lunes, 15 de diciembre de 2014

(1955) Stanisław Lem - El hospital de la transfiguración


El hospital de la transfiguración


"Pero cuénteme, cuénteme, doctor, le estoy escuchando. Usted es quien anda buscando algo y ha ido a caer en el lugar perfecto. Los manicomios siempre han destilado el espíritu de la época. Todas las deformaciones, las jorobas psíquicas y las excentricidades están tan diluidas en la sociedad que resulta difícil percibirlas, pero aquí, concentradas, revelan claramente el rostro de los tiempos que vivimos. Los manicomios son los museos de las almas..."

Puede que sea una percepción motivada por la imagen transmitida en algunas películas y libros, pero los hospitales psiquiátricos siempre me han parecido lugares fascinantes, lugares gobernados por una subyugante sensación de irrealidad, casi siempre tétrica y lúgubre. Los manicomios simbolizan el reino de lo desconocido, pero no en tanto que portadores de un misterio, sino en tanto que espacios constituidos por el misterio. El misterio de la sin razón que es a su vez el de los confines del entendimiento. En cierta forma son lugares antinaturales en tanto que pretenden enclaustrar lo que por definición es inasible. Uno puede dar con un conjunto de reglas que describan un fenómeno, y con ello gobernarlo, manipularlo, dominarlo y hasta modificarlo. Pero no puede pretender legislar acerca de aquello que no admite reglas. La locura como caos incontrolable. En cierto modo, ello convertiría a los hospitales psiquiátricos en metonimias arquitectónicas de toda paradoja. Pero sé que esto no es así. Cuando hablo de la locura en estos términos, hablo de una locura metafísica y, por tanto, irreal. Hablo de la vara de medir las distintas locuras. Y las distintas locuras efectivas son las que sí se pueden legislar y, con ello, describir y manipular. Los manicomios del mundo real son, simplemente, lugares que con arreglo a un conjunto de reglas, pretenden controlar las consecuencias no deseadas de determinados comportamientos que responden a desórdenes tipificados. Los hospitales psiquiátricos, por ello, no son seguramente lugares tan fascinantes como yo me los imagino. O por lo menos puede que no lo sean actualmente.

Nuestra comprensión de la mente aún deja bastante que desear. Sabemos muy poco acerca de cuáles son los procesos efectivos que se dan lugar en el cerebro y que dan lugar a todo aquello que denominamos pensamientos, emociones, sentimientos, etc. Ni siquiera estamos de acuerdo en qué tipo de lenguaje emplear para describir esos procesos. Por ejemplo, la sensación de dolor. Sabemos que siempre que alguien siente dolor, se da una estimulación de las fibras c en su organismo. Es parte de la fisiología del dolor. Ahora bien, ¿la neurofisiología del dolor agota el significado del dolor? En tal caso, podría establecerse una medida objetiva del dolor, digamos, con base en la intensidad de la carga eléctrica soportada por las fibras c. Ahora bien, pareciera que algo fundamental en la lógica interna del dolor fuese el hecho de ser "experiencia de dolor". Puede que la estimulación de las fibras c sea condición necesaria del dolor, pero no suficiente. Puede que además sea necesario el hecho de percibir tal estimulación como algo indeseable y no placentero. La sensación, el fenómeno interno. Pero de ser así, admitiríamos que el dolor es la estimulación de las fibras c además de su percepción. En el primer caso, describiríamos el hecho en términos de un lenguaje fisiológico (la mera estimulación de las fibras c) pero en el segundo caso abriríamos la puerta al lenguaje mentalista.

Pero a pesar de que nuestra comprensión de la mente sea actualmente un poco chapucera, los hospitales psiquiátricos no son por ello instituciones que jueguen a los dados. Gracias al desarrollo de la psicología, la química y la farmacología, las condiciones de los enfermos mentales han mejorado notablemente y, con ello, el aura lúgubre de estas instituciones ha desaparecido en su práctica totalidad. Pero esto no ha sido siempre así y no hace falta remontarse mucho para verlo. Las terapias a base de trepanaciones y electroshocks están a unas pocas décadas de distancia. Por tanto, los hospitales psiquiátricos como representaciones de lo metafísicamente incontrolable están a la vuelta de la esquina de la historia. Precisamente es a un lugar así a donde nos transporta Stanisław Lem en El hospital de la transfiguración, a un manicomio en la Polonia de la ocupación nazi.

