domingo, 28 de octubre de 2018

(2016) Fernando Aramburu - Patria

Terrorismo, ETA, víctimas


"Bittori, en el cementerio de Polloe, durante la ceremonia del sepelio, le susurró a Xabier una cosa que éste nunca ha olvidado. ¿Qué cosa? Pues que le parecía que, más que enterrar al Txato, lo estaban escondiendo."

El terrorismo no es una simple forma de violencia más. No lo es porque el uso de la fuerza no es un medio necesario de su ser. El terrorismo busca destruir al individuo, aniquilarlo aunque no lo mate, porque su objetivo último no es acabar con la vida de la persona, sino con la vida de las ideas. El terrorismo busca destruir a las ideas porque son éstas las que ejercen de resistencia a sus propósitos. El mayor miedo del terrorismo es la existencia de una comunidad de individuos donde éstos puedan intercambiarse libremente sus pensamientos, reflexiones y críticas. Y el terrorismo teme más que otra cosa que la encargada de hacer que las ideas sobrevivan o no sea la Razón. Porque al terrorismo le gustaría que imperasen sus propios designios y porque la Razón es libre y no se casa con nada ni nadie. Por ello, el terrorismo, antes que matar, coarta, inhibe, atemoriza y reprime. Porque no busca el diálogo, sino el silencio.

Y si algo sabemos los vascos, si algo conocemos bien, es el silencio. 75 años de silencio. 75 años de dictadura del pensamiento. Primero con Franco y después con ETA. 75 largos años de imposición de pensamiento único bajo la amenaza de la represión, el castigo y la muerte. Distintos métodos fueron usados y distintos colectivos fueron afectados en ese tiempo. Y aunque sería falaz establecer una suerte de simetría entre ambos terrorismos (la Historia siempre es más compleja), ambos fueron atravesados por la misma constante: el intento de aniquilación del pensamiento disidente.

Pero Franco murió en 1975. Y ETA ya no existe. Hace escasos días se cumplían siete años del anuncio del cese definitivo de la actividad armada de la banda terrorista. Y en marzo de 2017 anunciaron su disolución como organización. Una disolución con más de escenografía que otra cosa, porque la conquista de la sociedad vasca se produjo en 2011. Desde entonces, Euskadi es una sociedad que vive más tranquila, sin la losa encima de lo que a todas luces fue un error histórico. El fin del miedo y el terror lo han posibilitado. Y ese clima ha hecho posible la publicación del libro que hoy nos ocupa, Patria, de Fernando Aramburu.

Porque "Patria" es un libro que, ante todo, es hijo de su tiempo. Un tiempo de paz y tranquilidad, de diálogo y distensión. Porque este libro sería imposible concebirlo en los 90s o en los 80s. Haberlo publicado entonces habría significado exponerse al objetivo de ETA, y hoy Aramburu quizá no estaría entre nosotros. Y a un autor se le pueden pedir muchas cosas: que sea honesto, que trate de ser ecuánime, que sea crítico, que nos enseñe algo que no sabíamos o que nos emocione y nos sorprenda. Pero no podemos pedirle que sea un héroe. Porque el cementerio está lleno de ellos.

La obra de Aramburu narra la historia de dos familias en un pequeño pueblo innominado de la Guipúzcoa abertzale. Dos familias hermanadas por la amistad de dos mujeres, Bittori y Miren, a las que el terrorismo acabaría separando tras el asesinato del marido de la primera. El libro comienza con el anuncio del alto el fuego de ETA en 2011, momento en el que Bittori, tras años de exilio en San Sebastián, decide enfrentarse a su pasado y regresar a su pueblo. Allí rememorará tanto la felicidad anterior a la irrupción de ETA en su vida, como su duelo posterior. Y se enfrentará a las miradas de la gente y de su propia memoria.

