martes, 13 de enero de 2015

(2011) Andy Weir - El marciano


Marte, espacio, odisea, naufragio, Andy Weir, The Martian


"He estado pensando en leyes sobre Marte.
Sí, lo sé, es una estupidez pensar en eso, pero tengo mucho tiempo libre".
Existe un tratado internacional según el cual ningún país puede reclamar nada que no esté en la Tierra. Y, según otro tratado, si no estás en territorio de ningún país, se aplican las leyes marítimas.
Así que estar en Marte es como estar en «aguas internacionales».
La NASA, una organización estadounidense civil, es propietaria del Hab*. Así pues, mientras estoy en el Hab, son aplicables las leyes de Estados Unidos. En cuanto salgo, estoy en aguas internacionales. Luego, cuando llego al vehículo de superficie, vuelvo a la ley estadounidense.
Esto es lo mejor: finalmente llegaré al (...) y requisaré el aterrizador de la misión Ares 4. Nadie me ha dado permiso explícitamente para hacerlo ni puede hasta que esté a bordo y operando el sistema de comunicaciones.
Una vez a bordo y antes de hablar con la NASA, tomaré el mando de una nave en aguas internacionales sin permiso.
¡Eso me convierte en pirata!
¡En un pirata espacial!"

Comenta el bueno de Miquel Barceló en la introducción del libro que tenemos hoy la oportunidad de analizar, que la ciencia-ficción, actualmente, vive sus horas más bajas. Puede que éste sea un diagnóstico un tanto apocalíptico, pero es indudable el retroceso en popularidad que el género ha sufrido en los últimos años. Ya hubo agoreros que presagiaron este hecho durante los años 90. Según éstos, la manera en que la tecnología se estaba integrando en nuestras vidas iba a quitarle la especificidad al género, desintegrándolo y diluyéndolo en la narrativa general. Para Barceló, en cambio, el problema reside en que el desarrollo de la tecnología, hoy en día, hace absurdo todo intento de profetizar futuros más o menos lejanos, ya que el desarrollo científico y tecnológico volverá ridículas esas profecías al cabo de pocas décadas.

En mi opinión, algo de todo eso hay. Pero también una indudable repetición de patrones y esquemas narrativos, fórmulas ya trilladas desde hace décadas. Falta originalidad en un género que juega con unas reglas de plausibilidad más severas que las de la mera fantasía. Puede que sea precisamente por ello, que la fantasía, un género nacido en el seno de la ciencia-ficción, no solo ha rebasado en popularidad a la ciencia ficción en los últimos años, sino que además le ha arrebatado el bien más preciado que ostentaba ésta: el sentido de lo maravilloso. Mientras que gran parte de las novelas de ciencia-ficción parecen haberse integrado dentro del género del thriller tecnológico, ambientando sus historias en un futuro cercano indiscernible del presente, el género fantástico sigue deslumbrando al lector con civilizaciones extrañas, mundos fascinantes y maneras de ser cautivadoras. Aunque, como dice Barceló, todo ello no termina por ocultar, a su vez, la repetición de patrones en ese tipo de literatura: el enfrentamiento del bien contra el mal o la reconstrucción de periodos históricos, por poner unos ejemplos. Por ello, cabría conjeturar, a su vez, un futuro retroceso en el género fantástico o, y de manera no excluyente con la anterior, un atrincheramiento en el núcleo de la literatura juvenil.