"La escritura es una maldita obligación. Aquel que asiste a la agonía de la persona más querida y, sin querer, intenta atrapar hasta el último detalle de su convulsión es un verdadero escritor. El filisteo enseguida grita: «¡Ruin!». No es ninguna vileza, señor mío, sino un auténtico suplicio. No es una profesión: uno no elige ser poeta como quien elige ser oficinista. Tan solo aquellos escritores que no escriben nada pueden vivir tranquilos. Y desde luego que los hay. Nadan en un océano de posibilidades, ¿me comprende? Para expresar una idea, primero hay que limitarla, es decir, matarla. Cada palabra que escojo me prohíbe el paso a otras distintas, cada estrofa levanta una montaña de renuncias. Y siento la necesidad de construirme un mundo seguro, artificioso sin duda. Al ver caer trozos de estuco, siento que detrás de esos fragmentos dorados se abre un abismo inefable: sin duda alguna, ahí está, pero todos los intentos por alcanzarlo cavando terminan en fracaso."

A Lem se le conoce por sus obras de ciencia ficción. Aquí hemos reseñado Solaris y La voz de su amo. Por su uso superlativo del lenguaje y por su profundidad a la hora de abordar cada una de las cuestiones que trata en sus libros, es uno de los referentes absolutos de la ciencia ficción. Pero también por su habilidad para trascender las fronteras del género y haberse sabido fabricar su propio nicho literario, su propio imaginario, a mitad de camino entre la ciencia, la especulación filosófica, la psicología y la sátira. Por ello puede chocar en una primera toma de contacto que su primera novela publicada, El hospital de la transfiguración, no haga uso de las que a posteriori serían sus temáticas recurrentes. Aunque para los que estamos familiarizados con sus libros sabemos que Lem podría haber hecho el tipo de literatura que hubiese querido hacer, que el hecho de apelar a la ciencia ficción como categoría para subsumir sus libros no es más que una convención simplificadora que facilita el abordaje de su obra.

El hospital de la transfiguración nos cuenta la historia de Stefan Trzyniecki a partir de la visita al pueblo donde se crió. Acude allí para asistir al funeral de uno de sus tíos. Stefan, que es médico, recibe la visita en el pueblo de un viejo amigo de la época de la facultad, Staszek. Éste le propone que le acompañe al sanatorio donde trabaja y que se quede a trabajar allí si así lo desea. Al principio Stefan es reacio. Pero un cúmulo de vicisitudes, junto al hecho de que se encuentre sin empleo, hacen que finalmente acompañe a su amigo. Una vez allí, le dominará en un primer momento el desasosiego respecto al ambiente, los médicos y los pacientes. Pero no tardará en familiarizarse y aceptar el desafío que supone el puesto.

Una de las virtudes del libro es la ambientación. El sanatorio se encuentra en mitad de un bosque, a varios kilómetros de la civilización. Y la civilización ha sido abolida: los nazis han llegado y han arramplado con todo y con todos. El sanatorio es una especie de oasis dentro del páramo yermo que supone la germanización forzada a la que se somete a Polonia. Un canto agónico de libertad. Repito: el sanatorio. Un manicomio como figura de la libertad. Original y brillante.

El principal atractivo del libro es el proceso por el cual el protagonista va conociendo a los distintos personajes, médicos y pacientes, todos ellos con sus propias rarezas, desdibujando Lem muy acertadamente la línea divisoria entre la cordura y la locura. Esto puede sonar manido y en cierto modo predecible. Pero en el proceso Lem trasvasa al lector sensaciones que van desde la estupefacción y el temor hasta la curiosidad o el sentido de lo entrañable, haciendo mutar a la novela constantemente. Por momentos el libro parece beber de las convenciones de la novela gótica. En ocasiones es pura novela de formación. Otras veces simplemente es el relato de un joven médico adentrándose en los territorios vírgenes de una disciplina nueva. En este sentido, resulta muy interesante la visión que se obtiene de la psiquiatría de los años 40. Una disciplina aún en pañales que funcionaba a golpe de electroshocks, trepanaciones de carácter experimental y drogas de efectos poco finos.

"¿Místico yo? ¿Quién le habrá dicho eso? En este país basta con alguien que publique cuatro veces y le cuelgan una etiqueta que se convierte casi en su epitafio; «un lírico sutil», «un estilista», «vitalista». Los críticos, a quienes he tachado a veces de cretinos porque actúan como si fueran los médicos de la literatura pues, al igual que los médicos, se dedican a hacer falsos diagnósticos y, al igual que los médicos también, saben cómo debería ser esto y lo otro pero son incapaces de echar una mano; los críticos, decía, han hecho de mí un místico a la fuerza. ¿Pero quienes son ellos? Chinches, sinvergüenzas, unos auténticos zoquetes. Así que hay que añadir una rareza más a la colección: a pesar de que poseen un cerebro exactamente igual al mío, solo son capaces de pensar con los intestinos."

