Con el paso de los años me he ido dando cuenta de la importancia de tener un sólido conocimiento de la historia del pueblo vasco para poder comprender las dinámicas y los modos de pensar nacionalistas. Y debo admitir que seguramente no posea tal conocimiento, al menos en profundidad. En mi descargo diré que jamás he creído que los hechos pasados puedan justificar una idea de nación, cualquiera que ésta sea, ya que, siguiendo a Ortega, creo que el concepto de nación es proyectivo, es decir, mira al futuro y no al pasado; es un proyecto sugestivo de convivencia en común; un contrato que mira hacia delante y no hacia atrás. Así que una de las razones que me esgrimía a mí mismo para no adentrarme en la lectura y estudio de la historia vasca era que solo podía arrojar conclusiones y argumentos inatinentes con respecto a la cuestión vasca. Sin embargo, no todo el mundo piensa de esta manera y, de hecho, lo cierto es que casi nadie lo hace. Tanto los nacionalistas vascos como los nacionalistas españoles apelan a la historia para defender sus posturas, de modo que uno se ve obligado a estudiar la historia si quiere hallar los medios y las herramientas para poder entender a aquellos que, siendo nacionalistas, apelan al pasado como justificación de sus posiciones. Y ya no hablo de aceptar o refutar sus argumentos. No, hablo de una esfera previa, anterior lógicamente: la de la mera comprensión de esos argumentos.
Así que, en parte por estas razones, en parte por mera curiosidad intelectual, llevaba tiempo con ganas de adentrarme en la historia del País Vasco. En el colegio di dos grandes tipos de historia: la universal y la de España. En la segunda dábamos la historia del País Vasco como apéndice de la de España, de modo que obtuve un conocimiento muy superficial de la materia. Por lo que cuando vi este libro de Manuel Montero al alcance, me lancé directo a hincarle el diente.
Manuel Montero es un viejo conocido de la escena intelectual vasca. Catedrático de historia contemporánea por la facultad de ciencias sociales de Leioa, fue rector de la UPV de 2000 a 2004. Su principal área de investigación se centra en la historia vasca de los dos últimos siglos, con especial énfasis en la lucha de los movimientos obreros en el seno de la industrialización vizcaína del siglo XIX. Tiene un buen puñado de obras publicadas, la mayoría de ellas en Txertoa, una pequeña editorial especializada en libros de historia, antropología, sociología... y cocina. Su último libro es el muy sugerente Voces Vascas, publicado el año pasado, donde analiza algunas de las expresiones de uso cotidiano en el País Vasco y desvela su sustrato ideológico, al parecer, casi siempre abertzale. Obligado a convivir con escolta durante muchos años debido a la amenaza de ETA, su gestión fue criticada en 2002 en un manifiesto que denunciaba la mafia que apoyaba a ETA entonces, firmado por 42 profesores de la UPV, por unas declaraciones en las que afirmaba que nadie ha dejado la UPV por razones de seguridad. Un tipo que se gana las antipatías de amplios sectores de los nacionalistas vascos y los nacionalistas españoles a buen seguro tendrá la suficiente independencia ideológica para escribir una historia del País Vasco que no tenga deudas con nadie. Montero parecía responder a ese perfil de personaje incómodo, pero como veremos, su trabajo no ha cumplido las expectativas.
Historia del País Vasco es un libro corto, de menos de 200 páginas. Pero en ellas Montero pretende trazar toda la historia de los territorios vascos desde las postrimerías del paleolítico inferior, hace 150.000 años, hasta los últimos días del siglo XX. Es una labor gigantesca, excesiva, espeluznantemente amplia. Uno de los defectos más acusados de esta obra atañe precisamente a la asimetría entre espacio y tiempo: el espacio configurado por las 182 páginas del libro y los más de cien mil años de historia que pretende describir. El promedio arrojaría como resultado 832 años de historia por cada página escrita. Afortunadamente la asimetría no es tanta, pero es. La romanización se trata en poco más de diez páginas. La edad media en poco más de veinte. Solo a medida que nos adentramos en los territorios donde Montero es un experto, la industrialización decimonónica, la cosa mejora.
Ciertamente, Montero desarrolla, tampoco con especial profundidad, el periodo histórico más interesante: aquel que va desde las guerras carlistas hasta la guerra civil; periodo que vio nacer al nacionalismo vasco y, algo antes, al movimiento obrero. Sin embargo, cuál sea el periodo histórico más interesante es algo discutible. ¿Acaso el fin de la romanización, con las huellas de la división tribal anterior (autrigones, caristios, várdulos, vascones) no ofrece pistas para comprender la división territorial, lingüística y cultural posterior? ¿La escasa difusión del cristianismo durante el primer milenio no podría explicar la raigambre de las tradiciones paganas en estos territorios en siglos posteriores? ¿Acaso las guerras banderizas entre oñacinos y gamboínos, con toda su casuística de motivos y razones, no ofrecería una fascinante semblanza de la tipología y de la forma de pensar medieval? Todos estos temas y muchos otros se tratan muy superficialmente. Y al final ese es el principal problema del libro.
