Corría la primavera de 1996 y la prestigiosa revista académica Social Text —especializada en teoría crítica sobre el feminismo, el marxismo, el neo-liberalismo, el post-colonialismo y otros temas de estudios sociales y culturales, con el posmodernismo como denominador común— publicaba el artículo Trangredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica, que pretendía sentar las bases para una ciencia posmoderna que fuera emancipadora y reconociese los derechos de las minorías. Sin embargo, bajo ese rimbombante título, se escondía una elaborada parodia que ponía en solfa los estándares intelectuales y académicos de las publicaciones posmodernas. En efecto, dicho artículo consistía en una sucesión de citas de los más afamados personajes de la intelectualidad postestructuralista francófona, con Jacques Lacan o Luce Irigaray a la cabeza, entre otros. También incluía aquello que debería contar como ciencia posmoderna, que incluía referencias vagas y confusas a ámbitos como la teoría del caos, la geometría fractal, la teoría de la relatividad, la teoría de conjuntos o la mecánica cuántica, así como de otras ramas de la matemática y la física, sin explicar adecuada y debidamente la justificación y pertinencia de la referencia a esas disciplinas, dejando ese peso a un aparato crítico —de citas a otros autores y referencias bibliográficas— verdaderamente abrumador. También se hacía referencia a ramas de la ciencia como la "lógica multidimensional"; rama de la ciencia verdaderamente potente desde el punto de vista de las evocaciones que genera y cuyo único defecto es su efectiva inexistencia. Cuando unos meses más tarde el autor del artículo, Alan Sokal —profesor de física y matemática en varias universidades de prestigio— publicó una carta abierta en la que explicaba que Transgredir las fronteras se trataba de una inconexa mezcla de referencias, adulaciones y sinsentidos, explicitando el escaso control académico que una publicación de referencia como Social Text ejercía sobre el material que decidía publicar, sus críticos se le echaron encima. Imposturas Intelectuales, publicado un año más tarde, y en colaboración con el también físico Jean Bricmont, supone una respuesta a sus críticos así como un desarrollo en profundidad de su pensamiento en torno a temas tales como el posmodernismo, el estatuto de la verdad científica o el relativismo.
En Imposturas Intelectuales, Sokal y Bricmont se ponen como objetivo desenmascarar a muchos de los intelectuales que, en un abuso de la confianza del lector, usan y abusan de terminología científica sin explicar ni justificar la pertinencia de la misma de cara a sus objetos de estudio que, precisamente, no se circunscriben a las áreas de donde extraen dicha terminología. La mayoría de los autores que están citados en el famoso Transgredir las fronteras, están analizados en los errores y confusiones de sus planteamientos. Así, se debate y analiza el uso de la topología en Jacques Lacan —el psicoanalista más respetado desde Freud, al menos en ciertos sectores del psicoanálisis—, el de la teoría de conjuntos en Julia Kristeva —cuyo objetivo declarado en sus primeros escritos era "la elaboración de una teoría formal del lenguaje poético. Sin embargo, este objetivo es ambiguo, porque, por una parte, la autora afirma que el lenguaje poético es «un sistema formal cuya teorización se puede fundamentar en la teoría matemática de conjuntos», y por otra, hace constar a pie de página que esto es «sólo metafórico»"—, el de las confusiones de Bruno Latour al analizar la teoría de la relatividad o el uso de ciertas nociones del cálculo integral y de la lógica simbólica en Luce Irigaray, solo por poner unos ejemplos entre los que también se incluyen los de Henri Bergson, los espacios no-euclidianos en Baudrillard, las confusiones entre velocidad y aceleración en Virilio o, directamente, la droga dura que es Gilles Deleuze en sí mismo.
Muchos de los críticos de Sokal y Bricmont adujeron que los fragmentos de los pensadores anteriormente citados estaban sacados de contexto y que, en muchas ocasiones, Sokal y Bricmont desconocían manifiestamente el núcleo del pensamiento de esos autores. La segunda parte tiene parte de razón. A pesar de que el texto se centra en las meteduras de pata de esos pensadores cuando transitan el terreno de la ciencia, y que las explicaciones de por qué esas excursiones son inatinentes, haciendo mucha y muy buena pedagogía y divulgación científica, no ocurre otro tanto con el contexto del pensamiento de los autores citados. De hecho, el lector neófito puede terminar por ver por qué de ninguna de las maneras la física de los fluidos o la de los estados sólidos no tiene ninguna referencia con el feminismo, sin llegar a entender ninguna de las argumentaciones, ni el contexto en el que se desarrolla ese pensamiento. Y quien habla de feminismo, habla de psicoanálisis, lingüística, etc. También se dijo que Sokal y Bricmont entendían los fragmentos analizados en sentido literal, aunque esto, de hecho, no sea cierto. En la mayoría de las veces no está claro que los autores analizados usen los términos científicos en sentido literal o metafórico o como licencia poética. Pero cuando está claro que el uso ha sido metafórico, Sokal y Bricmont aciertan al aducir que no tiene demasiado sentido utilizar una metáfora con propósitos explicativos cuando lo metaforizado está más claro para los autores en cuestión que la propia metáfora. A fin de cuentas, en el fenómeno de la metáfora siempre se intenta aclarar algo que no se entiende a la luz analógica de otra cosa que sí se entiende o que, al menos, su comprensión resulta más intuitiva. No obstante, existen casos en los que los autores usan los conceptos literalmente. Y para muestra, un extracto del debate que siguió a una conferencia en la John Hopkins, con Lacan como protagonista:
"Harry Woolf: ¿Puedo imaginar si esa aritmética fundamental y esa topología no son, en sí mismas, un mito o simplemente, en el mejor de los casos, una analogía para explicar la vida de la mente?
