"Hay quien dice que la Cibeles llevaba la mirada empitonada de hambre y que cuando apareció Raúl se subió la túnica y le ofreció el muslamen para que le ajustase la liga. Entonces la negrura de tantas noches de insomnio y espera que había oscurecido sus ojos, entonces desapareció de repente y todos pudimos dar cuenta de que la Cibeles nunca fue una diosa difícil. Sólo hay que saberla trastear y en los últimos tiempos los merengues andaban más preocupados en mirarse al espejo que en endulzar el vientre de su diosa."
Será por libros de fútbol. Otra cosa no, pero de ellos las estanterías de las librerías están llenos. Anecdotarios, biografías, almanaques de efemérides, sesudos análisis tácticos o compendios de autoayuda. Incluso breviarios para la buena formación de las nuevas generaciones. Y si tienen alguna duda de lo que digo, echen un vistazo al último libro que ha publicado Cañizares —sí, el portero que se perdió un mundial pero acudió a la convocatoria de la selección para hacer piña—, que bien podría haberse titulado "Anda chaval, agáchate y recógeme el bote de colonia" a juzgar por esa sórdida portada de gasolinera.
Y es que no deja de ser curioso que un tema tan poco dado a las letras despierte semejante lascivia editorial. Más sorprendente aún es ver como tipos a los que les costaba hilar tres frases seguidas en las rueda de prensa sean capaces de terminar libros del grosor de un puño cerrado con la solvencia de un oficinista y la clarividencia de un profesor universitario. Que nunca fue el caso de Cañizares, dicho sea de paso, cofrade de esa sociedad clandestina de elegidos a los que no les tiembla el pulso por jugar a ese deporte de riesgo para un futbolista que es hilar pensamientos con sentido; formada por los Xabi Alonso, Xavi Hernández, Gabi Fernández o Miguel Ángel Moyá que todas las épocas tienen la suerte de ofrecer. Pero sí de tantos otros que gracias a esas publicaciones dan de comer a tantos y tantos escritores en la sombra. No es el caso del libro que nos ocupa hoy. Éste, a diferencia de los muchos libros de fútbol que pululan por ahí, está escrito por un escritor, valga la redundancia. Pero por uno de los de verdad, de los de floritura y juego literario, pero también gargajo y bilis mal asimilada.
"Más chulo que un ocho y más echao p'alante que el mango de una sartén, Butanito pasará a la historia del periodismo radiofónico por crear una entonación y una sintaxis novedosa para los tiempos. Y una adjetivación que, auqnue forma parte de la memoria, en su momento fue rompedora. Descalificativos tales como abrazafarolas, chupóptero o cantamañanas se convirtieron en moneda de cambio a la hora de la tapa o de la cuña. Pues si Butanito ganó dinero, más dinero ganaron los que le contrataban. Qué coño. Ahora que otros le imitan se echa de menos el original, poder volver a los tiempos en que España entera se acostaba con él y se desayunaba con la chica del As."
"A ras de yerba" ya tiene unos añitos, cinco para ser precisos. Aunque transpira la sensación de ser más antiguo. Quizá sea por ese verbo grácil y desenvuelto con el que nos obsequia el autor; esa facilidad de palabra que nos suena a antaño debido al uso negligente que de la lengua hacemos un poco todos sin darnos cuenta, como el que pide un café en un bar y se olvida de dar las gracias luego, autocomplaciente en su prerrogativa como cliente. A esa sensación de antigüedad también contribuye los artículos de los que consta el libro, escritos todos ellos en momentos no especificados entre 2005 y 2007, presumiblemente. No hace ni una década de ellos, pero parece que ha pasado una eternidad. Lógico, pues en lo sucesivo aún estaría por llegar esa España deslumbrante de Luis Aragonés primero y Vicente del Bosque después. Pero sobre todo, el omnipotente Barça de Guardiola, el mejor equipo de la historia. Y todo libro de fútbol más o menos reciente que no incluya esos hitos parece incompleto, como un libro de geometría que no incluyese el teorema de Pitágoras. Parece que ha pasado una eternidad porque de esa España y de ese Barça parece que han pasado una vida entera. Pero no han pasado ni cinco años en un caso y apenas unos meses en el otro. Las prisas del fútbol, ya se sabe...