Sea como fuere, a la ciencia ficción, despojada de su sense of wonder, jamás se le podrá arrebatar aquello que le es más íntimo y propio: la reflexión epistemológica, ontológica, ética y sociológica sobre la ciencia y la tecnología. Son la ciencia y la tecnología las que dibujan y representan el mundo de hoy, con sus límites y problemas. En cierta forma, son la tecnología y la ciencia las disciplinas que han venido a ocupar el papel que anteriormente jugaba en la cultura la religión. Puede que no construya ídolos tan robustos como lo hacía aquella, pero también es verdad que los tiempos no lo demandan. Lo que sí hace es ofrecernos una imagen del mundo en el que vivimos, con la peculiaridad de que esta imagen no es definitiva, sino susceptible de continua revisión. Y es precisamente por ello mismo que la ciencia-ficción es tan necesaria: contribuye a establecer relatos que nos ayudan a comprender el mundo interminablemente cambiante en el que vivimos por comparación a mundos, tecnologías y desarrollos científicos hipotéticos. Mi veredicto, por tanto, es que la ciencia ficción jamás desaparecerá pues se ha convertido en un pilar básico de la cultura tecnológica occidental. Y, siguiendo la argumentación de Barceló y de los agoreros, el hecho de que pueda producirse una disolución de la ciencia ficción en el seno de la literatura general solo será síntoma de una posible y muy bienvenida asimilación de las problemáticas que la ciencia ficción ha venido planteando en los últimos cien años en la cultura general. Pero eso no debería implicar la muerte de la ciencia ficción. Y en caso de ser ese el resultado, lo hará plantando la semilla de la transformación completa de la cultura occidental. Y no hay mejor epitafio ni descendencia posible para un género. Sea como fuere, y mientras se discute si la ciencia ficción menguará aún más o no, nos llega El Marciano de Andy Weir.

"Calculo que obtendré un 50% más de rendimiento usando esa táctica. Y teniendo 126 metros cuadrados de tierra cultivable (algo más del doble que los 62 metros cuadrados que tengo ahora) conseguiré más de 850 calorías diarias.
Es un verdadero progreso. Todavía estoy en peligro de inanición, pero en el rango de la supervivencia. Podría conseguir quedar al borde de la inanición pero sin llegar a morir. Podría reducir mi consumo calórico reduciendo al mínimo el trabajo manual. Podría subir la temperatura del Hab más de lo normal, para gastar menos energía en mantener la corporal. Podría cortarme un brazo y comérmelo: obtendría calorías valiosas al tiempo que reduciría mi necesidad calórica.
No, la verdad es que no."

El Marciano ha generado bastante revuelo durante 2014. Sin ir más lejos, ha logrado erigirse como la novela de ciencia ficción preferida según el criterio de los lectores de Goodreads. Algo que no deja de ser gracioso porque El Marciano no se publicó en 2014, sino en 2011. Weir, como tantos otros, optó entonces por el sendero de la autopublicación digital —que es para un editor lo que el pecado original para un clérigo—, y en 2013 conseguía vender los derechos para una adaptación cinematográfica dirigida por Ridley Scott, que contará con intérpretes de postín como Matt Damon o Chiwetel Ejiofor y que será estrenada a lo largo de este año. ¿Se puede pedir más para un autor novel? Sí. La novela fue publicada en tapa dura a principios de 2014 por la misma editorial que publica los libros de Obama y su mujer. Y, por si fuera poco, la crítica ha sido unánime. Para el Wall Street Journal es la mejor novela de ciencia-ficción pura en años, y para Amazing Stories es una novela que te dejará sin respiración como si hubieras sido arrojado sin traje a la superficie marciana. Espera, espera, ¿es tan bueno el libro? Es buenísimo, aunque tampoco es esa obra maestra que todo el mundo parece empeñado en querer ver.

El Marciano nos ubica en un futuro relativamente cercano, donde la carrera espacial parece haber recobrado dinamismo, llegando a fletar misiones tripuladas de reconocimiento hasta el planeta rojo. En una de esas misiones, la Ares 3, todo parece ir bien hasta que una virulenta tormenta de arena pone en serio peligro la integridad física de los tripulantes. Éstos se ven obligados a partir, dando por concluida la misión de forma anticipada. En la evacuación, sin embargo, los fuertes vientos provocan que una antena se suelte e impacte en el torso de Mark Watney, uno de los astronautas, derribándole y empujándole varios metros. El resto del equipo le da por muerto y deciden partir de regreso a la Tierra. Sin embargo, Watney no ha muerto y cuando recupera la consciencia se da cuenta de que está solo en Marte. Su tarea, de ahora en adelante, será sobrevivir.

Contada así, El Marciano recuerda a libros como Robinson Crusoe de Daniel Dafoe o, como bien cita Barceló, La isla misteriosa de Julio Verne. También recuerda a películas como Náufrago de Robert Zemeckis o ¡Viven! de Frank Marshall. Parece la típica historia de supervivencia. Y en cierta forma, lo es. Pero hay dos aspectos que la diferencian de todas las anteriores. Por un lado, el gusto hasta el límite de lo obsesivo por los detalles. Por el otro, un humor genial.

