(Reseña publicada originalmente en Goodreads el 29 de septiembre de 2014)
David Byrne nos presenta en "Cómo funciona la música" una imagen fresca, curiosa e iconoclasta de los distintos aspectos que configuran el hecho musical. En cierto sentido, este libro es un retrato cubista en pequeñito del propio Byrne. Y es que el otrora líder de los Talking Heads y eterno colaborador en multitud de proyectos (alguien una vez dijo de él que sería capaz de establecer una colaboración a cambio de una bolsa de doritos) siempre ha sido un culo inquieto.
Debo reconocer un cosa: no sabía quién era David Byrne antes de empezar este libro. Mis gustos musicales tienden hacia las vertientes más extremistas, cafres y, por qué no decirlo, a menudo gorrinas del espectro musical. En cambio, todos esos grupos ubicados en la delgada línea que separa el rock del pop siempre me han parecido bastante anodinos, carentes de interés. Como un bocadillo de lechuga o una mermelada de algas. Pero he hecho los deberes, al menos en lo referente a los 'Heads, y debo reconocer que, al menos con ellos, las melodías y los timbres de voz empalagosos se dan la mano con estructuras musicales sugestivas, atrayentes, vanguardistas y a menudo excitantes. Al menos en "Remain in Light", verdadero clásico de la música hipnótica y extática.
"Cómo funciona la música" consta de diez ensayos que pueden leerse en cualquier tipo de orden pues son autónomos y tratan de un aspecto de la música diferente cada vez -aunque el orden establecido por Byrne y sus editores esté escogido con acierto-. Los ensayos, a su vez, pueden agruparse en dos conjuntos: los que se sirven de la experiencia autobiográfica para tratar un tema y los que se emancipan de la historia vital del personaje para tratar un tema, generalmente de raigambre filosófica (aunque no necesariamente).
Debo decir que el segundo tipo de ensayos me ha resultado más interesante que el primero, posiblemente debido sobre todo a que no conocía la trayectoria de Byrne ni la de Talking Heads. No quiero decir con ello que los capítulos autobiográficos sean malos, en absoluto (por mucho que leer detalladas y razonadas descripciones de las elecciones de vestuario para cada una de las giras no pase por ser uno de mis pasatiempos preferidos...). Una de las virtudes de Byrne como escritor es la habilidad para extraer reflexiones interesantes de cualquier parte de su entorno. Como cuando va a Japón y tras contemplar su teatro tradicional (Kabuki, bunraku, etc) percibe una analogía antropológica fundamental entre el modo de actuar del teatro japonés y el del concierto de rock occidental. Por otro lado, hablamos de una figura que contribuyó a dar forma a una de las escenas más carismáticas de la historia de la música reciente: el Nueva York de mediados de los 70, lugar de encuentro de los Ramones, Patti Smith, Blondie, los propios Talking Heads, Television, etc. El relato del surgimiento de esa escena, que giraba en torno al mítico CBGB, en un entorno decadente, sórdido y suburbial, es realmente memorable. (Hoy en día la gentrificación urbanística también ha llegado a esa zona, ventilando de un plumazo aquella atmósfera.) Su trayectoria en el estudio, tanto con su grupo madre como en solitario o con sus numerosas colaboraciones también son dignas de interés, pero en general he sentido que esos capítulos se disfrutarían más siendo fan de su música.