Jacques Lacan: ¿Analogía de qué? «S» designa algo que puede ser escrito exactamente como S. Y he dicho que la «S» que designa al sujeto es instrumento, materia, para simbolizar pérdida. Una pérdida que tú experimentas como sujeto (y yo también). En otras palabras, ese hiato que existe entre una cosa que tiene unos significados marcados y esta otra cosa que es mi discurso real, el que intento colocar en el lugar en el que estáis, vosotros no como otros sujetos, sino como personas que sois capaces de comprenderme. ¿Dónde está lo análogo? Esa pérdida existe o no existe. Si existe, sólo es posible designarla mediante un sistema de símbolos. En todo caso, la pérdida no existe antes de que esta simbolización indique su ubicación. Esto no es una analogía. Es realmente, en alguna parte de las realidades, esta especie de toro. Este toro existe en realidad y constituye exactamente la estructura del neurótico. No se trata de un análogo; tampoco es una abstracción, pues una abstracción es una especie de reducción de la realidad, y yo pienso que es la mismísima realidad".
A pesar de que en general la logorrea de los autores analizados resulta divertida y cómica por momentos, hay veces que uno tiene ganas de pegarse un tiro. Y en ese sentido es ineludible no mirar a Deleuze y Guattari. De todas formas, si este libro constituyese solamente una compilación de análisis cuidadosos sobre las barrabasadas de ciertos autores en materia científica, por mucho que esos autores sean auténticas eminencias en sus disciplinas, Imposturas no dejaría de ser una curiosa anécdota. Sin embargo, el objeto del libro es mucho más ambicioso.
"Un segundo blanco de ataque de nuestro libro es el relativismo epistémico, a saber, la idea —que, al menos cuando se expresa abiertamente, está mucho más extendida en el mundo de habla inglesa que en Francia— según la cual la ciencia moderna no es más que un «mito», una «narración» o una «construcción social» entre otras muchas. (...) Este libro, por tanto, está constituido por dos obras distintas (aunque relacionadas) reunidas bajo una misma cubierta. En primer lugar está la recopilación de abusos más extremados, descubiertos, de una manera un tanto azarosa, por Sokal: son las «imposturas» de nuestro título. En segundo lugar, está nuestra crítica del relativismo epistémico y de las erróneas concepciones sobre la ciencia posmoderna; estos otros análisis son considerablemente más sutiles. El nexo entre esas dos críticas es principalmente sociológico: los autores franceses de las «imposturas» están de moda en muchos de aquellos mismos círculos académicos de habla inglesa en donde el relativismno epistémico es moneda corriente."
Desde el punto de vista de la segunda clase de análisis, Sokal y Bricmont harán un breve repaso a la epistemología de Popper hasta nuestros días. Este repaso, si bien centrado en las críticas hacia las tendencias antifundacionistas (esto es, aquellas tendencias filosóficas que pretenden demoler todo fundamento para el conocimiento humano) bien podría formar como capítulo introductorio en cualquier curso sobre filosofía de la ciencia. Popper, Kuhn, Feyerabend o el Programa Fuerte en sociología de la ciencia son el foco del análisis debido a que, de un modo u otro, al abrazar tesis escépticas más o menos radicales, terminan por abrazar el relativismo tout court que, a su vez, será la moneda corriente en el posmodernismo filosófico. Si bien se trata de un capítulo denso, es probablemente el más agradecido por los frutos que desde el punto de vista filosófico permite recoger.
El físico, ensayista y novelista C.P. Snow, en una conferencia en la universidad de Cambridge en 1959, ponía sobre el tapete de discusión el problema de las dos culturas:
"He estado presente un buen puñado de veces en reuniones de personas que, según los criterios de la cultura tradicional, se consideran exquisitamente educadas y que han expresado con considerable gusto su sorpresa por la falta de cultura de los científicos. En una o dos ocasiones me he sentido provocado y he preguntado a los circunstantes cuántos de ellos serían capaces de enunciar la segunda ley de la termodinámica. La respuesta era fría: también negativa. Y, sin embargo, yo no había hecho más que preguntar algo así como el equivalente científico de: ¿Ha leído usted alguna obra de Shakespeare?