La mayor virtud del libro reside en su crudeza, en la capacidad de Aramburu para presentarnos situaciones cotidianas infestadas por el virus del terror. Porque el libro no destaca ni por sus escenas violentas ni por el número de muertes o asesinatos. Más bien, es una crudeza taimada, invisible pero omnipresente, y ciertamente escurridiza, que atañe a la psicología de los personajes cuando a estos se les presentan determinadas situaciones. Es la incertidumbre constante y la inseguridad latente de aquellos que no pueden realizar su vida libremente. Es la crudeza del terror que logra condicionar la vida hasta en sus aspectos más triviales, aniquilando toda libertad por el camino.

Pero el libro va más allá de eso. Es un retrato caleidoscópico de la sociedad vasca en un periodo histórico muy concreto. Un periodo donde la libertad de pensamiento no era posible en ciertos pueblos de la geografía vasca y donde lo que definía la bondad o la maldad de las personas eran las ideas que profesasen en vez de sus actos. Aramburu pone sobre el alcance de nuestra mirada diversos estamentos que posibilitaron ese estado de cosas: desde la Iglesia hasta la lucha obrera y sindical. Y aunque no todas sus críticas se nos puedan antojar justas, si al menos el retrato tiene cierta pretensión de completitud. Porque ver integradas en su relato la vascofobia de las hinchadas de los equipos de fútbol o la asunción de la realidad que supuso la guerra sucia dotan al libro de una ecuanimidad que lo engrandece.

Además, dos son los aciertos de "Patria" que contribuyen a que la balanza se decante del lado del escritor donostiarra. El primero de ellos descansa en la habilidad de su autor para llevarnos de aquí para allá en cada capítulo. Aramburu configura una arquitectura narrativa con constantes referencias de ida y vuelta a ese pasado oscuro y ocultado, donde el pasado ilumina al presente pero el presente también ilumina al pasado. Y todo ello a través de una narración atomizada, fragmentada, donde cada episodio narrativo se justifica a sí mismo y se presenta en forma de pequeña píldora que contribuye, como piezas de un puzzle, a desentrañar la imagen de conjunto. Un planteamiento sin lugar a dudas atractivo.

El segundo atañe a las habilidades literarias de Aramburu, y a su capacidad de atrapar, de alguna forma, el espíritu de los vascos a través del habla de sus protagonistas. El libro está muy bien escrito en ese sentido, con múltiples giros idiomáticos locales usados por los personajes a lo largo de la novela. Y formalmente, resulta atractivo la integración de soliloquios o expresiones en primera persona dentro de una narración en tercera persona, reduciendo con ese recurso la distancia entre personaje y lector.

No obstante, no todo en Patria es elogiable. Si bien la mayoría de personajes gozan de gran complejidad, y Aramburu les ha dotado de una ambivalencia muy humana, esto no termina de reflejarse en todos y cada uno de los múltiples protagonistas de la historia. Hay personajes que se antojan irrelevantes hasta que en determinado momento empiezan a cobrar importancia de una manera un tanto forzada, a pesar de haber estado siempre ahí. Y también hay personajes planos, cuya maldad en un caso, e indolencia en otro, parecen tener tintes metafísicos de lo omnipresentes que son a lo largo de la historia. Y no menos cierto es que una de las dos familias recibe un tratamiento más pormenorizado que la otra, generando cierta asimetría en el relato.

Pero a pesar de todos estos pequeños defectos, "Patria" es un libro impactante. Aramburu ha logrado lo que debe ser el objetivo de todo escritor: zarandear al lector hasta conmoverlo y hacerle partícipe de la tragedia que viven sus personajes. Todo ello sin sacrificar ni la honestidad ni la ecuanimidad por el camino. Por lo que puede decirse que Aramburu ha escrito, al menos de momento, la gran novela sobre lo que supuso ETA. Aunque creo, también, que la gran novela sobre ETA aún no se ha escrito. Más y mejores llegarán en el futuro. No me cabe duda de ello.


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