viernes, 17 de julio de 2020

(2011) Nicholas Wapshott - Keynes vs Hayek: El choque que definió la economía moderna




"Aunque Hayek celebró el fin del comunismo soviético, sintió que con la introducción generalizada de la planificación económica, había sido derrotado por Keynes. Friedman opinó al respecto en 2000: «No hay ninguna duda de quién ganó el debate intelectual [...] La opinión intelectual del mundo es hoy menos favorable a la planificación y el control central que en 1947. Lo que no está tan claro es quién ganó el debate práctico. El mundo es más socialista hoy que en 1947. El gasto del gobierno de prácticamente todos los países occidentales es más alto hoy que en 1947. [...] La regulación de las empresas por el gobierno también es mayor.»

Thomas Kuhn decía que la ciencia, lejos de avanzar linealmente, en una suerte de proceso acumulativo de conocimiento, lo hacía por medio de discontinuidades o, en su terminología, por medio de cambios de paradigma. A pesar de la oscuridad del término (Kuhn ofrece dos docenas de definiciones en su obra La estructura de las revoluciones científicas, no siempre coherentes entre sí), un paradigma puede entenderse intuitivamente como la visión del mundo ofrecida por una o varias teorías científicas compatibles entre sí. Cuando hay un cambio de paradigma, la vieja ciencia se vuelve obsoleta, y sus explicaciones quedan desbancadas por las del nuevo paradigma, razón por la que el proceso epistemológico no sería acumulativo. Ejemplos de cambio de paradigma serían el paso del modelo geocéntrico del universo de Ptolomeo al modelo heliocéntrico de Copérnico, el cambio en la visión del espacio y el tiempo de la teoría de la relatividad respecto a la de la mecánica newtoniana o el tránsito en la explicación de la evolución de las especies entendida desde la selección natural respecto a la teoría de Lamarck. La economía no sería ajena a esta explicación metacientífica y tendría, en los trabajos de John Maynard Keynes, su particular revolución epistémica.

Keynes revolucionó la economía por muchas razones, pero tres sobresalen entre todas las demás. Por un lado, creó una disciplina autónoma, la macroeconomía, es decir, el estudio de las interacciones económicas que se producen en las sociedades a través no de los análisis particulares de cada mercado, sino por medio de magnitudes totalmente nuevas, magnitudes agregadas que dan cuenta del comportamiento de la economía desde una óptica global. En segundo lugar, diseñó una poderosa explicación intelectual para justificar la intervención del sector público en la economía sobre bases que cuestionaban varios de los pilares básicos de toda la economía anterior. En tercer lugar, convirtió el recurso al déficit público en la medicina universal para revertir las contracciones de la economía.

Las ideas de Keynes se mostraron efectivas en el combate contra la recesión causada por el crack del 29, y sedujeron a políticos y académicos. El mundo posterior a la segunda guerra mundial, probablemente la etapa de mayor prosperidad económica de la historia, fue keynesiano. Sin embargo, en los años 70, las políticas keynesianas se mostraron incapaces de revertir los desequilibrios estructurales de las economías occidentales. La estanflación (estancamiento acompañado de inflación) vivida en aquellos años, no solo puso en la picota la sacrosanta curva de Phillips, sino que mostró los límites de toda una filosofía económica basada en la intervención del Estado como catalizador de la recuperación y el crecimiento económicos. Durante aquellos años, el pensamiento económico dominante viró hacia posiciones menos partidarias de la intervención estatal y proclives a la liberalización de la economía. Posiciones defendidas por autores tan importantes como Milton Friedman o Robert Lucas, pero que tuvieron en la figura de Friedrich Hayek a uno de sus defensores más inconmovibles.