Y es que en las historias de supervivencia, lo normal y, en cierto sentido, lo tópico, es centrarse en la historia de superación personal, en la lucha del hombre contra la tierra —contra la tierra de Marte, en este caso—, en la victoria ante el medio hostil. Por supuesto, algo de eso hay aquí, pero enfatizando los aspectos más técnicos de la tarea, con resultados ciertamente extraordinarios. Andy Weir nos presenta el problema por la supervivencia como una sucesión de puzzles de física, química e... ¡incluso botánica! Lo que resulta fascinante, sin embargo, es que todos esos problemas serán planteados para ser resueltos en términos de una ciencia muy elemental, muy de instituto. El protagonista de Weir solo tendrá que echar mano de una ciencia increíblemente complicada e ignota para el lector. En ese sentido, lo que mejor funciona en la novela es precisamente eso: la capacidad de Weir para plantear problemas con soluciones verosímiles en un contexto límite que no toma prisioneros. Genuina ciencia ficción.

Watney, el protagonista, llevará un diario dictado a viva voz. Será a través de él que seremos testigos de sus peripecias. Su voz será la de un tipo proactivo y resistente, invencible a la adversidad. Pero, por encima de todo, Watney será un bromista, un tipo con un humor irreverente y un tanto ganso, capaz de verle siempre el lado cómico a las cosas, por muy negras que éstas aparezcan. En realidad, El Marciano, como novela de ciencia ficción dura es buenísima, pero como novela de humor es mejor. Sencillamente, logra sacarte la carcajada con las paridas que suelta el personaje cada dos por tres. Entre cálculo y cálculo de servilleta, entre problema y problema, Weir tiene siempre alguna ocurrencia pertinente para poner en boca de su personaje. En serio, es muy divertido.

"ENTRADA DE DIARIO: SOL 192

(...) Mañana jugaré con alto voltaje. ¿Qué puede salir mal? ¡Nada puede salir mal!

ENTRADA DE DIARIO: SOL 193

He conseguido no matarme hoy, aunque he estado trabajando con alto voltaje. Bueno, no ha sido tan emocionante como eso. Primero he desconectado la corriente."

La novela logra mantener la tensión en todo momento, presenta soluciones plausibles y muy ingeniosas a los problemas que van presentándose e irradia un humor delirantemente contagioso. Y, sin embargo, no es perfecta. No es que tenga un agujero negro que absorba sus virtudes, pero sí tiene pequeños detalles que ensombrecen el resultado final.

Uno de ellos hace referencia a la mayor virtud de la novela. El humor, que tan bien recibido es en todo momento por el lector, sin el cual este libro no sería el mismo, arrastra consigo uno de los pequeños defectos de la historia, a saber: que Mark Watney resulta poco creíble. Resulta poco creíble porque no parece muy plausible que después de que te quedes en Marte con una probabilidad de supervivencia entre baja y nula estés de broma contigo mismo en todo momento. Podría serlo si el protagonista perdiera la cordura, como último estertor de la razón o como carcajada sardónica ante la adversidad. Pero eso es exactamente lo opuesto a lo que sucede: Watney permanece cuerdo en todo momento, condición sin la cual no podría dar solución a la ingente cantidad de problemas que se le presentan.

Por otro lado, pero relacionado también con el humor, Weir huye de las reflexiones existencialistas como de la peste, en una historia que se presta muy bien a esos fines. No me parece una mala decisión. Cuando se mezclan el humor y lo pesimista, lo socarrón y lo dramático, hay que hilar muy fino para que el resultado no termine en catástrofe. Creo que es una decisión sensata atar en corto las dimensiones de la historia para que éstas no se te vayan de las manos. Weir lo hace. Con ello, coarta las potencialidades de su relato. El cubo de la basura de la historia de la literatura está repleto de historias fallidas, bien por ambición desmedida, bien por desconocimiento de los límites como escritor del autor de turno. Éste no es el caso, afortunadamente. Y todo el mérito es de Weir.

"Además, tengo cinta aislante. Cinta aislante normal y corriente, de la que venden en las ferreterías. Resulta que ni siquiera la NASA puede mejorar la cinta aislante."