A ras de yerba se compone de una serie de artículos periodísticos sin más hilo conductor que el propio curso de la actualidad futbolística del momento o los propios caprichos de su autor rememorando viejas gestas. Este hecho puede aparecer como un lastre de cara al disfrute del libro, reduciendo su valor a lo accidental, lo contingente, el chascarrillo trivial en el que la mayoría de las veces cae la actualidad futbolística. Sin embargo, el autor no cae en estos vicios. Y cuando lo hace, lo hace con gracia, con la socarronería autoconsciente del que resta hierro a su crítica mordaz. La mayoría de las veces el autor comienza con un tema para terminar en otro, como si se tratara de un mcguffin, con la diferencia de que motivo y pretexto son interesantes y muchas veces intercambiables el uno por el otro. Lo cual tiene mucho mérito porque una de las características de las columnas de opinión aquí presentadas es su brevedad. Los artículos se leen con una facilidad asombrosa, y cuando te quieres dar cuenta, has terminado uno y estás acabando el siguiente.
"De fama universal, inventado por un español, el futbolín muy pronto se convertirá en el juego de mesa más jugado del mundo. Su creador lo ideó en plena Guerra Civil con fines curativos. Nunca lo patentó. Para qué, si lo único que el hombre quería conseguir era que los niños mutilados por tamaña vergüenza no dejaran de jugar al fútbol. Cumplió su sueño, convirtiendo el futbolín en un invento de la memoria. En otra ocasión escribiré sobre Alejandro Finisterre, el hombre que ideó un juego de mesa tan perfecto que nunca podrá ser remplazado por el juego que le sirvió de modelo."
Otra de las características del libro es su humor agrio. El verbo grácil se da la mano, el brazo y el cuerpo entero con los modismos tabernarios y canallescos. Montero Glez recuerda a veces por el tono al Pérez Reverte articulista. Cierto es que la prosa de uno y otro destilan cualidades bien distintas, siendo la del madrileño más cachonda e irreverente. Ambos comparten el gusto por lo antiguo y lo políticamente incorrecto, pero a mi particularmente me hace más gracia Montero que Reverte. El segundo se toma demasiado en serio a sí mismo. Y acostumbra a mear fuera de tiesto más a menudo.
Precisamente en lo referente a lo políticamente incorrecto, este libro puede llegar a escocer a algunas sensibilidades, las cuales no tienen por qué circunscribirse a lo progre precisamente*. Mucho pitorreo con el mariconeo —aunque el autor se ponga ácido con lo gay, verdadero insulto para él— o con el puterío —la referencia la mujer brasileña como puta o futbolista se repite varias veces—. Y mucha seriedad, en según qué momentos, con la selección y con lo español. O más bien con España. Todo transmite cierta letanía casposa, un poco anticuada. No habla de toros en ningún momento, pero me puedo imaginar la opinión del autor al respecto. Es un libro sembrado por la incorrección política, sí, pero también por un desparpajo y una irreverencia que lo hacen irresistible. Cuando Montero Glez se sale del fútbol puedo disentir con él, pero lo hace con tal gracia, chispa, acidez y mala uva que es imposible enemistarse como lector con él. Simplemente, acabas pasándotelo bien.
Pero lo bueno viene cuando habla de fútbol, del que se piensa en mayúsculas pero acaba escribiéndose en minúsculas. De los Zizou, Ronaldinho, Leónidas da Silva, Raúl González, Maradona o Puskas y sus goles fastuosos. De grandes periodistas del balompié como el inefable José María García o el fantabuloso Héctor del Mar. De otros escritores con su misma pasión como Kapuscinski, Galeano o Vázquez Montalbán. Cuando nos habla del oficio de colegiado o del solitario puesto de portero. De muertes desgraciadas como las de Aitor Zabaleta o Antonio Puerta. De muertes agraciadas, como la del Chancho, el vil ejecutor de Víctor Jara en el estadio que hoy lleva su nombre. Del mundial de fútbol gay y de los vaqueros de 400 pavos diseñados por Victoria Beckham. Lo bueno viene cuando habla de estas y otras muchas otras cosas que constituyen la práctica totalidad del libro, en realidad. Todo él impregnado a ese aroma a coño, puro y brandy, como debe de ser.