Hayek, dieciséis años más joven que Keynes, continuó las teorías de la escuela austriaca de Menger, Bawerk, Wieser y Mises. Enfocada principalmente en la crítica de la metodología de la economía y de las ciencias sociales, la escuela austriaca realizó aportaciones fundamentales relacionadas con la imposibilidad del socialismo, la teoría del coste de oportunidad, el funcionamiento dinámico del mercado o el rol del crédito en los ciclos económicos. En concreto, Hayek desarrolló y profundizó las ideas de Mises en lo concerniente al cálculo económico y dio cuerpo a la teoría según la cual los ciclos económicos se deben a la expansión del crédito propiciada por la fijación de tipos de interés artificialmente bajos. No obstante, pese a sus contribuciones al análisis económico, Hayek es principalmente recordado por la integración del patrimonio teórico de la escuela austriaca en un marco filosófico más general en el que la libertad del individuo y la crítica al estatismo y al colectivismo social serían su principal divisa de cambio. Fruto de esa labor fue su archiconocido Camino de Servidumbre, en el que, naturalmente, las ideas keynesianas eran criticadas implícitamente.

Keynes vs Hayek: El choque que definió la economía moderna, de Nicholas Wapshott —corresponsal en EEUU de The Times y colaborador habitual en CNN, Fox News o ABC—, es un detallado repaso a la vida y obras de estos dos titanes del pensamiento económico. Con un estilo sobrio y descriptivo, Whapshott pasa revista a las vicisitudes vitales de ambos autores, sus progresos conceptuales, y enmarca el relato en el contexto histórico en el que desarrollaron sus vidas, contexto que con sus teorías contribuyeron a dar forma.

El grueso del libro se desarrollan durante los años veinte y treinta, con un Keynes asentado en el mainstream económico y político tras la publicación de Las Consecuencias Económicas de la Paz (1919), y un joven Hayek —si es que el autor austriaco alguna vez fue joven...— que trataba de abrirse camino en el mundo académico angloparlante. Aquella obra de Keynes —un éxito editorial en Alemania y Austria por su feroz crítica a las reparaciones de guerra impuestas por el Tratado de Versalles a las dos potencias perdedoras— dejó una fuerte impronta en el joven Hayek (a la sazón, partidario de la socialdemocracia). Sin embargo, el estudio meticuloso de los autores de la escuela austriaca llevaron al autor vienés a replantearse radicalmente sus ideas, de forma que cuando aterrizó en Inglaterra, era ya un ferviente y convencido defensor de las bondades del liberalismo.

Durante aquellos años, el pensamiento económico reinante en Gran Bretaña era deudor del Principios de Economía (1890) de Alfred Marshall, manual con el que se inició en economía el propio Keynes. Marshall realizó la síntesis de las teorías de los economistas clásicos (Mill, Ricardo, Smith, etc.) con las, por entonces, novedosas teorías marginalistas de Jevons y Dupuit, al tiempo que puso en valor las críticas procedentes del socialismo y el historicismo alemán al análisis clásico. El formidable y heterodoxo trabajo de síntesis de Marshall, sin embargo, no abordó los trabajos de la escuela austriaca, razón por la cual cuando Hayek dio sus primeras conferencias en suelo británico, tuvo la sensación de estar predicando en el desierto. Pero no fue ese el caso.

Durante la segunda mitad de los años 20, Cambridge ostentaba la hegemonía sobre la ciencia económica en suelo británico. Los principales economistas del momento trabajaban allí. Así que cuando Lionel Robbins, un joven economista influenciado por la escuela austriaca y que por aquel entonces trabajaba para la London School of Economics, supo de la presencia de Hayek en Inglaterra, automáticamente lo convirtió en su protegido, viendo en el economista vienés el estilete necesario para derribar la primacía intelectual de Cambridge. Su intención era crear una rivalidad entre Keynes y Hayek. Con ese objetivo, organizó una  serie de conferencias impartidas por Hayek —las cuales darían lugar al libro Precios y Producción—, y publicó una dura recensión de Hayek en la revista Economica sobre Tratado del Dinero (1930). Keynes que, otra cosa no, pero el debate y la refriega intelectual le gustaban más que a un tonto un lápiz, no evitó la polémica y le contestó, generándose una ruda y visceral polémica, precisamente el objetivo que Robbins que perseguía.