Sin duda, uno de los personajes más llamativos del libro es Sekulowski. Es la mosca cojonera del manicomio. Pero no en el sentido libertario de un Randle McMurphy. Seculowski es poeta y erudito y todo el tiempo intenta demostrar su superioridad intelectual ante el resto, que naturalmente son los propios doctores. Si bien es cierto que si no le provocan no ladra, no desaprovecha ninguna oportunidad. Inteligente pero extravagante hasta el límite de lo absurdo, se considera a sí mismo un genio, mientras que el resto serán simples detritos. A pesar de todo, cae simpático. Hace despertar al protagonista, que a su vez lo toma como confidente invirtiendo los roles en juego, del realismo ingenuo y hará que cambie dicha creencia por un perspectivismo bastante sano y tolerante. Es cierto que Lem se sirve de él para masticarle al lector las ideas que desea transmitir. Pero hay que decir que lo hace con tal elocuencia que uno solo puede hacer la vista gorda ante ese hecho. O, en el lenguaje de Sekulowski, aflojar los intestinos.

Es en el último tercio del libro cuando cobra fuerza el motivo de la invasión nazi, y cuando adquiere cierta consistencia la novela, que hasta el momento se había movido en el terreno de lo consuetudinario, pero también de lo indefinido. La brutalidad y la banalidad de la violencia entran en escena. Y también la higienización. Lem establece una comparación muy lúcida entre la barbarie del mundo exterior y el relativamente armonioso microcosmos del manicomio, a pesar de todas sus locuras.

El desenlace es implacable y plantea el tema de la identidad a todos los niveles. Al comienzo de la novela el foco habían sido las reflexiones lúgubres acerca del destino de la patria. Pero es al final cuando esas reflexiones compelen al personaje a hacer suyas sus conclusiones escépticas. Es un desenlace abrupto, duro, horrible pero hermoso y deja al lector en estado de estupefacción.

No hay que olvidar que estamos ante la primera novela seria del autor —anteriormente había publicado El hombre de Marte (1946), una novela corta publicada por entregas en una revista literaria de la que renegaría por su carácter utópico—. Una novela acabada en 1948 pero que tuvo que ser varias veces modificadas debido a la censura comunista y que no llegaría a publicarse hasta 1955. Lem demuestra por qué es uno de los escritores más grandes del siglo con esta novela. Primero traslada al lector a un territorio hostil, a un yermo desolado. Luego lo convence de que hay esperanza allí donde a priori solo puede haber un abismo infinito. Finalmente, y cuando la función está a punto de acabar, enciende las luces, disolviendo la ilusión y arrojando a sus personajes por el precipicio. Y sin embargo, aunque la caída no parece tener fin, el desenlace no es del todo amargo. El pesimismo que segrega la novela solo es comparable a la habilidad de Lem para hallar superficies refractarias allí donde parece que toda luz va a ser devorada.

"Aún así, continuó en sus cavilaciones, como dejándose llevar: las ideas poco a poco comenzaron a desplegarse por sí solas, autónomas, ante sus ojos de mero observador. Y se dejó invadir por ese agradable cansancio que anuncia el sueño. Entonces recordó la fosa común del cementerio. La muerte de la patria vencida no era más que una simple metáfora, pero aquella pequeña tumba militar no; y qué podía hacer uno ante ella que no fuera quedarse de pie, callado, con el corazón roto por un sentimiento agridulce de comunión que trascendía la vida y la muerte de cada hombre haciendo latir su corazón."

Calificación:


2 comentarios :

  1. Comencé a leer esta reseña de forma normal, para poco después querer taparme un ojo, y luego mirar solo con el rabillo y de soslayo. Estoy de broma, claro, pero a lo que voy es que la has vendido tan bien que ésta me la leo sí o sí. A la lista va. A mi también me fascina la ambientación de los hospitales psiquiátricos, y estando Lem de por medio... Solo he leído una novela suya hasta ahora, 'Solaris', pero por muy diferente que sea a esta, para mi ya es una garantía añadida :D

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro de que te haya resultado interesante y te haya metido las ganas de hincarle el diente. Si te soy sincero, había pensado recomendártela por Goodreads, pero luego cambié de opinión por aquello de no ser invasivo y de que, conociéndote, tampoco haces demasiado caso a esas cosas. Además, por ahí un pajarito me ha dicho que tiene bastantes cosas en común con "La Montaña Mágica" de Mann, y ese es un libro del que hemos hablado bastante a pesar de que ambos lo tenemos pendiente. En fin, supongo que lo ideal sería empezar por el de Mann, por aquello de ser anterior. Pero oye, en "La Montaña mágica" caben 4 o 5 hospitales de la transfiguración. Se que es un argumento un poco mierdoso para decantar la balanza, pero ya tenemos una edad en la que es mejor dejar los escrúpulos a un lado xD

      Eliminar

Licencia de Creative Commons
Conclusión Irrelevante by Jose Gaona is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
Puede hallar permisos más allá de los concedidos con esta licencia en http://conclusionirrelevante.blogspot.com.es/p/licencia.html