La práctica totalidad del libro se centra en la figura de Watney, en su relato diario acerca de cómo hace frente a las pequeñas y grandes reparaciones que van siendo necesarias y de cómo también haya el ocio y los pequeños placeres en condiciones inverosímiles—geniales esas referencias a la televisión de los 70: Apartamento para tres, El hombre de los seis millones de dólares, etc.—. Pero la novela también aborda otros personajes. Y creo que lo hace de una manera inconsistente. No con todos, pero sí con la mayoría. Al final, la seña de identidad de Watney, su carácter jovial y su temperamento bromista, se ve sospechosamente contagiada al resto de sujetos. No es un error grave porque el foco de interés está claramente centrado en Watney desde el principio. Pero denota poca disciplina como escritor por parte de Weir.

Por último, y ya para acabar con este inventario de pequeños defectos, está el tema de la plausibilidad de los cálculos de Watney. Y no me refiero a la posibilidad lógica desde el punto de vista científico, sino a la propia capacidad mental del propio Watney. De todos es sabido que los que entran en la NASA no pasan por ser tuercebotas intelectuales precisamente. Pero lo de Watney es sencillamente "sensacional". Por ejemplo: "Pongamos que el volumen de la esclusa sea de dos metros cúbicos. El traje EVA inflado probablemente ocupa la mitad de ese espacio, así que hacen falta cinco minutos para añadir 0,2 atmósferas a un metro cúbico. Eso son 285 gramos de aire (confía en mis cálculos). El aire en los depósitos es de alrededor de un gramo por centímetro cúbico, lo que significa que acabo de perder 285 mililitros. Los tres depósitos juntos contenían 3000 mililitros para empezar. Una buena parte se ha usado para mantener la presión mientras la esclusa perdía. Además, mi respiración ha convertido parte del oxígeno en dióxido de carbono que ha sido capturado por los filtros de CO2 del traje. Comprobando las lecturas, veo que tengo 410 mililitros de oxígeno y 738 mililitros de nitrógeno. Juntos, suman casi 1150 mililitros para trabajar. Eso, dividido por 285 mililitros de pérdida por minuto... Una vez que salga de la esclusa de aire, este traje EVA solo durará cuatro minutos." Y todo eso poco después de estar a punto de perder la vida. Y sin papel ni boli. Resulta fascinante, pero también un poco increíble: Watney no produce adrenalina, produce reglas de cálculo.

A pesar de todos sus pequeños errores, lógicos si nos damos cuenta de que se trata de la primera novela del autor, y de sus potencialidades no exploradas, El Marciano es una lectura obligada para todo amante de la ciencia-ficción. Aúna la belleza del cálculo y la deducción lógica con fines prácticos, la maña y la destreza de los trabajos manuales, el humor irresistible capaz de sacar punta a cada faceta del entorno y un sentido de lo épico pasado por el simpático filtro de lo rústico. El Marciano es un extraño híbrido de sudoku, briconsejo, chiste de monologuista y Robinson Crusoe espacial. Es como uno de esos coches que circulan por La Habana construidos a partir de piezas cogidas de aquí y allá. Y como ellos, El Marciano funciona increíblemente bien. Puede que la ciencia ficción viva actualmente sus horas más bajas, como afirma Barceló. Pero con libros como El Marciano, su pensión está asegurada a todo riesgo.

"Levantarme por la mañana, desayunar, cuidar mis patatas, arreglar cosas rotas, comer, responder correo electrónico, mirar la tele, cenar, irme a dormir. La vida de un granjero moderno."

*El Hab es el habitáculo, el campamento base, en el que se desarrollan las misiones Ares.

Valoración:


1 comentario :

  1. ''El protagonista de Weir solo tendrá que echar mano de un ingenio deslumbrante para solucionar los problemas, no de una ciencia increíblemente complicada e ignota para el lector.'' Esto es un puntazo.

    Pero... ¿Matt Damon? Leyéndote, y pensando en una posible adaptación cinematográfica, yo más bien pensaría en Robert Downey Jr.

    ResponderEliminar

Licencia de Creative Commons
Conclusión Irrelevante by Jose Gaona is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
Puede hallar permisos más allá de los concedidos con esta licencia en http://conclusionirrelevante.blogspot.com.es/p/licencia.html