El intercambio de ataques de Keynes y Hayek hizo gala de muchas cosas, pero una de ellas destacaba sobre todas las demás: incomprensión mutua. Keynes no entendía las objeciones de Hayek basadas en los trabajos de la escuela austriaca (que Keynes no había leído), y el autor vienés, por su parte, se atascaba pidiendo definiciones precisas de los novedosos conceptos empleados por Keynes sin esforzarse por comprender la lógica general de sus ideas. En el fondo, bajo esa incomprensión subyacían diferencias radicales de enfoque en el contexto del análisis económico. Mientras Keynes no concebía la ciencia económica desligada de los problemas prácticos, Hayek la concebía como una empresa abstracta y teórica. Keynes acabó desarrollando un enfoque de arriba a abajo, podríamos decir sistémico, de magnitudes agregadas, mientras que Hayek abogada por el enfoque inverso, de abajo a arriba. Keynes era un optimista y proporcionó bases intelectuales sólidas para depositar nuestro optimismo en la labor de los gobiernos, mientras que el pesimismo de Hayek se fundamentaba en el escepticismo acerca de la precisión de las labores de medición económica y la futilidad y el papel distorsionador de la intervención gubernamental sobre esas endebles bases. Keynes era más un economista que un filósofo; Hayek era más un filósofo que un economista. No me chilles, que no te veo. Keynes acabaría renunciando a proseguir la riña para centrarse en la que acabaría siendo su obra magna, aquella con la que pasaría a la historia del pensamiento: el Tratado sobre la ocupación, el interés y el dinero (1936).

Whapshott se recrea en este episodio, el más importante del libro, porque fue el último en el que se desarrolló una interacción entre ambos autores en relativa igualdad de condiciones ("relativa" porque Keynes gozaba ya de un prestigio que Hayek solo podía envidiar). A partir de la publicación del Tratado sobre la ocupación, la primacía de Keynes se haría prácticamente absoluta en el mundo académico y político, y la travesía por el desierto de Hayek se extendería hasta bien entrados los años setenta con la concesión del Nobel y la revitalización de algunas de sus ideas por la escuela de Chicago.

A pesar de lo que pueda parecer, el dramatis personae de Keynes vs Hayek rebosa ampliamente los nombres de las figuras que dan título al libro. En sus páginas nos encontramos a Ludwig von Mises, Richard Kahn (creador del multiplicador del empleo y que inspiró el multiplicador de la inversión keynesiano), Joan Robinson (la creadora del brillante modelo de competencia imperfecta), Piero Sraffa (al que Wittgenstein reconoció el honor de ser el pensador que le hizo abandonar el camino emprendido en su Tractatus Logico-Philosophicus), Hicks y Hansen (creadores del modelo IS-LM que serviría de armazón matemático para expresar tanto las ideas keynesianas como la nueva macroeconomía neoclásica), Paul Samuelson, John Kenneth Galbraith, Milton Friedman, Arthur Pigou, Simon Kuznets y un sin fin de economistas relevantes de todo el siglo XX. En cierta forma, el libro de Whapshott, no trata tanto de una rivalidad personal como de una rivalidad entre filosofías económicas y constituye un repaso a la historia de la economía del siglo XX.

El libro, escrito durante la resaca de la crisis financiera de 2008, dedica sus últimos capítulos al examen de la cuestión de si el mundo actual es keynesiano o más bien hayekiano. Para ello, analiza los principales hitos históricos de las últimas décadas en relación a las políticas fiscales y monetarias de los principales países del mundo, en un relato que le conduce inexorablemente a la quiebra de Lehman Brothers y a las distintas políticas implementadas a ambos lados del Atlántico para hacer frente a la subsiguiente crisis. Fiel a su tono sobrio, Whapshott expone aciertos y errores de ambas corrientes de pensamiento en su implementación práctica, y deja la responsabilidad de contestar a la pregunta de si el mundo es keynesiano o hayekiano en manos del lector.

En resumen, Keynes vs Hayek presenta el debate intelectual que definió la economía y la política del siglo XX: intervención pública en la economía frente a laissez faire. Lo hace a través de las biografías intelectuales de sus dos principales protagonistas, pero, llegado un punto, el debate se emancipa de los personajes y adquiere dimensión propia. Es una lectura que, a pesar de ciertas imprecisiones en la presentación de algunos conceptos, tanto el especialista como el lego interesado en estos asuntos devorarán. El especialista encontrará en él detalles biográficos interesantes y la génesis intelectual de muchos conceptos que en las facultades de Economía se enseñan analíticamente. El lego descubrirá la profundidad subyacente a los debates existentes en los medios de comunicación. Ambos saldrán ganando.


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