También resulta decepcionante el enfoque escogido para el trabajo. En todo momento asistimos a un desarrollo de las características económicas y de producción de cada periodo histórico en apoyo de la descripción política más general y, la verdad, el autor resulta competente en la materia. Pero por contra asistimos al práctico olvido de las características folclóricas de los territorios, su particular idiosincrasia canalizada a través de sus usos y costumbres, de sus fiestas y tradiciones. Más sangrante aún es el el olvido del idioma. Montero escribe una historia deshumanizada, despojando a los procesos históricos de su identidad cultural y extirpando del relato las referencias a los personajes importantes. Apenas el autor se detiene en retratar a los Zumalacárregui, Arana o Prieto de turno. La constante durante el libro es no adjudicar rostros a las dinámicas históricas bajo una mal entendida idea de imparcialidad y objetividad.
Hay un aspecto transversal de la obra, el tono, que puede ser interpretado como positivo y negativo al mismo tiempo. El tono es frío y riguroso. Montero escribe una historia aséptica que satisfará a quienes demanden un relato objetivo y desprejuiciado de los hechos. Pero al mismo tiempo, decepcionará a quienes quieran vibrar de emoción con el ritmo y la intensidad de la mejor divulgación histórica. El tono, como digo, puede ser interpretado positiva o negativamente en función de los intereses del lector. Sin embargo, considero que Montero mantiene una inconsistencia radical en lo referente a los propósitos de su obra. La inconsistencia consiste en querer presentar al lector un libro que, por extensión, pretende ser meramente divulgativo con el tono y el estilo desapasionado de la escritura académica. En mi opinión, divulgación y ausencia de pasión constituyen una antinomia de propósitos. Aunque aquí hay que entender, creo, el contexto en el que se escribió el libro. La última década de los noventa en el País Vasco vio a una ETA que iba debilitándose por mediación de la acción policial y, al mismo tiempo, a la ETA más cruel y salvaje, si no en número de muertes, sí respecto a la cualidad de éstas: una ETA capaz de secuestrar y amenazar de muerte como recurso último para lograr sus objetivos. Creo que en ese sentido puede perdonarse al autor que no aúne pasión y divulgación en su relato. En un contexto en el que el terrorismo te tiene en el punto de mira, la amenaza no se reduce a la integridad física y personal, sino que tiene la potencialidad de extenderse como un virus a la libertad de juicio del individuo. Puede que sea ésa la razón de la inconsistencia. O no. En ausencia de contrafácticos, lo más que puede decirse es que el resultado es pobre, sea cuál sea la razón.
No he querido decir nada del título del libro hasta ahora. En parte porque no creo que sea especialmente relevante, más allá de establecer una directriz temática. Pero lo cierto es que constituye otra inconsistencia. Si la unidad temática que vertebra el libro es el relato de los acontecimientos que suceden en los territorios hoy denominados como País Vasco y Navarra a lo largo de la historia, entonces carece de sentido —o directamente es falso— denominar a esos territorios por su denominación política actual. Es una falacia hipostática, de considerar que existe una esencia permanente a través del devenir histórico. Lleva a errores mayúsculos, a vicios del razonamiento, como decir que Séneca era español o Kant era ruso.
La lectura de Historia del País Vasco transmite la misma sensación que aquel chiste de Woody Allen: "Hice un curso sobre lectura rápida y leí Guerra y Paz en veinte minutos. Creo que decía algo de Rusia." Desde luego, la lectura de la obra de Manuel Montero proporciona elementos suficientes para esbozar un juicio más elaborado que el que hace Allen de Guerra y Paz. Sin embargo, tampoco muchos más. Precisión y rigurosidad al margen, la celeridad con la que Montero pasa revista a los acontecimientos y la inconsistencia entre propósito y estilo hacen de este libro una lectura muy poco recomendable. Quien no conozca nada de la historia del País Vasco encontrará en el libro de Montero una extensión formal de lo encontrado en cualquier enciclopedia mínimamente competente con un estilo literario que no será ni superior ni inferior al de aquella. Por otro lado, al ya conocedor se le vetará la posibilidad de profundizar en el conocimiento de la historia de la región. Por todo ello, Historia del País Vasco de Manuel Montero resulta una obra profundamente decepcionante.
Hola cielo ^^
ResponderEliminarTe he conocido en el grupo "Lectores españoles" de Goodreads :)
Me gusta mucho el estilo de tu blog y tus reseñas son muy interesantes. Me he unido a tus seguidores, así que te leeré a menudo.
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