Creo ahora que, si hubiera preguntado algo todavía más simple, como: ¿Qué entiende usted por masa, o por aceleración?, que es el equivalente científico de ¿sabe usted leer?, sólo uno de cada diez de los mejor educados habría tenido la impresión de que yo estaba hablando la misma lengua. Así se levanta el magno edificio de la física moderna, mientras la mayoría de la gente más inteligente del mundo occidental tiene de él tanto conocimiento como el que habrían tenido sus antepasados neolíticos."
Sokal y Bricmont no quieren entrar en esa guerra de las dos culturas. En el epílogo del libro intentan sentar las bases por un verdadero diálogo entre ambas esferas; diálogo que permita hacer una evaluación de los peligros de la nueva tecnología, del análisis epistemológico de las distintas ramas de la ciencia o de la evaluación ética de determinados campos de investigación empírica. Pero siempre a condición de que se sepa de qué se habla, de que se tenga presente que no todo lo oscuro es necesariamente profundo, de que la ciencia no es un texto, de que las ciencias sociales no deberían copiar milimétricamente a las ciencias naturales, de que se desconfíe del argumento de autoridad, de que no se confunda el escepticismo específico del radical y de que no se use la ambigüedad como subterfugio. Asimismo, los dos físicos apuntan algunas posibles causas para que se haya llegado al estado actual de cosas en los estudios sociales y culturales con referencia a la ciencia. Una de ellas es el olvido de lo empírico, directamente conectado con la prevalencia del texto en esas tradiciones. Otra, paradójicamente, es el cientificismo en ciencias sociales, pues, a pesar de que se asume como divisa el relativismo, lo que se relativiza es el discurso ajeno, en este caso científico-natural, y no el propio, desde el cual se disparan esos asertos relativizantes, como cuando la sociología de la ciencia parece poner de manifiesto la nula prevalencia de los factores epistémicos en la práctica científica, excluyéndose a sí misma de dicha imputación, so pena de no caer en auto-contradicción. Otra causa apunta hacia la formación filosófica y literaria tradicional, tan anémica de contenido científico-natural, punto con el que CP Snow, desgraciadamente, aún hoy seguiría estando de acuerdo de estar vivo.
Cuando leí este libro por primera vez, hará unos 6 o 7 años, me produjo una honda impresión. Hoy, después de habérmelo releído por segunda vez, esa impresión sigue igual de fuerte, aunque el epicentro de la misma haya variado de lugar. Si en aquella primera lectura los aspectos epistemológicos del libro, así como los propios análisis de las vulgares demostraciones de burricie de los autores expuestos fueron lo que más me llamo la atención, hoy son las implicaciones políticas del posmodernismo y del relativismo lo que más me ha hecho pensar.
El posmodernismo, dentro de la esfera de los estudios sociales y culturales en el seno de la academia norteamericana, se sitúa en la izquierda radical dentro del espectro político. Sus reivindicaciones en torno a los derechos de los gays y lesbianas, del feminismo, de las corrientes socialistas de nuevo cuño y, en general, de todas aquellas reivindicaciones que atañen a la efectiva implantación de los derechos civiles para todos los colectivos, así como de la implantación de una verdadera justicia que permita la efectiva igualdad de posibilidades para todo el mundo, constituyen los leitmotivs con los que cualquier persona de talante progresista y racionalista no puede sino compartir en lo más profundo de su ser. Sin embargo, el constante recurso a la relativización de la verdad a contextos marginales e inconmensurables entre sí, el olvido de los hechos y el ensimismamiento endogámico en el seno de cada disciplina me hacen pensar, con Sokal y Bricmont, que la moda del posmodernismo, lejos de llevar el agua al molino del progreso, lo obstaculiza y trabaja en contra de sus propios fines.
"¿Qué vendrá después del posmodernismo? Dado que la principal lección que debemos aprender del pasado es que resulta muy arriesgado predecir el futuro, lo único que podemos hacer es enumerar nuestros temores y nuestras esperanzas. Una posibilidad es que haya una reacción que nos lleve a alguna forma de dogmatismo, misticismo (por ejemplo, tipo New Age) o integrismo religioso. Esto puede parecer poco probable, al menos en círculos académicos, pero la abdicación de la razón ha sido lo bastante radical como para allanar el camino a formas aún más extremas de irracionalismo. De ser así, la vida intelectual iría de mal a peor. Una segunda posibilidad es que los intelectuales se vuelvan reacios (al menos durante una o dos décadas) a emprender cualquier crítica a fondo del orden social existente y se conviertan en sus serviles abogados —como algunos antiguos intelectuales franceses de izquierdas hicieron después de 1968— o renuncien por completo al compromiso político. Nuestras esperanzas, sin embargo, van en otra dirección, a saber: la aparición de una cultura intelectual racionalista pero no dogmática, con mentalidad científica pero no cientificista, amplia de miras pero no frívola, políticamente progresista pero no sectaria. Pero esto, por supuesto, es sólo una esperanza y, quizá, sólo un sueño."
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