonable, ni muy vasta ni muy pequeña, es cierto que podría haber sido sintetizado en un formato más económico. Es una objeción a medias porque la prosa de Taleb tiende a encarar los problemas mediante aproximaciones sucesivas desde distintos flancos en vez de por medio de un único asalto de frente. Pero precisamente ése es parte del encanto de su escritura, pues se presta más a la guerra de guerrillas conceptual que a la blitzkrieg teórica.

Contestando a la pregunta que encabeza estas líneas, creo que la fama de Taleb es merecida a medias. El Cisne Negro es una obra cuyas piezas constituyentes forman parte de una tradición intelectual de sobras conocida. Cada idea que maneja remite a este o aquel autor, a ésta o aquella teoría. En ese sentido su fama no es merecida. Pero sí lo es en otro importante sentido. Aunque su originalidad no reside en este concepto de Popper o en aquel de Kahneman, obviamente, sí lo hace en la manera en que consigue ensamblar cada una de las ideas que maneja. Con las piezas con que contaba, NNT podía haber formado una autopista, un puente o simplemente un cartucho de TNT con el que destruir autopistas y puentes. Sin embargo, decidió formar un cisne negro que trataba de explicarse a sí mismo, y que por tanto era rugoso y abigarrado hasta el infinito. Y que nos hizo, al pensar en cisnes negros, dejar de evocar a Hume, Russell, Carnap o Hempel para imaginarnos a un Gauss con su media sonrisa pensando: "Ah, haberlo hecho tú mejor...".


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