Es mi primer acercamiento a la obra de Montero Glez, autor del que desconocía su existencia pero del que ya me he apuntado un par de obras suyas, de las cuales los entendidos parecen coincidir acerca de sus bondades. No dudo de ese juicio. Éste es un libro que levanta Montero Glez con su choteo y su habilidad para extraer del lector la sonrisa abierta. Y lo hace a pesar de Montero Glez muchas veces, lo cual tiene mucho mérito. Pero por encima de todo, es un libro que dibuja una imagen del fútbol, y sobre todo del fútbol español, parecida a un cortijo o un burdel, lleno de putas y puteros, sin caer en intrigas (demonizaciones las justas), y con el apasionamiento y la sonrisilla del que se sabe igual que los personajes que analiza.
"Aitor Zabaleta era del tipo bizcochón, cuentan los amigos. Un chavalote noble que disfrutaba como un niño cuando jugaba la Real, su equipo. (...) Sin embargo, hace ocho años que su voz no se escucha en las gradas. Al bueno de Aitor Zabaleta le arrancaron la vida a las puertas del Calderón, cuando entraba para ver jugar a la Real, su equipo. La puñalada fue mortal de necesidad según contaron los papeles. Al poco cogieron a su agresor. Según diagnóstico, pertenecía a la extrema derecha. (...) Con el cuerpo aún caliente y, por si quedaba alguna duda, saltó Arzalluz, igual que si fuese directivo de un equipo, cuestionado que si lo ocurrido en el Calderón sucediese en San Mamés qué pasaría. A nadie le sorprendió el discurso. Al igual que pasa con otros directivos, Arzalluz se ha caracterizado siempre por sacar balones fuera para luego meterlos en su propia puerta. Y mientras tanto, el agresor contrata a un abogado con la moral tan distraída que responde al nombre de Rodríguez Menéndez. No podía ser de otra manera y al tío le caen unos pocos años en el trullo. Pero el asunto no acaba aquí, ni mucho menos. Por si hubiera sido poco el excremento vertido sobre la memoria de Aitor Zabaleta ahora van y sueltan al criminal. Un permiso, dicen los papeles, un permiso por su buen comportamiento. Parece ser que el tío, como dispone de mucho tiempo libre en el caldero, se ha matriculado en no sé que cuantas asignaturas de sociología. Y aquí es donde voy a parar, pues de todos es sabido que la derecha es una enfermedad que se cura leyendo y más aún si es extrema. Por lo mismo, no es de recibo soltar a un paciente en pleno tratamiento. Deberían leer más estos jueces de hoy en día, que dan permiso al mismo que asestó una puñalada a Aitor Zabaleta allí donde más fácil lo tuvo: en el corazón."
* Odio el uso del término progre. Se ha venido usando como término despectivo para denotar esa falsa progresía de la que hacen gala muchos personajes influyentes en la sociedad, como dando a entender la impostura de los planteamientos defendidos: el actor de cine de sueldo multimillonario implicado en causas sociales, las medidas políticas de socialismo cosmético, el talante etc. Entiendo el término y su finalidad, pero no su origen. No entiendo el uso del término cuando viene desde los sectores reaccionarios de la sociedad, los sectores conservadores, las personas que a su vez son ellas también gatopardistas. No es éste el momento para desarrollar todas estas ideas. Me limitaré a decir que me parece una manera paradigmática de neolengua, ese concepto que creó Orwell y que tan fecundo es para todo aquel que presta atención minimamente al uso del lenguaje en los medios y la sociedad. Es Neolengua porque el término no consiste meramente en su uso como modismo sarcástico con el que azotar al rival político (y siempre el mismo, ya que no puede ser progre quien asume el papel de conservador, a pesar de que el resultado pueda ser el mismo), modismo que no es equitativo pero que puede resultar tolerable, sino que es a su vez una manera de desprestigiar el concepto del que surge. ¿O acaso no asistimos hoy en día a una devaluación del término "progresismo" en los medios de comunicación? Parece que diera vergüenza levantar la bandera del progresismo para defender las causas tradicionalmente asociadas a él, no vaya a ser que no tomen por el pito de un sereno al usar la palabra de marras. Si uso la palabra, es porque el propio Montero Glez la usa en el libro.
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