No pasa nada, de pasar, porque el segundo grupo de ensayos valen su peso en oro. El capítulo destinado a relatar los entresijos del mercado musical, con los distintos tipos de contrato posibles entre discográfica y autor podría muy perfectamente formar parte de cualquier escuela de negocios. O los dos capítulos destinados a trazar una historia de las distintas tecnologías de grabación y reproducción de música, desde el primigenio fonógrafo hasta el moderno mp3, con todas y cada una de las implicaciones desde el punto de vista compositivo, creativo, sociológico y político. Byrne ameniza sus relatos con numerosas anécdotas que a buen seguro serán desconocidas al lector: a) La duración del cd estuvo basada en un capricho del presidente de Sony, el cual quería ver íntegramente reflejado en aquel formato la novena sinfonía de Beethoven, y la grabación más larga de la que se tenía constancia de aquella duraba 74 minutos... b) Antes del advenimiento de la grabación, añadirle vibrato a una nota se consideraba cursi y chabacano, estaba universalmente mal visto, pero empezó a usarse como recurso para tapar las irregularidades de tono que enturbiaban una grabación... c) El experimento de John Cage, conocido por el ruido y el caos de sus composiciones, en una de las cámaras insonorizadas con placas anecoicas de la Bell Labs, un espacio acústicamente muerto, con la que pretendía percibir el auténtico silencio y lo que acabó por percibir fueron ruidos sordos, zumbidos y silbidos agudos que correspondían respectivamente a los latidos de su corazón, el sonido de su sangre fluyendo y su propio sistema nervioso... y así hasta completar unos cuantos alfabetos.
Los mejores capítulos son sin duda en los que Byrne se pone filósofo y pretende refutar la concepción romántica de la creación musical, por la cual el músico da forma y estructura a fuerzas internas, cuando, en opinión de Byrne, lo que ocurre es más bien un constreñimiento externo: no es el artista el que crea pensando en su interior sino, a menudo, es el exterior, su entorno, su contexto, el que lo compele a componer como lo hace. O cuando entra en una refriega con Kant por el pretendido carácter moral de la belleza estética (hecho que Byrne considera absurdo pero que está en la base, admite, de las numerosas donaciones y prácticas de similar condición de numerosos hombres ricos a pinacotecas y teatros de la ópera bajo la creencia de que esa contribución lavará las dudosas acciones con las que esas fortunas fueron levantadas), lo que le lleva a polemizar con Hume acerca de la supuesta regla estética universal. Incluso tiene el arrojo y la valentía de introducirse en el campo de la divulgación científica con en el significado último de la música a través de la tradición pitagórica y su música de las esferas, dibujándonos un encantador viaje hacia la desacralizada explicación del sonido por parte de la física matemática en el siglo XVII y XVIII y las últimas concepciones de vanguardia que ofrecen la moderna neurología y la biología evolutiva para dar cuenta de la experiencia fenoménica.
Este es un libro al que, en realidad, solo le echo en falta alguna mención al género musical al que más cariño le tengo: el metal, en cualquiera de sus vertientes. En todo el libro solo se hace referencia al mismo en una comparación a efectos retóricos entre el blues y el speed metal y a propósito del tópico de la influencia negativa en la conducta que música como el hip hop o el heavy metal puedan tener. Pero por lo demás, es el gran ausente. Eso sí, se menciona a una bandaza como Sunn O))), los cuales en un momento dado cautivan a Byrne con su puesta en escena en una antigua iglesia, vestidos como druidas encapuchados, tocando sus guitarras de texturas abrumadoras, sin percusión y con un muro de amplificadores. "El sonido de Sunn O))) es increíble; el lado oscuro y hermoso del ambient." Lástima que no haya más ejemplos. Me hubiera gustado leer alguna reflexión acerca de la rebelión atávica del black metal o la composición cerebral y matemática del djent, por poner solo unos ejemplos. Quizá la próxima vez.
"En Occidente, la presunción de un vínculo causal entre el autor y el intérprete es fuerte. Por ejemplo, se asume que yo escribo letras (y la música que las acompaña) para canciones porque hay algo que necesito expresar. Y se asume que todo lo que uno recita o canta (o incluso toca) surge de un impulso autobiográfico. Incluso si elijo cantar una canción de otro, se asume que la canción fue, en el momento de ser escrita, autobiográfica para aquel, y que yo reconozco este hecho y a la vez estoy diciendo que es aplicable a mi propia biografía. ¡Sandeces! No importa si algo le pasó realmente o no al compositor; o a la persona que interpreta la canción. Al contrario, es la música y la letra lo que despierta emociones en nuestro interior, y no al revés. No hacemos la música; nos hace ella a nosotros. Lo cual es quizá la razón de todo este libro."
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